III

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Una vez ambos estuvieron en la enorme cocina del mayor, Eren aprovechó para observar un poco más de cerca las nalgas del menor, que estaba ahí parado observando el lugar muy tenso sin saber qué hacer o decir. Su corazón latía con frenesí en su garganta y sus manos temblaban muy levemente por el nerviosismo que recorría sus venas al sentir el calor que irradiaba el cuerpo del castaño que se encontraba detrás suya.

El lugar tenía una gran isla de mármol blanco en el centro, rodeada por unos banquitos altos de un color negro que contrastaban con el pálido suelo. Las luces, al ser modernas, se podían cambiar de color y tono, para que el lugar fuera más cálido, frío o simplemente acogedor. La encimera donde se encontraba la vitro era del mismo color que la isla y había algunos recipientes con cuchillos y diferentes utensilios de cocina. Las altas alacenas contenían los vasos, platos y demás mientras que en unos cajones automáticos descansaba la vajilla de plata. El frigorífico tenía dos puertas blancas y podías echar hielo gracias a una máquina que estaba pegada a una de estas. Podías elegir cubitos o triturados.

—¿Quieres poner algo de música? —susurró muy suavemente el castaño, haciendo que su respiración chocara a propósito con el cuello del rubio, que saltó un poco al escuchar la rasposa voz del más alto.

Armin se mordió el labio inferior y sintió sus mejillas arder cuando una de las grandes manos del de ojos verdes agarró con suavidad los medianos cabellos dorados y los apartó, dejando la piel de la longitud de su cuello a la vista.

—V-vale -respondió el pequeño, jugando con sus manos con inquietud.

El mayor se apartó del bien dotado cuerpo del menor para agarrar su móvil de último modelo que descansaba encima de la encimera. Desbloqueó este y se metió en Spotify, entrando en una de sus listas y dándole al botón verdoso para que esta comenzara a sonar aleatoriamente. 'I Wanna Be Yours' de 'Artic Monkeys' empezó a resonar por todo el espacio y Armin contuvo las ganas que tenía de cantarla.

—Bien, haremos lasaña para cenar ¿Te parece bien? —inquirió el más alto, volviendo a dejar el aparato donde esta antes que él lo agarrara, y se giró para observar al menor con una ceja alzada inquisitivamente. Una sonrisa de medio lado se hizo paso entre sus labios al percatarse de que el rubio ya le estaba mirando a él con las mejillas de un intenso color carmín y la boca entreabierta.

Eren se apoyó en la encimera repasando lentamente con sus ojos el cuerpo de Armin, que había apartado la mirada y asentido con nerviosismo respondiendo sin palabras a la pregunta formulada por el fuerte hombre de anchos hombros. El rubio se movió por la cocina, sacando los ingredientes de donde se encontraban, menos la sal que descansaba en la baldosa más alta de toda la alacena. Su metro sesenta y ocho no era suficiente incluso cuando el de ojos zafiro se puso de puntillas. Sus esveltos dedos acariciaron el bote, pero fueron incapaces de envolverse alrededor de este. Eren, con su metro ochenta y tres, se colocó detrás del cuerpo del de cabellos dorados, que se veía enano comparado con la enorme complexión física del castaño. Armin tiró su cabeza hacia atrás con sorpresa haciendo que sus ojos centelleantes chocaras con los profundos del mayor, que no borró su pequeña sonrisa pícara que hacía que las mejillas del pequeño se calentaran de una manera muy exagerada. Los dedos del moreno se envolvieron alrededor del transparente botecito y lo bajó sin dificultad alguna de donde se encontraba.

—G-gracias —titubeó el rubio después de haberse percatado que había estado por más de un minuto observando el hermoso rostro del castaño, que tampoco apartó su mirada.

—De nada —Sonrió el mayor para, seguidamente, comenzar a caminar por la cocina buscando los utensilios necesarios.

A medida que iban cocinando la tensión sexual iba creciendo, hasta el punto en el que Eren rozó queriendo el bien dotado culo del más pequeño, pidiéndole perdón al instante alegando que había sido un accidente. A Armin le importó en absoluto, es más, aún sus nalgas cosquilleaban con el recuerdo de la mano del castaño sobre ellas. Había sido solo un roce, pero el rubio ya estaba que echaba fuego de lo caliente que estaba. Ninguno de los dos comentó nada más en todo el proceso, pero ambos se daban miradas furtivas que decían todo lo que las palabras no podían.

Desire || Eremin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora