CAP. 12: Dominio

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Syla    

Hoy no llegaré a casa hasta después de cena. Ya le avisé a papá.    

     Aksis

     ¿Y eso? ¿En dónde estás, peque?    

Syla    

Con Minhyun. Me invitó a salir.    

     Aksis

     ¿Él? ¡Cómo es posible!

Syla    

Pueda que sea por cuestiones del ensayo.    

     Aksis

     Hmmm... Se me hace que no solo por eso.

Syla    

Jajaja, es de ver.    

     Aksis

     Cuídate de ese ogro. Suerte y manda un mensaje cuando llegues, si es que aún no esté para la cena. Tengo un proyecto grupal.

Syla    

Okey.    

Estaba de pie junto al ventanal del apartamento del lujoso hotel, observando cómo el anochecer pintaba las antiguas cúpulas y tejados con un resplandor dorado. Su reflejo en el cristal mostraba expectación y nerviosismo; sus manos jugueteaban con el borde de su blusa.

Esperando la hora de cena en su alcoba, una invitación inesperada que la dejó intrigada y un tanto ansiosa. La habitación estaba iluminada por la luz del crepúsculo que se filtraba a través de las cortinas semiabiertas. Una mesa pequeña con un mantel blanco estaba dispuesta en el centro, con dos platos de porcelana fina y copas con vino tinto listas para ser usadas, cuya botella reposaba en un cubo de hielo; las gotas de condensación se deslizaban lentamente por su superficie.

De repente, presintió algo tras suyo. No volteó para verlo allí, recostado en el marco del umbral de la puerta. El varón vestía una camisa blanca de lino, ligeramente desabotonada en el pecho y unos pantalones oscuros que acentuaban sus piernas torneadas. Contemplándola enigmáticamente, como si estuviera estudiando cada detalle su cuerpo.

—¿Qué tanto ves? —Aproximándose.

—La belleza italiana. Me gusta apreciar la vista como propia terapia.

Sus pasos se detuvieron. La chica podía escuchar los latidos masculinos que su pecho brindaba arriba de su cabeza. Ambas manos se posaron sobre sus hombros, y posó la barbilla sobre su derecho; el cálido aliento sobre su cuello y oreja era como oleada de llamas; su tacto la plagaba por completo, provocando que sus pezones se erectasen.

—Eres hermosa —siseó besando su cuello.

Se sonrojó ligeramente, desviando la mirada hacia el suelo, sin saber cómo responder o actuar ante ese cumplido y acción que la aflojaba, incapaz de pensar con claridad.

—¿Eras feliz de niño? —La pregunta detuvo su recorrido de besos secamente. No hubo respuesta, y sin darse cuenta del atrevimiento, prosiguió—: ¿Eras amable antes de ser un descarado? —La soltó de sus hombros, cosa que un frío vacío golpeara dichas partes—. ¿Qué hay de tu cabello?... ¿Alguna vez has amado realmente?

DULCE AMARGURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora