22 ; corazonadas

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tercera persona

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tercera persona

—QUE RARO VOS SOLA.

Mora alzó la vista, tapándose los ojos de los rayos de sol que le dificultaban ver con claridad. Al principio solo distinguió una silueta recortada contra la luz, pero cuando sus ojos se acostumbraron, una sonrisa se dibujó en su cara al reconocer a Daisy.

—Rey se fue un rato para su casa —explicó—, y Margarita no sé dónde está. Lo bueno es que me queda otra Margarita, ¿o no? 

Daisy le sonrió, sentándose a su lado. Un anotador sobre sus piernas, estiradas cómodamente. Aunque su verdadero nombre era Margarita, todos la llamaban Daisy desde siempre, y aunque al principio no le había gustado el apodo, con el tiempo se había resignado a él, aceptándolo como parte de su identidad. 

—Ya me conocés —dijo, dándole un codazo suave a Mora—, siempre disponible para lo que necesites.

Ambas rieron, y por un momento se quedaron en silencio, disfrutando de la tranquilidad compartida. A lo lejos, se escuchaba el murmullo de la gente pasando, el sonido ocasional de algún auto, pero en ese pequeño rincón bajo el árbol, el mundo parecía detenerse.

Apoyada contra el tronco, observaba a Daisy de reojo. Algo en ella no terminaba de cuadrarle. 

No era la primera vez que la veía así, como si una nube pesada la siguiera a todos lados, aunque intentara ocultarla. Era evidente que no estaba siendo la misma de siempre.

—¿Y cómo estás vos? —preguntó finalmente, mirándola de reojo, rompiendo el silencio mientras jugaba con una hebra de pasto entre los dedos—. Desde lo de Merlín, digo.

Daisy suspiró, su expresión relajada desapareciendo por un instante. Se acomodó un poco en el piso, como si buscara una posición más cómoda, pero Mora sabía que la incomodidad no venía del lugar, sino de la pregunta. 

Era difícil hablar de eso, lo sabía. Después de todo, Merlín y Daisy habían sido una de esas parejas que parecían allegadas (incluso si a Merlín le había gustado Marga desde el mismísimo día que la conoció). 

—Y... acá ando —dijo, con un tono que intentaba ser casual pero que no lo lograba del todo—. No sé, Mora. No sé si estoy bien o no. Es raro... No sé si es tristeza, o bronca, o las dos cosas. O nada. ¿Viste cuando ya ni sabés lo que sentís?

Mora asintió. Podía entenderlo. Las emociones no siempre eran claras, y cuando una relación se terminaba, el vacío que quedaba era difícil de llenar o incluso de identificar.

—Sí, te entiendo —murmuró, intentando que su tono fuera lo más comprensivo posible—. Es un quilombo, ¿no?

—Sí. A veces siento que estoy bien, que ya está, que fue lo mejor. Y después, lo veo con ella y... —hizo una pausa, mordiéndose el labio mientras miraba a lo lejos—. No sé.

𝐜𝐨𝐬𝐚𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐨𝐝𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝐯𝐨𝐬, rey (margarita)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora