Tardé media hora en encontrar su estudio; el ala oeste era inmensa y dotaba de grandes decoraciones de piel. Pero mi objetivo se encontraba tras esa puerta de roble oscuro, toqué la puerta con determinación. Esperé, pero nadie abrió.
En cambio, escuché el sonido de unas pisadas detrás de mí; al voltear me aseguré de esconder la gargantilla en mi mano lastimada, apreté con fuerza y reprimí el dolor.
— Mon cher Charlotte, no pensé que se despegara de su amo tan fácil o que la dejara fuera de la puerta —escupió frente a mí.
Su camisa era abotonada perfectamente hasta su cuello, del cual colgaba una ligera cadena plateada, ; su abrigo aprisionaba sus extremidades y sus manos estaban escondidas bajo los bolsillos de su pantalón caro. Su piel trigueña a juego con sus ojos grises, salvaje, no se veía pasivo como antes. Fedric lucía su cabello desaliñado y su semblante era decadente, parecía pasar de la seriedad al resentimiento.
Dio algunos pasos hacia mí, fui ágil y di dos hacia atrás, pero a su vez fuí tonta. Mi espalda se tensó gracias al tacto amaderado. Mantuve mi cabeza en alto.
— ¿No piensa saludarme? Creí que le agradaba —su voz parecía juguetona y peligrosa, se acercó aún más— como a Laurent, aun así la vendió.
— No la vendí —Gruñí bajo mi máscara y mantuve mi posición.
— Oh, mon cher, ¿De quién fue la culpa? —Su voz estaba llena de ironía y su cuerpo se enalteció debido a su altura —- ¿Quién es la única mujer acá que desobedece?
— ¿Quién fue el único que permitió en primer lugar que ella estuviera en la caza? ¿También fui yo? —Ataque al preguntar.
Su mandíbula se tensó y el peligro se instaló en sus ojos. Inclinó levemente la parte superior de su tronco y vió los huecos de la máscara, buscando engullir en los míos.
— Mon cher. Está ganando enemigos innecesarios —Susurró con graveza.
— ¿Habla de usted? —Cuestione minimizándolo, avivando su irritación.
Un pequeño sonido me alarmó, sentí la ausencia de la puerta tras de mí. Una mano se apoderó de mi cintura con delicadeza, jalando hacia dentro del marco de la puerta.
— Charlotte, entra —su voz era demandante y jodidamente profunda, Amon se encontraba colérico tras de mí.
Al voltear mi rostro, me topé con el filo de su mandíbula. Sus zafiros determinaban a Fedric con graveza y casi parecía advertirle con su semblante.
— Le roi appelle, Charlotte Dubois —la voz del príncipe frente a mí, robó mi atención. Me había quedado plasmada en mi lugar.
Contuve la respiración al intentar reprimir los impulsos, aquello que palpitaba en mis manos, ira. ¿Mi culpa? ¿Existir era suficiente motivo de culpabilidad? Obedecí.
Entré, haciéndome a un lado de la puerta. Amon cerró de un portazo y caminó evadiendo mi cuerpo. Al interior del estudio pude sentir el olor a tabaco, el del óleo casi era imperceptible y la vista era desastrosa.
Algunos cuadros fueron destruidos y usados como ceniceros; en el centro del cuarto había un palo donde extremidades se apuntillaban y un tórax desgarrado hasta las costillas cedía en el suelo, frente al pequeño pincho de brazos y piernas.
Miré a un lado y vi las máscaras de un par de sabuesos, cerca de estas estaba la puerta donde estaban mis pinturas, la sangre seca se extendía bajo esta.
Mi corazón palideció.
— Limpia — su voz era un gruñido apenas audible, sacó otro habano de su bolsillo y lo prendió.
Sus ojos se veían coléricos, pero admiraba la pintura a un lado de él. Me quité la máscara con cuidado, el poco brillo de sus esmeraldas se direccionó hacia mí. Podía percibir sus más oscuros pensamientos tras su semblante serio, Amon parecía querer asesinarme.
– Laurent no debió morir, lo siento – murmuré, reprimiendo el dolor que me causaba pronunciar su nombre.
Suspiré con pesadez e intenté caminar en su dirección, sentía miedo puesto que aquellos zafiros estaban al borde del homicidio. Mi cuerpo se detuvo en seco al escucharlo hablar de nuevo.
– Lo sé, usted debió ir al infierno en su lugar – Respondió tosco y mantuvo su mirada sobre mí.
– No fue mi culpa, yo quería morir.
Miró mi rostro con desconcierto y tomó una calada del habano en su mano. Su mandíbula se tensaba y su semblante intentaba ocultar su verdadera careta llena de martirio. Luego de unos segundos se animó a dar un par de pasos hacia mí. Parecía clavar sus ojos en el fondo de mis pupilas, destrozando mi corazón o peor aún, quizá estaba en busca de mi alma.
— ¿Por qué no lo hizo? —Cuestionó enarcando una de sus cejas y sonrió ladino— Hágalo, muera. Sería un alivio para mí, una carga menos para el mundo.
Sus palabras rompieron mis tímpanos, y su mirada bajando hasta mis labios agitó mi corazón, dolía. No podía hablar en serio. Pasé saliva con dificultad y fruncí el ceño.
— Porque pensé... por un momento creí que podía ser parte de algo —murmuré afligida.
Mis pensamientos desaparecieron en el revuelo de sus palabras, mi corazón se contraía con lentitud y mis huesos se torturaban bajo la histeria de mi carne.
— Yo pensé-
— ¿Pensó? —Su risa desprendía ironía y sus ojos me veían como la broma más cruda, rota y estúpida del castillo, pero algo ocultaban—. ¿Creyó que podía ser una de nosotros? Alguien con su bajeza no podría ser más que un bufón o una mucama.
Mis escleróticas fueron invadidas por el agua salada, donde la represión de mi dolor se desbordó. Mi garganta me asfixiaba en un intento de castigo.
— ¡Pensé por un momento que- —mi tono de voz fue alto, más que audible, pero las últimas palabras jamás llegaron.
— ¿Su padre no le enseñó a hablar? —su voz ronca bromeó hostil— ¿O su madre? hable, sin miedo. No le morderé la lengua, aún.
Mi mano adolorida sostenía con fuerza la gargantilla entre mi palma vendada. Mi sangre hervía; mi ira congeniaba contra mi tristeza en el ambiente vacío de mi mente.
— Pensé que lo quería —susurré entrecortado, mis cuerdas vocales se oprimían.
Sus ojos destellaron, pero su semblante serio se mantuvo plasmado. El silencio prevaleció en el lugar, tentando mis nervios y rasgando mi corazón.
— ¿Alguien que está a punto del suicidio, es capaz de querer? Eso es irónico, Charlotte. Más viniendo de usted. Errónea en muchos aspectos, inestable, frágil y sin amor propio.
Deje que la gargantilla cayera de mis manos, esa fue mi respuesta. Su cuerpo se encogió al agacharse, tomó el oro entre sus dedos y caminó hasta la puerta siniestra donde residían mis cuadros. La abrió y tiró la joya al interior.
— Mi... ve por ella, recógela, Lotte —Su voz aterciopelada sonaba pasiva.
Gruñí, aun permitiendo que mis mejillas fuesen mojadas a causa de mi debilidad. Me dirigí a esta y cuando di un paso al interior, mis fosas nasales fueron invadidas por el olor nauseabundo. Escuché un portazo tras de mí.
Mis nervios se helaron y mi cabeza dolió con severidad. La luz apenas me permitía una vista de la opacidad del lugar, donde a escasos centímetros de mí, un cuerpo yacía sentado.
Padre.
Le roi appelle: El rey llama
ESTÁS LEYENDO
La Bastarda Del Duque [+21]
Romance-No es una historia de amor, Lissandra. Pero podría serlo; ¿Por qué no vengarse de la corona o follarse al príncipe? ¡Mejor aún, elige las dos! No, espera, no respondas esa pregunta, carissima, pero ¿Por qué no enamorarse de tu verdugo? La joya má...