CAP. 11: Cabello blanco

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Syla, nerviosa y emocionada, caminaba sosteniendo un brazo de su mochila sobre su hombro por los amplios senderos de piedra de la imponente Università di Vittoria, cuyas columnas clásicas y detalles renacentistas contrastaban con el alboroto del campus; el verde de los jardines, las estatuas de mármol y las fuentes con sus aguas cristalinas le daban al entorno un aire de inspiración que le era casi imposible ignorar. 

La sensación de novedad la invadía; la arquitectura parecía hablarle, como si cada piedra y arco contuviera secretos pasados y promesas futuras.

En cuanto avanzaba, notaba la diversidad de estudiantes que, como ella, exploraban el campus; grupos de jóvenes reían y charlaban, mientras otros se dirigían con prisa a sus clases. 

Se embelesaba con la energía del entorno. Se sentía pequeña ante la magnitud de la conglomeración, por lo que apretaba fuertemente sus labios para apaciguar la ansiedad; puesto que Aksis iba a entrar por la noche, solo pudo dejarla y con un beso en la mejilla y abrazo, la llenó de fortalezas verbales.

Llegó al edificio donde tendría su primera clase de la carrera de arquitectura. Al entrar, saludó reservadamente a algunos de sus compañeros transferidos que reconoció de su anterior universidad UNION. 

La clase inició, todos se sentaron y la voz del ingeniero llenó el aula. Sin embargo, algo más desvió la concentración de Syla: en el otro extremo de la fila, sentado con una actitud relajada, estaba Daniel Donovan. Quedó pasmada, no esperaba verlo allí.


Después de una clase que la dejó llena de confusiones y con la mano adolorida de tanto escribir, decidió tomarse un momento para relajarse en una de las áreas de descanso del edificio. Tomó asiento en una mesa cerca de una ventana, disfrutando de la vista del jardín antes de revisar sus apuntes. Sumida tratando de entender por más que le costaba, casi no notó cuando alguien se sentó frente a ella. Levantó la mirada y, para su sorpresa, se encontró con el canadiense.

—Hola. —Sonriente.

—Hola. —Extrañada.

—Ey, ¿te gustan las figuras de acción? —Sin abandonar la sonrisa.

La pregunta la dejó más ida y trabada que sus propios apuntes.

—Eh, ¿sí?... ¿Por?

—Jejeje... Tengo unas a la venta por si te interesan. Digo, te veo como una morrita crunge o e-girl que le gusta el anime, animales humanizados o cosas de bandas coreanas.

—¿Me tildas de otaku, furra o k-poper a morir sin conocerme bien?

—¡No! Lo haría si hubiese dicho que no te bañas y vives cortándote las venas a lo emo. —Rio—. Solo te lo menciono porque tengo mis emprendimientos, y ya que te conozco de entre tantos socarrones, ya es familiar para acercarme a ti.

Parpadeó escéptica por la repentina aparición y la extraña introducción. Después rio también, cerrando su cuaderno.

—Okey. Pues sí me gustan ¡las figuras de acción, ojo! —Le apuntó—. No sabía que te dedicabas a eso.

—Encogiéndose de hombros, afirmó—: Es una especie de pasatiempo. Nunca se sabe quién podría estar interesado. ¿Tú coleccionas?

—Negó con la cabeza, sonriendo—. No, realmente no. Pero me gustaría.


Después del horario, ambos estaban caminando seguidos de tanto tumulto de personas dirigiéndose a los parqueos, bibliotecas, chalets, salidas... Reían brindándose mutuamente mayor comodidad; las conversaciones fluían naturalmente sobre otros temas hasta que, inevitablemente, ella no podía con la intriga.

DULCE AMARGURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora