34 ; la princesa que vive en el corazón del pueblo : 1

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primera persona — Mora

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primera persona — Mora

CUANDO ACEPTÉ ACOMPAÑAR A REY A ENTREGAR LAS CAJAS CON TODO LO QUE HABÍA RECAUDADO, ESPERABA DE TODO MENOS QUEDAR EN EL MEDIO DE ESTO.

La noche había caído lentamente, levantando una refrescante brisa a su paso. El lugar dónde la familia de Rey vivía no era tan feo como hubiese pensado, al menos no como él lo relataba; eran casas muy parecidas, altas y de fachadas simples, con plantas afuera y ventanas enrejadas. 

Las cajas que llevábamos estaban llenas de ropa, alimentos, y un par de cosas que conseguimos de gente copada. Yo estaba ahí, con las manos llenas de donaciones y la cabeza vacía de preocupaciones... hasta que llegamos a su casa.

Cuando cruzamos el umbral, lo primero que sentí fue un aire raro. Denso, pesado. Y ahí lo vi, sentado en el sillón como si nunca se hubiera ido. Su papá. Como si los años de cárcel no hubieran sido más que unas vacaciones, como si todo estuviera en orden. Pero la tensión en la sala era palpable, podía cortarse con un cuchillo. 

Me costó respirar.

Me había contado que estaba preso, que lo habían encerrado por robar, que había sido un tipo violento, y yo asumí que Rey nunca tuvo relación con él. Y la verdad es que él nunca me contó mucho más que eso. No lo hacía por ocultar cosas. Más bien lo sentí como una forma de protegerse, de no querer revivirlo.

Cuando vi la cara de Rey al entrar, entendí que este tipo nunca había sido un padre. Y ahora estaba ahí, como si nada, mandando en su casa otra vez.

Su mamá estaba callada, sentada en la punta de una silla, sin decir ni mu. Los ojos iban de Rey a mí, sin detenerse en ningún punto. Como si mirarnos a los ojos fuera una traición. Y cuando vi a Rey tensarse, lo supe: acá iba a pasar algo. Algo que no podía controlar.

—¡Ey! —dijo su papá, levantándose del sillón con una sonrisa torcida. Nunca había visto esa clase de sonrisa en Rey. No había dulzura, ni calma. Solo maldad contenida. El tipo se acomodó el cinturón, como si hubiera estado esperándolo toda su vida—. Mirá quién volvió a casa.

No le respondió al principio. Se quedó quieto, con las cajas entre las manos, y yo... yo no sabía qué hacer. Mi primer instinto fue salir corriendo, arrastrarlo conmigo, alejarlo de ahí, pero sentía las piernas pesadas, como si el ambiente en esa casa se me hubiera subido al cuerpo.

—¿No vas a saludar a tu viejo? —insistió, alzando la voz. Su tono tenía esa mezcla de sarcasmo y amenaza que te da escalofríos. 

Mis dedos empezaron a temblar, y Rey dejó las cajas sobre una mesa con más brusquedad de la necesaria.

—¿Qué hacés acá? —preguntó al fin, pero su voz estaba llena de un veneno que nunca le había escuchado antes. No lo reconocía. No era mi Rey. Era otro, uno endurecido por la vida, por la mierda que había pasado con este tipo.

𝐜𝐨𝐬𝐚𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝐯𝐨𝐬, rey (margarita)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora