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Mateo y Olivia habían decidido ir al gimnasio juntos, como parte de su nuevo plan de entrenar en pareja. Olivia estaba motivada, mientras que Mateo lo veía como un desafío divertido, aunque no fuera su actividad favorita.

—Dale, Mateo, que te tocan 15 repeticiones más—dijo Olivia, mientras lo miraba desde la bicicleta estática.

—Ya sé, ya sé, pero no es tan fácil como parece—respondió Mateo, haciendo un esfuerzo para levantar las pesas. Se secó el sudor de la frente y la miró—. Igual, me hacés quedar mal con todos, ¿eh? Miro alrededor y sos la que más me descansa.

Olivia se rió y le guiñó un ojo.

—Y bueno, alguien tiene que poner el ejemplo. Además, ¿no decías que los turros también pueden entrenar? A ver si demostrás—lo desafió.

Mateo soltó una carcajada y se tiró al piso para hacer unas flexiones.

—Mirá, mirá, a ver si te alcanzás a este ritmo—bromeó él, mientras aumentaba la velocidad de las flexiones, haciéndolas exageradamente rápidas.

—¡Ay, por favor!—se quejó Olivia, entre risas—. Te vas a cansar en dos minutos. Pero está bien, seguí demostrando, que yo miro y tomo nota.

—Dale, entonces quedate ahí nomás y después me decís qué puntaje me ponés—contestó Mateo, levantándose y sacudiéndose las manos.

Cuando terminaron, los dos se sentaron en un banco a recuperar el aliento, compartiendo una botella de agua.

—Lo importante es que lo intentamos juntos, ¿no?—dijo Olivia, mirándolo con cariño.

—Obvio, amor—respondió Mateo, sonriendo mientras le daba un beso en la frente—. Pero creo que la próxima entreno en casa, porque me hacés quedar re mal.— rió

Ambos rieron y salieron del gimnasio tomados de la mano, disfrutando de la tarde juntos.

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