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Era uno de esos domingos en los que la mañana arrancaba lenta. Mateo y Olivia vivían juntos, y cada domingo tenía su propio ritual. Mateo se levantó primero y fue directo a la cocina, preparó el mate mientras tarareaba una base de rap que tenía en la cabeza. Olivia apareció todavía en pijama, despeinada y con esa sonrisa que a él le encantaba.

—Che, gorda, ¿te pinta ir a la plaza hoy? Me llevo el parlante y vos el termo, tranqui.— le dice mientras revuelve el mate con la bombilla.

—Dale, me viene bien tomar aire y despejar un poco.— responde ella, con un tono cariñoso.

Después de desayunar, caminan juntos hasta la plaza del barrio, esa que Mateo visitaba de chico. Al llegar, él se tira al pasto y le hace lugar a Olivia para que se siente a su lado. Ella se acurruca con el termo entre las manos, mientras él pone un beat de fondo en el parlante.

—Mirá que el mate está medio amargo, eh.— bromea Mateo, pasándole el mate a Olivia.

—Siempre lo hacés así, te pasás de yerba.— le responde ella, haciéndole una mueca divertida.

Mateo suelta una risa y después se pone a improvisar. Empieza con rimas sobre la plaza, sobre Olivia, sobre ellos dos. Ella lo mira con esa mezcla de admiración y cariño que le sale natural, y de repente, él la reta:

—Dale, tirame una rima vos también, que para bardearme siempre sos buena.— dice con una sonrisa pícara, mirándola de reojo.

Ella le sigue el juego, aunque sabe que nunca podrá igualar la rapidez de Mateo. Se arma una competencia de freestyle improvisada, pero al final, las palabras de él se van volviendo más dulces, hasta que termina con una rima que la deja sin palabras:

—Vos sos mi musa, mi reina, la que me inspira cada día, hasta el mate más amargo se endulza con tu risa.—

Olivia se ríe y le da un beso en la mejilla, mientras él la mira con ternura. Después de un rato, se quedan en silencio, disfrutando del sol y de ese momento que parecía eterno. Mateo la abraza, y ella apoya la cabeza en su hombro, pensando que no podría pedirle nada más a la vida.

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