08 - Abattoir

96 14 55
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


– Podría dedicarse a tocar el piano o pintar – ese sonido amargo y apacible de su voz resonó a mi lado – me parece que manejar e inclinarse por algo tan masculino, como la caza. Ahuyentará a quien sea que la quiera desposar, si es que existe ese alguien.

–  Me parecen palabras imprudentes, en especial si vienen de usted, madre – hice una fugaz pausa mientras apuntaba a una manzana sobre la cabeza de un reno, en otras palabras... sirviente –  Su matrimonio es infeliz, y jamás ha tocado un arma, según sé   – murmuré en un tono algo burlón,  bajé suavemente la escopeta y dejé de sentir la maderada y metálica arma contra mi mejilla.

– Que atenta, sé que desea que le conceda un padre, pero el palo está torcido, al igual que su mira.

Claro, rodé los ojos ante su comentario. Mi padre ahora mismo naufragaba hacia Lobram, allí se encontraba uno de los terrenos del duque y estaba algo abandonado, por ello se aventuró y nos deseó suerte; la vista de mi padre sobre mí  posteriormente, solo parecía despreciar y discernir  cada parte de mí. Jamás me perdonaría aquella salida a la taberna, pero ¿cuál era la diferencia esta vez a comparación de mis anteriores huidas?, ¿por qué ahora mi padre parecía desear mi muerte por un pequeño desliz?

Volví a pegar mi mejilla contra la pesada arma. Mi dedo permanecía firme en el gatillo y mi mirada se mantuvo en el blanco, no me permitiría ninguna distracción, ella quería que fallara. Jalé el gatillo y un fuerte disparo resonó, casi.

– La puntería la sacaste de tu madre – murmuró la duquesa, quién posteriormente estaba recargada contra uno de los tabiques de nuestra morada.

La volteé a ver con algo de desinterés, y vi la pequeña cicatriz que rozaba la parte lateral de su cabeza,  le faltaba un pedazo de oreja, pero si bajaba más podía contemplar una gran marca en la parte externa izquierda de su cuello. Sus ojos estudiaban el cuadernillo con recelo y quizá con asco, sus manos tocaban las letras sobre el papel viejo y presionaba con delicadeza...  no, sus manos tiritaban suavemente con ¿miedo? no, era por el frío del invierno, sí, eso debía ser.

– Charlotte, ¿dejaste de leer? – preguntó, se estaba cuestionando a sí misma, alzó su vista y continuó– me aterra la idea de que te suceda algo. Cuando topé este cuadernillo, oh – pausó en un desaire– rogué a Dios al leer cada página, que no tratase de tí... por eso te lo dí.

– Madre, si se trata de mí o no, hay que estar preparados –contesté con simpleza, miré al venado abrazarse a sí mismo con temor, volví a apuntar.

Bajé un poco la mira, abrí levemente mi boca y dejé salir el aire tras un suspiro; apunté, la imagen de Amon. Maldito animal, su rostro de vez en cuando cruzaba por mi mente y hacía destrozos. Contuve la respiración, fruncí el ceño buscando mi determinación, ya que, solía perderla cuando pensaba en esa noche, ¡habían pasado semanas y se sentía igual de vivido!
Él era quien me seguía, quien detallaba cada paso que daba y en dado caso de que cayera, él era quien me pisoteaba; huí luego de probarlo, era completamente adictivo, tanto que hasta el mismo engreído había desaparecido de mi vida, haciéndome un favor que jamás pedí.

La Bastarda Del Duque [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora