CAP. 28: Obsesión

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Flashback

Con apenas nueve años, Minhyun estaba de pie en el jardín trasero de su casa, con el sol del atardecer acariciando su piel; el viento apenas agitaba su cabello bicolor, un reflejo de su madre que lo había heredado como su hermanito, siendo un extraño genoma de conexión que jamás entendió. 

En su rostro, una sonrisa pequeña y calculada que no alcanzaba sus rasgados ojos; era el dulce gesto que aprendió a poner cuando las cámaras familiares se levantaban, cuando el "clic" del obturador marcaba el final de esos momentos vacíos de la familia Shin.

Su padre, de pie junto a él, tambaleaba ligeramente con una mano apoyada en el hombro del primogénito, como si el niño fuera un poste en el que se sostenía. Olía a licor, un olor que ya había llegado a asociar con su presencia desde muy pequeño. El hombre tenía los ojos entrecerrados, la mandíbula apretada, como si cada segundo que pasaba en esa sesión fotográfica fuera un sacrificio. La mano pesada sobre su hombro no era de afecto, sino de obligación.

A su otro lado, Sungh sonreía de verdad, brillando con una inocencia que Minhyun envidiaba, pero que también encontraba penosamente ingenua. Aquel siempre parecía contento; siempre parecía encontrar alegría en las pequeñas cosas, una cualidad que el mayor había dejado de comprender hacía tiempo. 

Su madre, posando al lado del menor, mantenía su semblante perfecto y falso, el llamativo cabello cuidadosamente arreglado, como si su aspecto pudiera ocultar los defectos que plagaban su vida: promiscua. Y aunque los chiquillos eran solo infantes, sabían más de lo que deberían. Sabían que su madre se iba durante largos periodos, que siempre parecía tener la atención de otros hombres, pero no la de su padre ni la de estos mismos.

El flash de la cámara lo cegó por un segundo y cuando parpadeó, la falsedad se desvaneció de inmediato, incapaz de seguir fingiendo. Lo que los demás veían como una familia unida, Minhyun lo percibía como una farsa mediocre, al borde de romperse en cualquier momento. La consternación entre sus padres era enorme, y aunque Sungh, con sus risas tontas y su actitud esperanzada, no lo notaba. Le daba tanta vergüenza admitir tener un hermano, por lo que lo tildaba de inexistente y procuraba fingir que no lo tenía.

**Qué familia más hecha mierda.**

Los gritos del padre por las noches, el sonido de los vasos estrellándose contra la pared, las discusiones en susurros rotos que venían desde la cocina cuando creían que los niños dormían. Y luego estaba Sungh, siempre ajeno a todo, correteando por la casa buscando juegos e inventando tonterías que a Minhyun le irritaban en silencio. Su hermanito vivía en una burbuja de felicidad que parecía impermeable al caos que los rodeaba. Minhyun, en cambio, había aprendido a ser callado, a observar, a esconderse detrás de sus ojos atentos y su mente afilada; siendo aplicado, siempre obteniendo buenas notas en la escuela y menciones de cuadro de honor, pero por dentro se sentía insuficiente. Quería más para poder desprenderse totalmente de la nube negra que lo seguía por el ambiente familiar y personal.

Un día, mientras regresaba de la escuela, vio a un pequeño gatito merodeando en un callejón cerca de su casa. El animal estaba famélico, y su corazón (aquel hermoso corazón que aún tenía a pesar de todo el dolor que cargaba) se ablandó. Sin pensarlo, sacó de su mochila la mitad del sándwich que su madre había hecho esa mañana y se lo ofreció. Lo admiró por comer con voracidad, sus grandes ojos enfocados gratamente en el felino. Por un instante se sintió bien, arrodillándose junto al animal y lo acarició con delicadeza. Nadie lo veía, nadie le decía qué hacer o cómo actuar. Era un bondadoso momento que solo él evidenciaba.

Poco después de ese día, llegó Daniel a su vida. Se mudó al vecindario con su familia y Minhyun no tardó en notar que estudiaban en el mismo instituto. Daniel era todo lo que él no era: extrovertido, simpático, alguien que siempre lograba hacer amigos sin esfuerzo. Al principio lo analizaba desde la distancia, curioso pero reticente. Sin embargo, las circunstancias los unieron. Decidió implementar su esencia para con los demás y fue bien; y poco a poco, su amistad floreció entre ambos.

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