El dolor era insoportable. Sentía como si mi pecho estuviera siendo aplastado por una fuerza invisible, incapaz de respirar o moverme. Estaba atrapado en un vacío negro, flotando sin rumbo, sin saber si estaba vivo o muerto. Intenté gritar, pero el sonido no salía de mi garganta.
En medio de esa oscuridad, una luz débil comenzó a brillar a lo lejos. Era pequeña, casi imperceptible, pero con cada segundo se hacía más fuerte, más brillante. De repente, una voz suave, familiar, rompió el silencio.
—Khaled... no te rindas.
Era la voz de mi madre. Su presencia, incluso en este lugar oscuro, me daba fuerzas. Sentí su calidez envolviéndome, como cuando era niño y ella me abrazaba en los momentos difíciles. A pesar del dolor, algo dentro de mí despertó. El fuego.
De pronto, el calor en mi interior se reavivó. El fuego que siempre había estado conmigo, aunque lo había temido y no entendía completamente, comenzó a arder con más intensidad que nunca. Era como si mi alma misma estuviera hecha de llamas, y esas llamas estaban listas para liberarse.
—No... me... rendiré —logré susurrar.
La oscuridad que me rodeaba empezó a retroceder, disolviéndose como humo ante el calor creciente de mi cuerpo. Abrí los ojos de golpe, jadeando por aire, sintiendo el sudor cubriendo mi piel. El dolor seguía allí, pero la llama dentro de mí era más fuerte.
—¡Khaled! —La voz de Maya me trajo de vuelta completamente. Me giré y la vi luchando contra el guardián, utilizando toda su fuerza para mantener su barrera de agua en pie. Su expresión era de puro agotamiento, pero no se rendía.
Con una nueva oleada de energía, me puse de pie. El guardián estaba debilitado, pero aún se mantenía firme, avanzando hacia Maya con garras extendidas. Sabía que era mi turno de actuar, y no podía fallar.
—¡No dejaré que nos derrotes! —grité, sintiendo cómo el fuego en mi pecho se convertía en una tormenta desatada.
Concentré todo mi poder, visualizando las llamas envolviendo mi cuerpo y expandiéndose a mi alrededor. Era como si cada célula en mi ser ardiera con un propósito, como si estuviera destinado a este momento. Con un rugido ensordecedor, levanté ambas manos y dejé que el fuego se liberara por completo.
Las llamas salieron disparadas hacia el guardián, envolviéndolo en un torbellino de calor y luz. La criatura gritó, su forma oscura retorciéndose en agonía mientras las sombras se desintegraban bajo el poder del fuego. A cada segundo que pasaba, el guardián se hacía más pequeño, más débil, hasta que finalmente no quedó nada más que cenizas flotando en el aire.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Caí de rodillas, exhausto, pero con una extraña sensación de paz en mi interior. Habíamos ganado. El primer guardián había caído.
Maya se acercó rápidamente, su rostro lleno de preocupación.
—Khaled, ¿estás bien? —preguntó, arrodillándose a mi lado.
Asentí, tratando de regular mi respiración.
—Sí... sólo necesito... un segundo —murmuré, sintiendo cómo mi cuerpo todavía temblaba por el esfuerzo.
Ella me sonrió, aunque se notaba lo cansada que estaba también.
—Lo lograste. Derrotaste al guardián.
Miré hacia el centro de la caverna, donde el orbe de luz seguía flotando, intacto. Ahora que el guardián había sido derrotado, podíamos finalmente restaurar la fuente.
—Vamos a hacerlo juntos —dije, levantándome lentamente y extendiendo mi mano hacia ella.
Maya asintió, tomando mi mano, y juntos nos acercamos al orbe. A medida que nos acercábamos, la luz azulada se intensificaba, y el calor en mi interior se sincronizaba con la energía de la fuente. Sabía que este momento era crucial. Todo lo que habíamos hecho nos había traído hasta aquí.
—Khaled, siento algo... algo diferente —dijo Maya, mirando el orbe con una mezcla de asombro y temor.
Yo también lo sentía. El orbe no era solo una fuente de energía elemental; estaba conectado directamente con el mundo, con el equilibrio que mantenía todo en orden. Y ahora, necesitábamos restaurarlo.
Con cuidado, ambos extendimos nuestras manos hacia el orbe. Al tocarlo, una oleada de energía recorrió mi cuerpo, y los números en mi piel brillaron con intensidad. Por un momento, sentí como si todo a mi alrededor desapareciera, dejándome solo con la energía pura que fluía a través de mí.
Pero entonces, algo cambió. La luz del orbe comenzó a oscilar, como si estuviera resistiéndose. Mi pecho se tensó, y un calor insoportable empezó a quemar desde dentro. Intenté soltar el orbe, pero era imposible. Estábamos atrapados en su poder.
—¡Khaled! —gritó Maya, su voz llena de terror.
El orbe se sacudió violentamente, y en un instante, todo se volvió blanco.
Desperté en el suelo de la cueva, con la cabeza dándome vueltas. Me sentía desorientado, y por un momento, no recordaba dónde estaba. Pero cuando me giré, vi a Maya a mi lado, inconsciente.
—¡Maya! —grité, arrastrándome hacia ella.
La sacudí suavemente, temiendo lo peor, pero después de unos segundos, sus ojos parpadearon y se abrieron lentamente.
—¿Qué... qué pasó? —preguntó, su voz débil.
—El orbe... —comencé a decir, mirando hacia el centro de la cámara.
Pero el orbe ya no estaba allí. En su lugar, una tenue luz brillaba en el aire, como si la fuente hubiera sido absorbida. La cueva se sentía diferente ahora, más tranquila, pero también vacía.
—Lo hicimos —dijo Maya, su voz llena de asombro—. Restauramos la fuente.
Asentí, aunque una parte de mí no estaba completamente segura de lo que había pasado. Sabía que habíamos logrado algo importante, pero también sentía que la verdadera batalla aún no había comenzado.
Nos levantamos, exhaustos pero aliviados. El primer paso había sido dado, pero sabíamos que esto era solo el comienzo.
—Todavía nos quedan más fuentes por restaurar —dijo Maya, mirando hacia la entrada de la cueva.
La cuenta regresiva en mi piel seguía allí, aunque ahora los números brillaban con menos intensidad. Sabía que el tiempo seguía corriendo, pero por ahora, habíamos ganado una pequeña victoria.
Salimos de la cueva, el aire fresco golpeándonos en el rostro. Las montañas se extendían ante nosotros, majestuosas e implacables, pero ya no se sentían tan amenazantes. Habíamos enfrentado la oscuridad y prevalecido, aunque sabía que lo que venía sería aún más difícil.
—Vamos a encontrar las siguientes fuentes —dije, con una nueva determinación—. No importa lo que tengamos que enfrentar.
Maya me miró, su expresión tranquila pero firme.
—Juntos —dijo ella, y supe que, mientras estuviéramos unidos, podríamos enfrentarnos a cualquier cosa.
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El Elegido de las Cifras
Spiritual¿Qué harías si pudieras recordar todo desde el momento de tu nacimiento? Desde el primer segundo, sentir el tiempo avanzar más rápido, notar cómo tu cuerpo crece a un ritmo alarmante y, para colmo, ver números misteriosos aparecer en tu piel. Esta e...