Capítulo 1

19 4 1
                                    

Acabábamos de entrar al campamento de Tajeddin. Lo supe al instante, por cómo todos se reunían a mirarnos a mí y a mi bey mientras avanzábamos en la carreta. Las miradas nos seguían como si fuéramos un espectáculo, algunos con burla y otros con una curiosidad oscura. El aire estaba cargado de tensión, y aunque me esforzaba por mantenerme serena, cada paso que dábamos me hacía sentir más observada.

Los hombres de Tajeddin, duros y fríos, se agolpaban para vernos de cerca, sus rostros curtidos por la guerra y las batallas, evaluándonos como si ya supieran nuestro destino. No tenía que ver a Tajeddin para sentir su poder en el campamento. Sabía que estaba cerca, que pronto tendríamos que enfrentarlo.

El bey a mi lado mantenía la cabeza alta, su expresión impenetrable. Me obligué a hacer lo mismo, a no mostrar miedo, pero el nudo en mi estómago se hacía más apretado a medida que avanzábamos. No había margen para el error. Sin embargo, algo me sorprendió y rompió el silencio pesado del campamento: el grito de Ayça Hatun.

—¡Papá! —su voz resonó con desesperación.

La busqué con la mirada, y ahí estaba, no muy lejos, con su espada ya desenvainada, lista para la batalla. Junto a ella, un hombre que no reconocí de inmediato, pero lo que llamó mi atención fueron los alpes que lo flanqueaban, hombres de confianza, dispuestos a luchar a su lado.

El caos se desató en cuestión de segundos. Los hombres de Tajeddin, al principio desconcertados, rápidamente formaron un círculo a nuestro alrededor, listos para la confrontación. No entendía qué estaba sucediendo, pero algo en la mirada de Ayça Hatun me indicaba que esto era mucho más personal de lo que aparentaba.

—Mi Elçim —murmuró mi padre, usando ese nombre para seguir protegiendo mi verdadera identidad. Aunque sabía que al hacerlo ponía en peligro a Ayça Hatunn, nuestra cuñada, estaba claro que su prioridad seguía siendo mantenerme a salvo.

Ayça Hatun, con la espada en mano y los ojos llenos de determinación, intentó acercarse a nosotros, pero el hombre a su lado la retuvo con firmeza. Era evidente que no quería que ella se involucrara, que mantuviera su distancia.

—¡Déjenlos ir! —exigió Ayça Hatun, su voz firme resonando entre los murmullos de los hombres que nos rodeaban.

Pero nadie se movió. La tensión era tan espesa que casi podía palparse. El hombre junto a Ayce no parecía dispuesto a dejar que ella se acercara a nosotros. Sus ojos se clavaban en los míos, evaluándome con una mezcla de desconfianza y algo más que no lograba descifrar.

Miré a mi padre de reojo, sabiendo que este juego de identidades y secretos podía acabar en desastre en cualquier momento. Ayça Hatun seguía forcejeando, queriendo intervenir, pero el hombre no la soltaba.

—Mantén la calma, no actúes con ira —le decía aquel hombre mientras la sostenía del brazo con firmeza.

—¡Mi madre está muerta! ¡Mi hermano está muerto! ¿Cómo puedes decirme que no me enoje? —gritaba Ayce Hatun, su voz cargada de dolor y rabia. Sus ojos centelleaban, y sentí que el aire se volvía más pesado a su alrededor. —Si tienes miedo, retrocede, hijo de Osman Bey.

Al escuchar las palabras de Ayça Hatun, reconocí de inmediato a Orhan Bey, el hijo mayor de Osman Bey y Malhun Hatun. Mi corazón se detuvo un instante. La tensión entre ellos era palpable, y el hecho de que estuviera involucrado en esta situación complicaba aún más las cosas.

Orhan Bey la miraba con una mezcla de preocupación y desafío. Su mano no aflojaba el agarre sobre Ayce, pero su expresión mostraba que también estaba lidiando con sus propios demonios.

—¡Para, Hatun! —gritó Orhan, su voz resonando con la autoridad que le confería su linaje.

Ayce se detuvo, sorprendida por la intensidad de sus palabras. El campamento pareció enmudecer por un breve instante, todos los ojos fijos en nosotros, como si esperaran una chispa que encendiera la confrontación.

Entre el deber y el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora