Tierra en la mirada

Parte 20. La política

Apenas había terminado de hablar, cuando Magda tomó aire, como si quisiera asegurarse de que no quedara nada sin decir. Noté un brillo en sus ojos, ese brillo que solía tener cuando estaba por compartir algo importante.

—Las vocales son aquellas que inician su camino en aras de llegar algún día a dirigir La Estancia —sonrió como insinuando algo. Después me habló sobre cómo acompañan sin falta a las guías en sus clases y las asisten en algunos deberes administrativos—. Ellas sí lo tienen permitido —concluyó. Me explicó cómo es que algunas, cuando destacan, reciben cátedras introductorias o se les asigna algún brazalete para trabajar en el acompañamiento, una especie de tutoría—. Es como un sistema de méritos —cerró la explicación sobre las vocales para continuar con las guías. Describió cómo es que ellas están para el apoyo doctrinal de las recién llegadas, pero sobre todo, para llevar a cabo las tareas que requieren mayor conocimiento del ser.

—Generalmente, se encuentran involucradas en procesos previos al cruce —y es que las guías ya cuentan con la habilidad para agilizar en buena proporción el tiempo en que los brazaletes están por acá, pues su conocimiento personal está plenamente desarrollado. También recae en ellas un mayor número de responsabilidades de La Administración, asignadas por su destacamento en diversas áreas del ser—. Las mejores se promueven a Consejeras —trató de terminar su explicación pero continuó al verme aún llena de dudas.

Me comentó sobre las Consejeras, como ella, responsables de la elaboración de los estatutos y reportes de resultados que se envían a La Orden. Algunas, cuando su vocación así lo exige, deciden acompañar en clases, dar seguimiento en tutorías uno a uno o capacitar a nuevas integrantes de los oficios administrativos. También llevan la responsabilidad de crear el Comité Electoral, auditar y organizar las elecciones que se dan cada diez años.

—Hoy tenemos opción a una reelección de igual duración, que permite continuar el progreso de una administración o, bien, redirigir el rumbo cambiando o no de ideología —mi cabeza luchaba por digerir toda esa información que Magda me regalaba a cántaros, ella no paraba.

—En La Estancia tenemos dos formas de ver las cosas —me explicó Magda, con una sonrisa, como si estuviera por contarme algo muy cercano—. Está el grupo de las conservadoras, mujeres que han sido educadas en la calma, la serenidad. Ellas creen en la perfección de lo femenino, pero desde un lugar más estético. Les gusta que todo esté impecable, tanto en su forma de ser como en su entorno. Son de modales finos y se esmeran en hacer las cosas bien, siempre. Son generosas, compasivas... y saben perdonar. No les gusta meterse en conflictos y prefieren no llamar la atención.

Hizo una pausa, como si supiera que esa no era la parte que más resonaría conmigo, y luego siguió:

—Y después estamos nosotras, las liberales —dijo, dándome una mirada cómplice—. Nos gusta soñar en grande. Creemos que cada chica que llega aquí tiene la capacidad de volver a la Tierra y hacer cambios, sacudir un poco las cosas... Queremos romper con lo que nos han impuesto, esas ideas viejas sobre lo que significa ser mujer. Nos gusta pelear por lo justo, no nos quedamos calladas. Claro que somos compasivas, pero también sabemos poner límites cuando es necesario. Nos encanta probar cosas nuevas, experimentar. Para nosotras, lo más importante es la belleza que viene de adentro, no lo que se ve en el espejo. Y sí, amamos a los demás, pero sobre todo, nos amamos a nosotras mismas.

En aquel tiempo estábamos por entrar a votaciones. La presidenta en turno, Mayra Swachitz (de aquí en adelante Mayra por mi incapacidad para mencionar su apellido decentemente), por el Frente Liberal, terminaba su periodo de reelección, mismo que había decaído en los últimos años. La confianza del partido se encontraba por los suelos y Magda, su mano derecha, junto con todas las seguidoras, temían un giro en la guía de La Estancia.