CAPÍTULO 02

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02. Desastre y Color.

Me despierto con el sonido del despertador, ese infernal bip-bip que parece tener vida propia. La luz que se filtra a través de las cortinas de mi habitación en la residencia es tan intensa que me hace pensar que el sol mismo está decidido a sacar a patadas a cualquier indicio de pereza. Me estiro, intento sacudirme el sueño, y veo el caos que me rodea: telas arrugadas, bocetos desperdigados, y un vestido que aún no he terminado colgado torpemente en la silla.

Con un suspiro, me levanto de la cama. Mis pies descalzos pisan un calcetín sucio, y casi me caigo de bruces. Respiro hondo y me repito que no puedo comenzar el día siendo un desastre, aunque sea tentador. Me meto en el baño, donde mi reflejo me recuerda que mi cabello parece haber tenido una pelea épica con mi almohada. Mientras me lavo la cara, decido que hoy no es el día para perfección, pero sí para un poco de orden.

Mientras me decido por aparentar arreglarme, el sonido de 24k Magic en los parlantes conectados a mi laptop suena por toda la habitación. Me muevo con total agilidad al rededor de la pila de retazos en el suelo, agujas sin punta y uno que otro cono de hilo, amenazandome con hacerme caer. Al tomar una ducha, es irónico que la peor parte de mi día sea decidir qué usaría hoy. Noto que mi vestido —que llevaba con orgullo hace una semana— ahora parece tener más hilos sueltos que una bufanda vieja. Resoplo y me prometo que esta tarde lo arreglaré.

No pueden juzgarme, la universidad me consume y debo tener tiempo para todo, aunque implique no tener tiempo para mi. Mis clases empiezan a las 9:00, y como siempre estoy llegando tarde, me decido por salir corriendo hacia al edificio de diseño con una mezcla de nervios, si llegaba tarde una vez más seguramente terminaría suspendida de la clase de la amargada profesora Mitchels.

Ser soltera, hacer costuras rápidas — fuera de enseñarle a cocer a una bola de especímenes que no sabían que carrera elegir—, anciana y vivir con dieciocho gatos no debe ser tan malo, pero esta señora lo hacía ver como el claro ejemplo de lo que significa vivir una tortura.

El aula está llena de mi grupo de compañeros, que, como yo, son un crisol de estilos y personalidades. Tal vez más personalidades que estilos, a simple vista. La clase de hoy es un taller de técnicas de costura avanzadas. A medida que la profesora habla sobre técnicas de drapeado, me concentro en no perderme en los detalles de su apasionado discurso. Mi mente, por supuesto, se desvía a la idea de un nuevo diseño que quiero probar, uno que incluya un drapeado innovador que combine mi amor por los colores vibrantes con mi obsesión por las formas orgánicas. Anoto ideas frenéticamente, llenando mi cuaderno con garabatos que me parecen geniales y desastrosos al mismo tiempo.

— Eso no luce a nada, Bailey.— dice Vera, una de mis compañeras y probablemente una de mis mejores amigas.

— Porque no es nada...— contesto, centrada en lo que estaba haciendo.— aún.

Vera me observa con una mezcla de curiosidad y escepticismo, pero se encoge de hombros y vuelve a su propio trabajo. En el rincón de la clase, el murmullo de mis compañeros se mezcla con el sonido de las máquinas de coser que empiezan a cobrar vida. Me sumerjo de nuevo en mi cuaderno, el papel ahora lleno de bosquejos y notas caóticas.

DEL AMOR Y DEL MAR || GIOWTTPD Donde viven las historias. Descúbrelo ahora