Introducción a la decadencia

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Recuerdame

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Recuerdame

— ¡Anuncio de su gran y apreciada reina!

El bufón rió con locura y se apartó dejando a la vista a la más despiadada mujer, la más infame y vil de estas tierras.

— Como sabrán, somos un reino culto y próspero. No permitimos insulto alguno a la corona. Nos abastecemos de las tierras gentiles y cuidamos con viveza de los animales, pero... – Hizo una pausa aquella voz afónica y suave, tan femenina como irritante –. Las falacias al igual que la blasfemia se castigan. Dios hoy nos brinda como alimento, usurpadores, infames que cometieron el error de robar reservas de la comida de la corona. No solo eso, sino el adulterio de una dama, quien no será castigada hoy.

La reina señaló una de las mujeres que colgaba en el centro del sitio; se veía deliciosa con esa tez pálida y su cuerpo parecía un jodido buffet al colgar. ¡Cuidado! Va a iniciar nuestra merienda. ¿Tienes el estomago vació? ¡Oh, claro! No te brindamos la entrada más adecuada... pero te aseguro que abrirás los ojos hasta extasiarte. Así que abre la boca y recibenos, porque aquí viene.

El rey se levantó lentamente y desenfundó un arma. Apuntó al cielo y el estallido de una bala se escuchó a lo largo del jardín. 

– ¡A comer! – esa voz vieja y carrasposa, esa risa y su mirada sin algún atisbo de remordimiento – come, puerco.

El hombre encadenado, se levantó con dificultad y privado de sus manos, se dirigió hacia una de las mujeres que colgaba a su altura. La luz en su mirada era ausente, lo suficiente como para querer sacarlos y mimarlos ¿No? Ahg, vale, le quitas lo divertido. 

Su pecho desnudo se contrajo al exhalar aire y algunas lágrimas se escurrieron de sus pestañas.

El hombre se inclinó dejando un pequeño beso en su mejilla y susurró algo inaudible; mi parte favorita inicio cuando perpetuo contra esta.

Empezó a rasgar con sus dientes su abdomen, la dureza de la piel y la grasa dificultaba el trabajo del plebeyo. Escupía pedazos que lograba arrancar, y en el transcurso fue aturdido por los gritos agonizantes de su amante. Esta gruñía y se sacudía, la vida se le iba y los pecados de igual manera. Ambos cedían ante su destino, estaban siendo perdonados por su gran reina. 

La sangre dulcemente formaba hilos, goteando por el cuello del hombre. Estas perlas de vida bajaban cubriendo la delgadez de su torso ¡Lo admito! Envidiaba lo hermosa que se veía; las mordeduras empezaron a aumentar hasta su esternón, donde la escasez de carne empezó, arterias y tendones brotaban chorreando sus hombros.

Las costillas lentamente se asomaban y punzaron el rostro de mí igual; su nariz se profundizaba entre la carne ajena y sus labios perturbaban sus órganos. La mujer ya no gritaba, eso es algo decepcionante... pensé que duraría más. 

Después de mucho trabajo, algunas tripas comenzaron a colgar y golpear el rostro del pobre hombre, los sonidos viscosos resonaban ante cada choque de su tejido blando.

Los reyes, con gusto y satisfacción, presenciaban la escena ¿Como no hacerlo? las sobras serían para nosotros. Minutos después, del pantalón ajustado del rey se veía un bulto.

– Cerdo, ven aquí – el rey interrumpió al plebeyo, con ese tono rancio.

El bufón caminó con rapidez hacia el hombre, tomó las cadenas que lo privaban y empezó a jalarlo lejos de la mujer. El cerdo tambaleó hasta llegar ante su rey, cayó de rodillas y miró el piso doblegado. También se veía dulce ¡No me mal interpretes! Aún si las fibras se contraían al masticar, su crudeza era delirante. Pero te juro que las cocinaremos está vez, si es posible.  

– Come – Miró con burla sus pantalones. 

La sangre se deslizaba de su boca; la prenda inferior del rey fue desabrochada. Quizá le perdonaría la vida. Solo... si su satisfacción trascendía.

La Bastarda Del Duque [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora