Capítulo 2: Los Números en Mi Piel

9 0 0
                                    

El día en que aparecieron los números fue el día que marcó un antes y un después en mi vida. No puedo decir exactamente qué cambió, pero desde ese momento supe que algo mucho más grande estaba sucediendo, algo que no podía controlar ni entender.

Tenía cinco años. Era un día cualquiera, al menos eso pensaba. Recuerdo haberme despertado temprano, como siempre lo hacía, con una energía que parecía desbordarme. Mi madre aún estaba dormida, y el sol apenas se filtraba por las cortinas. Me levanté de la cama, con la curiosidad de un niño que no sabe cómo detener su mente.

Mientras caminaba hacia el baño, noté una sensación extraña en mi brazo izquierdo. Al principio, pensé que solo era una mancha de suciedad o tal vez un rasguño, pero cuando miré de cerca, lo vi: tres dígitos. **743**. No eran cicatrices ni manchas de nacimiento. Eran como números grabados en mi piel, pero no de manera natural. Brillaban levemente, como si estuvieran vivos, aunque no emitían calor ni causaban dolor.

Me quedé mirándolos durante lo que parecieron horas. Intenté frotarlos, pero no desaparecían. No entendía qué significaban, pero el hecho de que nadie más los tuviera, ni mis padres ni los otros niños, me asustó. ¿Por qué estaban allí? ¿Qué significaban esos números?

Lleno de confusión, corrí hacia el cuarto de mis padres. Mi madre aún no se había despertado, pero no pude evitar sacudirla suavemente para que abriera los ojos. Tenía la necesidad de mostrarle lo que había visto. "Mamá, mira esto," le dije mientras extendía mi brazo.

Ella, aún adormilada, se incorporó lentamente y miró hacia donde yo señalaba. Pero la reacción que esperaba no llegó. En lugar de asombro o preocupación, simplemente me acarició el brazo y dijo, "No tienes nada, cariño. Vuelve a la cama."

"No, mamá, mira bien," insistí, acercándole más mi brazo, desesperado por una reacción diferente. Pero ella solo me sonrió con dulzura, sin darse cuenta de lo que yo claramente veía. Los números, de alguna manera, no eran visibles para ella. Solo yo podía verlos.

Esa mañana supe que no podía hablar de los números con nadie más. Si mi madre no los veía, nadie lo haría. Pero lo que más me inquietaba no era solo su presencia, sino cómo, a lo largo de los días siguientes, los números comenzaban a cambiar. Al principio pensé que era mi imaginación, pero luego se hizo evidente: **743** pronto se convirtió en **742**, y luego en **741**. Los números contaban hacia atrás. ¿Qué significaban? ¿Por qué seguían cambiando?

Con el paso de los días, mi vida continuó como de costumbre, pero siempre tenía la vista puesta en esos tres dígitos. Mientras los demás niños jugaban y vivían despreocupados, yo vivía con la conciencia constante de que algo estaba ocurriendo en mi cuerpo. Sabía que esos números representaban algo importante, algo que no lograba entender aún. Y mientras más cambiaban, más rápido parecía pasar el tiempo para mí.

Los días se convirtieron en semanas, y los números seguían descendiendo. **739**, **738**, **737**... Pero además de eso, comencé a notar algo más. No solo mi cuerpo crecía más rápido de lo normal, sino que dentro de mí, algo también estaba cambiando. Era como un calor constante que venía desde mi pecho, un fuego interno que nunca se apagaba. Al principio, era solo una sensación leve, pero con el tiempo, se hizo más intenso. No era doloroso, pero era incómodo, como si algo dentro de mí estuviera creciendo junto con los números.

Cada mañana, miraba mi brazo y veía un nuevo número, cada vez más bajo, y no podía evitar preguntarme: ¿Qué sucederá cuando llegue a cero? ¿Qué pasará conmigo?

El Elegido de las CifrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora