14 ; pijamada

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tercera persona

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tercera persona

TERMINÓ TIRADA EN LA SALA DE ESTAR, OVILLOS DE LANA EN SU REGAZO MIENTRAS TEJÍA CON RAPIDEZ. Las orejas de su disfraz habían vuelto a su cabeza, su vestido blanco y corto arremolinado en sus muslos, las rodillas cerca de su pecho. 

El hogar de talentos estaba particularmente agitado esa tarde, como de costumbre, pero la tranquilidad del tejido siempre la ayudaba a desconectarse del bullicio. Sentada en el sillón gastado y mullido, se concentraba en cada punto, en cada lazo que formaba el diminuto cuerpo del gatito que crecía entre sus manos. 

Ya tenía las orejas, el cuerpo, y ahora trabajaba en la cola, ajustando con cuidado para que quedara esponjosa y firme, perfecta para un llavero.

—¡Dale, boludo, no podes negarte! ¡Es LA oportunidad! —la voz de Santiago resonó por toda la sala, y Mora levantó la vista apenas, observando cómo él y Rey irrumpían con esa energía arrolladora que siempre los acompañaba. Iban casi en paralelo con Otto y Romeo, los dos últimos con expresiones de fastidio que parecían grabadas en sus caras.

—Yo ya te dije que no, ¿qué parte de no querés que te lo deletree? —protestó Otto, cruzándose de brazos y mirándolo como si quisiera que desapareciera de su vista.

—Pero... ¡piensen en la fama, las giras, las chicas gritando nuestros nombres! —Santiago insistió, prácticamente brillando de la emoción.

—Eso, ¿no te dan ganas de un par de groupies? —añadió Rey con una sonrisa pícara, pero al no recibir más que miradas de hastío, se encogió de hombros—. Bueno, ustedes se lo pierden...

Sintió un pinchazo en el pecho, un calor incómodo que ascendía por su garganta. No levantó la vista, pero el ceño se le frunció mientras apretaba un poco más los puntos de su tejido. 

Groupies. ¿Eso le gustaba?

El calor del enojo le subió por la garganta, y la imagen de Rey rodeado de chicas con miradas de adoración la molestó mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir.

Cuando la conversación pareció llegar a un punto muerto, Rey, como si fuera lo más natural del mundo, se dejó caer en el sillón junto a Mora. Ella apenas giró la cabeza, enfocada en su trabajo. 

—¿Estás ignorándome a propósito o solo estoy siendo muy aburrido hoy? —preguntó Rey, inclinándose un poco hacia ella, tratando de captar su atención.

Mora no contestó. Las agujas seguían moviéndose, entrelazando la lana blanca con movimientos precisos y rápidos. Su concentración parecía impenetrable, pero Rey no se dio por vencido tan fácil. Observó por un rato el movimiento de sus manos, pero pronto su paciencia empezó a agotarse.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó, inclinándose hacia ella, intentando asomar la cabeza para ver el tejido.

—Un llavero —contestó Mora, sin mirarlo. 

𝐜𝐨𝐬𝐚𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝐯𝐨𝐬, rey (margarita)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora