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tercera persona

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tercera persona

DEBIDO A LA INFLUENCIA QUE SU PAPÁ TENÍA ENTRE LOS HOSPITALES DE ZONA, LA OPERACIÓN DEL TRASPLANTE FUE PASADA PARA AQUELLA MISMÍSIMA NOCHE

El auto avanzaba rápido por las calles de la ciudad, el motor rugía bajo los pies de su papá mientras sus manos aferraban el volante con una mezcla de tensión y preocupación. Su mamá iba en el asiento del acompañante, en silencio, mirando por la ventana con la boca apretada en una línea tensa, y Mora, en el asiento de atrás, se tambaleaba entre el miedo y la determinación. 

No había vuelta atrás.

El hospital apareció ante ellos, alto y frío, iluminado por las luces fluorescentes que parpadeaban en la entrada. El aire era espeso, cargado de una quietud que hacía que el tiempo pareciera detenerse. Sentía el corazón latirle en los oídos, más rápido con cada paso que daba hacia las puertas automáticas.

Al cruzarlas, el aroma a desinfectante y alcohol se le metió en la nariz, recordándole que este lugar no tenía nada que ver con la vida diaria que había estado llevando en los últimos meses. Todo lo que había vivido en el Hangar, las risas con sus amigos, las noches compartidas, ahora parecía algo lejano. Esto era algo diferente. Algo definitivo.

Cuando entró al vestíbulo, los reconoció de inmediato: Romeo, Mar y Otto estaban ahí, el último con la cabeza entre las manos, claramente devastado. La mamá de Mei también estaba ahí, de pie junto a ellos, caminando de un lado a otro con pasos cortos y tensos, el teléfono apretado en la mano como si esperara una noticia que nunca llegaba. 

Delfina estaba ahí, sentada al lado de Yamila, en completo silencio. La mirada de Mora se clavó en ella de inmediato, y el pecho se le apretó. Cada vez que la veía, ese nudo en el estómago se hacía más grande. Sabía que era su madre biológica, y desde entonces, esa verdad le quemaba la garganta cada vez que la veía. 

Delfina lo sabía también. Y, sin embargo, nunca le había dicho nada. La traición seguía fresca, latente, un dolor que no sabía bien cómo manejar.

Antes de que pudiera detenerse en ese pensamiento, Romeo levantó la cabeza y la vio.

—Mora... —murmuró, poniéndose de pie rápidamente y caminando hacia ella. Mar y Otto lo siguieron de cerca.

—¿Cómo está Mei? —preguntó Mora de inmediato, sintiendo que las palabras se le atropellaban en la boca. Necesitaba saber. Necesitaba confirmar que había llegado a tiempo.

Fue Otto el que respondió, con la voz temblorosa pero intentando mantener la compostura.

—Ya conseguimos un donante —dijo, sin levantar mucho la vista—. El hospital nos avisó hace un rato. Está todo listo para que la operación sea esta misma noche.

—Ya lo sé —replicó, recuperando el control de su voz, aunque sus manos temblaban. Se sacó la campera rápidamente y metió la mano en el bolsillo trasero del jean, sacando un pequeño sobre doblado. Lo abrió con cuidado y sacó una credencial que había guardado como si fuera oro—. El donante, bah, la donante soy yo.

𝐜𝐨𝐬𝐚𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝐯𝐨𝐬, rey (margarita)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora