Sol y Luna

Día 13: Eres mi hogar o boda

El día que Sasuke se enteró del fallecimiento de sus padres, su mundo se derrumbó. Tenía solo quince años y, desde entonces, perdió el deseo de vivir. Descuidó tanto su salud física como mental, y las extraordinarias calificaciones que logró decayeron en cuestión de semanas hasta perder la beca en un prestigioso colegio de Japón. Su hermano mayor, Itachi, asumió el rol de protector mientras se adaptaba a la carrera que había elegido. Fue difícil para ambos, cada uno sobrellevaba el duelo de una manera distinta, pero el menor optó por guardar su dolor, dejándose llevar por la influencia de amistades que no le convenían.

A los dieciséis, la rebeldía de Uchiha era incontrolable; no mostraba consideración por su hermano, quien hacía todo lo posible por cubrir los gastos del hogar. Sin embargo, el adolescente prefería no ir a casa y pasaba el tiempo junto a un grupo de pandilleros que conoció en la escuela pública, ya que, al bajar el rendimiento de sus notas, no había forma de seguir estudiando en el anterior instituto. Itachi vivía en un constante estrés, porque los consejos que le daba parecían ser ignorados. Sentía temor de que, en algún momento, el gobierno le arrebatara la custodia debido a las malas decisiones de Sasuke.

En el último año lectivo, las plegarias de Itachi fueron escuchadas. Sasuke coincidió con un nuevo alumno llamado Naruto, y se podía decir que conectaron muy rápido, quizás porque el chico de bonitos ojos azules era como un rayo de sol, brillante y con una energía contagiosa que, de cierta manera, atrajo al joven. Las escapadas nocturnas habían terminado, ya que prefería observar el rostro sonriente de su amigo, que, durante una de sus conversaciones, lo animó a tomar terapia junto a su hermano. El cambio se dio de forma gradual; Uchiha estaba volviendo a ser el mismo e incluso retomó los estudios.

—¡Hoy me quedaré en tu casa! —expresó Naruto, colocándose la mochila en el hombro—. Ya le avisé a mis padres, así que no tienes excusa para negarte.

—Si ya te estás autoinvitando, no tienes que decírmelo —contestó Sasuke, guardando sus libros—. No pienso darte mi cama; los entrenamientos de fútbol me están pasando factura; siento que me duele hasta los huesos.

—Son las consecuencias de abandonar el deporte, tonto —respondió Uzumaki, mientras jalaba de forma juguetona el brazo de Sasuke—. ¡Vaya, ya se están notando los avances en tu cuerpo!

—¿Es un halago o me estás coqueteando? —inquirió Uchiha, esbozando una sonrisa ladina—. Te veo bastante entusiasmado con mi progreso.

—Tal vez ambas; no me voy a avergonzar por ser directo —rebatió con descaro el rubio, dirigiéndose a la salida del salón—. ¿Qué estás esperando? ¿No te quieres ir?

Sasuke se levantó del asiento para seguir a Uzumaki. Solían bromear, aunque la química entre los dos era evidente. De hecho, Uchiha no tenía problema en admitir que la compañía del extrovertido chico se convirtió en su refugio, el lugar seguro que necesitaba tras una dolorosa pérdida. A veces, al reflexionar sobre su actitud, sentía que conocer a Naruto no fue una simple casualidad; estaban destinados a encontrarse. Así, él pudo darse cuenta de que, si no frenaba, iba a encaminarse hacia la desgracia, porque ya había comenzado a experimentar con sustancias, aun siendo menor. De forma paulatina, se fue alejando del grupo de delincuentes y su relación con Itachi mejoró.

—Nunca te lo he dicho, pero gracias, Naruto —confesó Sasuke cuando se alejaron un poco de la escuela—. Me encerré tanto en mí mismo que no veía el daño que le estaba haciendo a mi hermano, ahora que somos él y yo.

—Sabes que siempre puedes contar conmigo —dijo el hiperactivo muchacho con una sonrisa, empujando a Uchiha.

Los jóvenes caminaban por las vacías calles; era como si en su mundo solo existieran ellos, y Sasuke no iba a desaprovechar la oportunidad. Entrelazó sus dedos con los de Naruto y, para su fortuna, no hubo rechazo. Ambos se miraron y, sin decir palabras, supieron que, a partir de ese instante, todo iba a cambiar.