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Narrador omnisciente

Sasha agarró del brazo su rubio amigo, que casi se estampó contra el suelo del pasillo de la casa de la castaña si no hubiese sido porque tenía un gran equilibrio-y porque estaba ya bastante acostumbrado a aquellas acciones por parte de su mejor amiga-. La de ojos color ámbar corrió por todo el pasillo tirando fuertemente del brazo de Armin para que este caminara mucho más rápido de como solía hacer.

—¡Ten cuidado, Sash, me vas a tirar! —advirtió el de ojos color zafiro, sintiendo su corazón acelerándose en su pecho al haber estado a punto de caer por segunda vez en dos minutos.

Justo en ese momento un hombre alto, con su cabello chocolate como el de Sasha recogido en un pequeño moño en la parte trasera de su cabeza y con unos vaqueros un poco apretados junto a una camisa blanca un poco arrugada, salió de una habitación y clavó sus verdosos ojos en ambos chicos.

El padre de Sasha tenía treinta y seis años, ya que su mujer se había quedado embarazada muy joven—a los dieciocho— y a él le había tocado ser padre a los diecinueve. Pero tampoco es que le hubiera afectado mucho, ya que apenas tenía una arruga en su morena piel o una pequeña cana en su rebelde cabello. Eren estaba dotado de una muy buena genética, por lo que aparentaba unos veinte años, aunque sí era cierto que su trabajo le tenía siempre muy agotado, ya que era el jefe de una enorme empresa que le había dejado su padre: Grisha Jaeger. Era un hombre con muy buen porte: espalda ancha al igual que los hombros, manos grandes y venosas con gruesos dedos, abdomen duro como una roca, piernas fornidas. Y por no hablar de su rostro que parecía que había sido esculpido por los mismísimos dioses del Olimpo.

Armin Arlet llevaba siendo el mejor amigo de Sasha dese los tres años, cuando el rubio atrapó a la castaña intentando robar su merienda. A medida que habían ido pasando los años, el menor había comenzado a crear un sentimiento muy fuerte hacia el padre de su mejor amiga. Desde pequeño le había atraído tanto su físico como su forma de ser y, como su cuerpo cada vez era más hormonal, no había podido frenar sus pensamientos eróticos sintiéndose muy mal con él mismo ya que no le parecía apropiado imaginar al progenitor de una de sus más cercanas amigas haciéndole cosas para nada puras. El rubio había intentado más de una vez deshacerse de esos sentimientos tan prohibidos, pero era totalmente incapaz. Ahora que tenía diecisiete años-y que estaba a punto de cumplir los dieciocho en muy poco tiempo-la cosa había empeorado. Cada vez que sus ojos chocaban con los orbes turquesa del mayor su corazón saltaba en su pecho y sus orejas se coloreaban de un potente rojo. Le gustaba demasiado el padre de su mejor amiga, pero jamás se lo diría a nadie.

¿Qué pensaría Sasha? No quería ni imaginárselo.

—Sash te he dicho mil veces que no corras por los pasillos —riñó la profunda voz del adulto, que se había apoyado en la pared y se había cruzado de brazos mientras regañaba a su hija.

A Armin se le elevaron todos los vellos de la nuca y sus ojos se desviaron hacia los enormes pectorales de Eren, apretados por aquella prenda blanca que trasparentaba un poco el moreno de su piel y que delineaba su pecho y abdomen. Las orejas del rubio se calentaron, al igual que sus mejillas y cuando volvió a mirar al moreno a los ojos, se encontró de sopetón con los profundos e infinitos orbes de este. El padre se su mejor amiga sonrió de medio lado al escrutar el cuerpo de Armin, amando en secreto como los pantalones de cuero negro que portaba se apretaban de una muy caliente manera a sus abundantes muslos.

Armin también estaba dotado de un muy buen cuerpo, con curva cintura y anchas caderas. Tenía un redondo y firme culo que hacía que se te fuera la mirada a ese lugar y todo eso sumado a que el rubio era la persona más inocente que te podrías encontrar con diecisiete años. Eso no significaba que no supiera lo que era el sexo, ni mucho menos. El concepto de la penetración y el placer sí lo tenía bastante claro, ya que lo habían explicado en bilogía, pero no sabía absolutamente nada de todas las cosas que podían hacerse antes, después o mientras practicaban el acto de la penetración, como los roces que hacían que tu piel ardiera con deseo o las miradas furtivas. Las sucias palabras, las posiciones en las que podías ponerte para hacer una gran variedad de cosas para nada cristianas...

Desire || Eremin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora