Parte 12. Perseguida

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La señal de salida rebotó por las esquinas del Instituto, como siempre, en punto de las dos de la tarde. Comencé a guardar mis bolígrafos en la lapicera y a recoger los cuadernos que me llevaría a casa para cumplir con las tareas. Tomando un buen tiempo para cerrar el día, coloqué mis instrumentos de trabajo en orden ascendente de tamaño. Era mi ritual: los libros los acomodaba del más pequeño al más alto, a veces centrados unos sobre otros y, en otras ocasiones, alineados hacia la derecha o izquierda del más grande. Los lapiceros y lápices con la punta hacia arriba para evitar que se achataran. Si alguno necesitaba filo, me hacía el espacio para afilarlo en el sacapuntas. Los viernes escribía en mi agenda una breve reflexión de la semana, como un diario, pero breve y exclusivo. Mi caso era particular; el profesor Gustavo se intrigaba de mi irrisorio método, le llamaba "el método Sofía". No era como los mastodontes de mis amigos que salían corriendo incluso antes de que sonara la campana. Por ende, aquel día terminé de guardar mis cosas. Darla Alejandra y Darla Marina ya se habían despedido de mí; celebraban el acontecimiento de moda antes de que atravesaran el portal de acceso al aula. Darla Marina regresó para amenazarme al oído que me llamaría por la tarde; estaba convencida de que habría detalles y ella quería la primicia. Cuando concluí mi proceso, me dirigí al baño para hacer el cambio de uniforme formal por ropa deportiva y alistarme para mover los pies al ritmo que nos tocara Arantxa.

Antes de salir del salón, me aseguré de mantener encendido mi sentido arácnido (una promesa en son de broma que teníamos papá y yo). A donde fuéramos, debíamos asegurarnos de activar esa sensación de supervivencia; así, ambos sabríamos que estábamos bien aunque no pudiéramos vernos. Era como un voto de fe que nos mantenía esperanzados, que nos amparaba de la desesperación de sabernos lejos, que acortaba la distancia y mantenía el calor en nuestros corazones.

Con la intuición a tope, salí del tremendo templo de deficiencias y contradicciones del sistema educativo de mi país. Desde el primer instante, sentí algo diferente, una mirada lanzada a mi espalda como flecha de primitivo, un escalofrío inopinado tocó el filo de mi rabadilla y me hizo girar disimuladamente la cabeza sobre mi hombro para ver si alguien me estaba vigilando, o peor aún, si la broma pesada de la cual estuve desconfiando el día completo terminaba su fraguado. No encontré a nadie a mi alrededor, pero esa premonición de que algo andaba mal insistía, fundada en las historias y en mi experiencia previa.

Me sentí acompañada aunque me encontraba sola, "sensación de presencia" le nombraba mi tía. No porque fuese muy conocedora del tema de trastornos, sino que en su trabajo hablaban gran parte del tiempo sobre cosas insólitas y eso incrementaba su acervo. Aquellos pasillos viejos se entregaban a lo inaudito, como si las paredes me observaran, como si las aulas tuvieran un final fatídico para mí. Con cada paso, la sensación se volvía más insistente y desesperante. Me pregunté si todo el día había sido vigilada y que, por estar soñando con Deo y las múltiples posibilidades de mi destino con él, no me había permitido darme cuenta. Apresuré un poco más el paso; pude sentir mi corazón palpitar en la sien, cosa que me pasaba seguido cuando me descubría estresada. Era parte del sentido. También me sudaban con mayor intensidad las manos y las plantas de los pies a medida que el pánico incrementaba. Experimenté una vista rebosante que nunca había sentido antes, así como cuando cambian de una lente a otra y el enfoque tarda en aparecer; bueno, solo quien use lentes sabrá a lo que me refiero. A los demás no sé qué decirles.

Más pronto de lo que quise, el miedo me hizo suya; sucumbí a la desesperación y, paranoica, decidí acelerar mis pasos. Después de unos metros, comencé un trote leve, mismo que mantuve hasta vislumbrar la puerta del baño de niñas. Ya al punto de arañar la entrada, hice un sprint hasta tocarla, la empujé con fuerza y, sin caracolear, entré de golpe. Al interior, unas cuantas compañeras me miraron con sorpresa; segura estoy de que las asusté un poco, aunque después de que les aventé una sonrisa amistosa, decidieron no tomarle gran importancia a mi aparición y continuaron con lo suyo. Reconocí a una, Enaria, de primer grado. Compartíamos lugar en el ranking de la gaceta; ciertamente ella es mucho más agraciada que yo, con una belleza natural, como muñequita de porcelana. Los gemelos llevaban enamorados de ella ya unos meses, desde antes de que yo entrara al top. Ella llevaba desde primaria, tipo sexto, apareciendo ahí. De inteligente no tiene los mismos dotes, Dios es cruel, pero también es justo.

Tierra en la miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora