XVII

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Las luces de la discoteca parpadeaban de manera frenética, iluminando el lugar con destellos de colores que se mezclaban con el humo denso y el calor sofocante de los cuerpos apretados, moviéndose al ritmo de la música ensordecedora. El sudor brillaba en la piel de los presentes como una capa fina, y las risas desinhibidas flotaban en el aire cargado de adrenalina. La atmósfera era caótica, vibrante, una amalgama de sensaciones que se sentían casi tangibles. En medio de todo esto, Armin, con su ropa ajustada prestada por Sasha, lucía fuera de lugar, perdido en un mar de rostros desenfocados y manos que lo empujaban de un lado a otro. Su mente, embotada por el alcohol, flotaba en un limbo de euforia y confusión.

Armin tambaleaba ligeramente, su cabeza girando mientras intentaba procesar lo que sucedía a su alrededor. Las risas de Sasha y Connie resonaban en su mente como ecos lejanos, mientras él trataba de mantener el equilibrio en medio del torbellino. Sin embargo, su mirada se iluminó cuando vio la figura alta y robusta de Eren acercándose a través de la multitud. La presencia imponente de Eren, con su mandíbula tensa y sus ojos oscuros, lo devolvió momentáneamente a la realidad.

Por fin había llegado para pasar un buen rato con él en la discoteca...¿verdad?

Eren llegó hasta él, sus labios apretados en una fina línea, y sin preámbulos, le tomó del brazo, con firmeza pero sin brusquedad, aunque la tensión en su agarre era palpable. Su voz, baja y cargada de autoridad, cortó el ambiente como un cuchillo afilado.

—Nos vamos —dijo, mirando a Armin con esa mezcla de desaprobación y preocupación que siempre lo hacía sentir vulnerable.

Armin, aún aturdido, se tambaleó ligeramente y tiró de su brazo para soltarse. —No quiero irme —replicó, su voz elevándose, casi infantil, con una mezcla de terquedad y borrachera—. Estoy bien, Eren. Solo estoy... divirtiéndome.

Los ojos de Eren se estrecharon, un destello de frustración brillando en su mirada. El tumulto de la discoteca se volvía insoportable a su alrededor, pero lo único que podía concentrarse era en Armin, su estado lamentable y lo imprudente que estaba siendo. No se trataba solo de la borrachera; era la vulnerabilidad de Armin, su juventud, y el peligro que no alcanzaba a comprender.

—No es una opción, Armin —respondió Eren con un tono más frío, más firme, su paciencia al borde del colapso—. Te estás comportando como un crío, y aquí no estás seguro.

Armin bufó, apartando la mirada, negándose a aceptar la gravedad de la situación. Se tambaleó de nuevo, apenas manteniéndose en pie, y soltó una risa amarga. —¡Déjame en paz! No soy un niño, Eren. Puedo manejarme solo —dijo, con un tono desafiante, aunque su voz temblaba ligeramente, una grieta en su falsa confianza.

Eren lo observaba, sintiendo una mezcla de ira y preocupación retorciéndose en su pecho. La necesidad de controlarlo, de protegerlo, lo asfixiaba. Y, sin embargo, en medio de su frustración, sus celos latían bajo la superficie. Armin, rodeado de gente, riendo con otros, en un lugar donde él no podía protegerlo como quería. Ese pensamiento solo lo irritaba más.

—No tienes idea de lo que estás haciendo —le espetó Eren, apretando la mandíbula, mientras su mirada se oscurecía—. Eres un crío borracho en una discoteca llena de desconocidos, y te crees invulnerable.

Armin, irritado y envalentonado por el alcohol, soltó el brazo de Eren con un gesto brusco, dando un paso atrás, tambaleándose un poco. —¡Tú no eres mi padre, Eren! —gritó, su voz cargada de frustración—. Deja de tratarme como si lo fueras. Eres un idiota, eso es lo que eres.

Las palabras de Armin lo golpearon como una bofetada. Eren sintió cómo su furia subía hasta su garganta, pero se obligó a respirar hondo. Sabía que tenía que mantener la calma, que no podía dejarse llevar por el impulso. No era solo una cuestión de orgullo herido. Armin tenía diecisiete años, y él era mucho mayor. Él era el adulto en esa conversación, aunque sus emociones amenazaban con desbordarse.

—No soy tu padre, Armin —dijo Eren con la voz baja pero cargada de tensión, su autocontrol colgando de un hilo—. Pero soy el único que parece preocuparse por lo que te pase. Y ahora mismo, estás poniendo en riesgo lo que tenemos.

Armin, que hasta entonces había estado resistiendo, se detuvo en seco. Las palabras de Eren parecieron atravesarlo como una lanza. Sus ojos se abrieron un poco más, sus labios se tensaron en una mueca de incredulidad.

—¿Qué... qué mierdas tenemos? —preguntó, su voz más suave, pero cargada de confusión y una tristeza que ni él mismo entendía del todo.

Eren abrió la boca, pero las palabras no salieron. Parpadeó, intentando encontrar una respuesta, pero lo único que encontró fue el vacío. No sabía cómo explicar lo que había entre ellos, no podía ponerle un nombre, no podía articularlo. Lo que sentía por Armin era una mezcla caótica de deseo, responsabilidad, protección, y algo más profundo que no sabía cómo manejar. Cerró la boca, sin decir nada, su mirada cayendo al suelo por un breve instante antes de volver a encontrarse con los ojos de Armin.

El silencio que siguió fue brutal, incómodo, lleno de todo lo que no se decía. Armin asintió lentamente, su expresión endureciéndose. Había algo en el rostro de Eren, en su incapacidad para responder, que lo hería de una manera que no había anticipado. Y en ese momento, aunque estaba borracho, aunque su mente estaba nublada, comprendió algo que le dolía más que cualquier otra cosa: no había palabras para definir lo que tenían, porque quizá, en realidad, no tenían nada.

—Vamos —murmuró Armin, su voz vacía, su resistencia completamente quebrada.

Eren soltó un suspiro pesado y lo tomó del brazo de nuevo, esta vez con más suavidad, guiándolo hacia la salida. Las luces de la discoteca quedaron atrás, y con ellas, el bullicio y la euforia que habían envuelto la noche. Entraron al coche en silencio, y el peso de la conversación no dicha colgaba en el aire como una nube oscura.

Eren arrancó el coche, pero no pudo evitar lanzar una última mirada hacia Armin, que estaba mirando por la ventana, la mandíbula apretada en una expresión que mezclaba tristeza y resignación. El silencio entre ellos era sofocante, lleno de las palabras que Eren no había podido pronunciar, y de las verdades que Armin no estaba preparado para escuchar.

—Estás demasiado borracho, Armin —murmuró Eren, más para romper el silencio que para reprenderlo.

Pero Armin solo se rió, una risa suave y sin alegría. Se inclinó un poco hacia Eren y, en un gesto casi inconsciente, dejó un beso suave en uno de sus bíceps, mientras Eren conducía. Era un gesto tierno, casi infantil, pero también cargado de una tristeza que Eren no podía ignorar.

—Eres de lo que no hay —murmuró Eren, negando con la cabeza, aunque en el fondo, su frustración comenzaba a disiparse, reemplazada por una extraña mezcla de cariño y resignación.

Armin continuó dejando pequeños besos en su brazo, como si intentara calmar la tensión con esos gestos. Pero el silencio entre ellos, aunque ahora menos tenso, seguía siendo incómodo, cargado de todo lo que ninguno de los dos se atrevía a decir.

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⏰ Última actualización: Oct 03 ⏰

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