VIII

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Armin suspiró pesadamente y derramó su cabeza hacia atrás, permitiendo que sus dorados cabellos cayeran como una cascada de rayos solares. Jadeó, dejando que su respiración caliente y entrecortada saliera de entre sus rosados labios, que, al terminar de expulsar el aire, fueron mordidos por los dientes del propio adolescente. Encogió los dedos de sus pequeños pies embutidos en unos botines blancos, abriendo un poco más las piernas para que el moreno cupiera entre estas. Su piel se erizó cuando Eren posó sus ardientes labios en la piel expuesta de su blanquecino cuello, que tentaban al rubio de todas las maneras diferentes. Las grandes y venosas manos del de verdes ojos rumoreaban sin pudor alguno por las caderas del de orbes claros.

Todo había comenzado porque el de cabellos chocolates había insistido en echarle una pomada a la marca de la cadera del menor, alegando que ésta era muy efectiva y que no tardaría nada. Lo sentó en su escritorio y levantó con lentitud la negra camiseta que portaba el más pequeño, mientras que acercaba su otra mano a la marca.

-Ayer, cuando te cambié...-había comenzado a decir el castaño si aparatar la mirada del cuerpo del rubio-, pude comprobar que tu abdomen y piernas están fuertes ¿Sigues haciendo ballet?

-Sí -había respondido el de ojos zafiro, evitando la intensa mirada del adulto, que paseaba sus ojos sin vergüenza por todo el cuerpo del menor.

Se acercó peligrosamente al lóbulo de la oreja de Armin, respirando en él, adorando como el pequeño se estremecía por una simple acción.

-Entonces eres muy flexible ¿No? -comentó coqueto acariciando de arriba a abajo el gemelo del adolescente, elevándolo lentamente hasta que estuvo a la altura de su rostro. Posó el pie de Armin, cubierto pro el calzado, en su hombro, observando como las mejillas del pequeño se tornaban de un fuerte escarlata.

El autocontrol y el racionalismo de Eren se esfumó cuando el rubio mordió su labio inferior y no quitó su pierna del hombro del más alto.

Entonces, volviendo al presente, el rubio había ya bajado su pierna, pero solo para abrir ambas de estas y permitir que Eren se abalanzase sobre su cuello, virgen de cualquier beso, caricia o toque.

-Ahh, Dios, Eren, mhm -gimió el adolescente cuando el mayor clavó sus dientes en el tejido que componía su cuello. Llevó sus finos dedos al deshecho moñito del más alto, haciendo que este gruñera y se separar del de ojos zafiro, agarrándole de las muñecas y tirando de estas hasta que estuvieron por encima de la cabeza de Armin, que le observaba con ojos confusos, pero con una cortina de deseo oscureciendo su mirada.

-Podrás acariciarme cuando yo te diga que puedes ¿Entendiste? -ordenó con la mandíbula apretada, deshaciéndose de su mal atada corbata de un color azulado y colocándola en las muñecas del más pequeño.

El tono tan gutural con el que lo había dicho puso a Armin a mil.

-Gírate -mandó el más alto, lamiéndose los labios con destreza cuando observó como el de ojos claros se bajó de un pequeño saltito de su escritorio y se volteó, dejando su enorme culo a la vista. Lo primero que hizo cuando lo vio fue pegarle a cada cachete una sonora cachetada y agarrarlos con ambas manos, amasándolos como si fueran una deliciosa masa de galletas. Se mordió el labio inferior y colocó las esveltas manos de Armin tras su espalda, comenzando a anudarlas con su corbata, escuchando como el pequeño jadeaba y observando como, al Armin girar su rostro muy levemente, se humedecía los labios con antelación.

La gran mano de Eren se posó en uno de los omóplatos del menor, empujándolo hacia delante, haciendo que su abdomen chocara contra el cristal del escritorio. El pequeño se estremeció cuando el frío cristal acarició tan repentinamente su descubierto abdomen y tuve el impulso de bajar la tela de la prenda que debería de estar cubriéndola, aunque cuando tiró de sus manos hacia adelante fue incapaz de separarlas. Había olvidado que estaban atadas

Desire || Eremin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora