Capítulo 2

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Al terminar de escucharme, Ayça Hatun, con una mirada que revelaba una mezcla de comprensión y determinación, decidió retirarse en silencio junto a Orhan Bey y sus alpes. La tensión en el ambiente no disminuyó con su partida; de hecho, parecía haber dejado tras de sí una sombra de incertidumbre que calaba en los presentes.

Mientras los pasos de Ayça y Orhan se alejaban, pude notar cómo Osman Bey salía de la tienda Tajeddin, lo cual hizo que apartara mi mirada de Orhan Bey. Su figura, erguida y autoritaria, atrajo la atención de todos en el campamento. Osman Bey se acercó a las carretillas y se quedó observándonos, sus ojos buscando respuestas en nuestros rostros.

—Gündüz Bey, que quedó cautivo para liberar a su pueblo —dijo Osman Bey, rompiendo el silencio con un tono grave.

—¿No es el deber de un bey proteger a su pueblo, Osman Bey? —respondió mi padre, su voz cargada de tristeza resonaba en el aire.

—Lo es, por supuesto que lo es. Que Alá envíe más personas como tú. No te preocupes, no te inclines hacia ellos; no dejaré que esos perros te cacen —replicó Osman, su mirada fija y decidida.

—Gracias, Osman Bey. Gracias... Mi tiempo ha terminado. Lo único que me da consuelo es que mi hija está a salvo contigo. Ella trajo soldados con ella y ahora lucha bajo tu mando —dijo mi padre, sus palabras temblando con la carga emocional de un padre que teme por el destino de su familia.

Osman Bey asintió, comprendiendo el peso de su dolor.

—Conozco tu sufrimiento —respondió, su voz más suave ahora—. No te preocupes, encontrarás un mejor consuelo.

Mis ojos se encontraron con los de Osman Bey, y en ese instante, supe que él nos sacaría de esta situación. Su liderazgo y determinación eran nuestra única esperanza. Sin embargo, en lo más profundo de mi ser, lo que más me preocupaba en ese momento era la seguridad de Ayça Hatun, quien, por razones estratégicas, se hacía pasar por mí, arriesgando su vida por el bien de nuestra causa.

—Osman Bey —dije, con un nudo en la garganta mientras sentía la urgencia de mis palabras—. Solo quiero que protejas a Elçim Hatun... Ella es lo único que nos queda.

El silencio que siguió a mi petición pareció detener el tiempo. Sabía que estaba pidiendo más que la seguridad de una guerrera; estaba pidiendo la protección de alguien que había asumido un papel crucial en este juego peligroso, alguien que había puesto su vida en peligro para asegurar la victoria de nuestra tribu.

Osman Bey me miró fijamente, con sus ojos llenos de comprensión. Sabía que lo que le pedía no era fácil, pero también sabía que él siempre había puesto la lealtad y la seguridad de los suyos por encima de todo.

—Elçim Hatun está bajo mi protección, así como lo están todos aquellos que luchan a mi lado —dijo finalmente, con una firmeza que hizo que mi corazón latiera con más calma—. No dejaré que nada le suceda.

Antes de que pudiera responder, la figura de Tajeddin emergió de la carpa, interrumpiendo nuestra conversación con pasos decididos. Sus ojos oscuros se posaron primero en Osman Bey, luego en mí, como si tratara de medir el peso de nuestras palabras.

—Yo los salvaré de este lugar —dijo Osman Bey, casi en un susurro, pero lo suficientemente claro para que yo lo escuchara. Su promesa estaba cargada de una fuerza implacable, la misma que siempre me había inspirado confianza.

Osman no esperó una respuesta. En lugar de eso, se giró lentamente, alejándose de nosotros con la misma seguridad con la que había llegado. Cada paso que daba hacia su caballo parecía sellar el destino que nos aguardaba. Sin decir más, montó con destreza y, con una última mirada al campamento de Tajeddin, partió en dirección al horizonte, dejando tras de sí una estela de silencio y determinación.

Tajeddin, sin embargo, no se quedó quieto. Se acercó a nosotros con una expresión que mezclaba inquietud y desafío, pero también con una calculada confianza que resultaba inquietante.

—Denle un poco de agua a Gündüz Bey y a la hatun —ordenó tajante a sus soldados, con un gesto despectivo de su mano—. Ellos me han traído a Osman, el bey de los Kayı.

Uno de los soldados se adelantó y extendió una cantimplora en nuestra dirección. Gündüz Bey, con la mirada encendida por la ira y el orgullo, tomó la cantimplora sin dudarlo. Antes de que Tajeddin pudiera decir algo más, Gündüz arrojó la cantimplora al suelo con fuerza, haciendo que el agua se esparciera en el polvo frente a nosotros.

—No beberemos ni una sola gota de lo que nos ofreces —dijo mi bey con voz firme, su postura erguida, desafiando abiertamente a Tajeddin.

Tajeddin frunció el ceño por un instante, su expresión oscilando entre la sorpresa y la molestia, pero pronto recuperó su compostura. Sonrió con una arrogancia que me hizo hervir la sangre.

—Tú nunca podrás controlar a Osman Bey —intervine con firmeza, mis palabras cargadas de la verdad que ambos sabíamos, aunque él se negaba a aceptarla.

Tajeddin soltó una risa suave, pero vacía.

—Osman es un hombre inteligente —replicó con desdén—. Tarde o temprano, se postrará ante mí. Todos lo hacen, por las buenas o por las malas.

Su tono, lleno de una confianza ciega, me provocó una oleada de rabia. Sabía que subestimaba a Osman, y que su arrogancia sería su perdición.

—Ya lo verás —dijo Gündüz Bey, alzando su voz—. Esta vez tus planes no funcionarán. Osman Bey no es alguien que puedas doblegar con amenazas o falsas promesas.

Tajeddin estrechó los ojos, claramente irritado por la confianza inquebrantable de Gündüz. Por un momento, el silencio reinó en el campamento, y la tensión entre nosotros creció, como si estuviéramos al borde de una confrontación inevitable. Tajeddin apretó los dientes, pero se mantuvo en control, no dispuesto a dejar que sus emociones tomaran el mando.

—Veremos quién ríe al final —murmuró finalmente Tajeddin, antes de girarse y alejarse, dejando a sus soldados vigilándonos de cerca.

Mientras lo veía partir, supe que esto era solo el principio. Tajeddin no cedería fácilmente, y la guerra que estaba por desatarse sería más peligrosa de lo que podíamos prever. Pero en ese momento, más que miedo, sentí determinación. Sabía que, con Osman Bey de nuestro lado, nuestras fuerzas no se romperían tan fácilmente.


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Entre el deber y el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora