CAP. 1: Genio en ciudad eterna

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Roma estaba más viva que nunca. La ciudad eterna, con su encanto histórico y aura de misterio, vibraba al ritmo de una nueva era del cine. Los medios de comunicación no dejaban de anunciar los estrenos más esperados y los afiches de varias películas adornaban cada rincón de la ciudad, capturando atención de locales, residentes y turistas por igual.

En plazas y avenidas, pantallas gigantes exhibían escenas icónicas que ya habían capturado la imaginación del público. Una secuencia especialmente espeluznante mostraba una antigua villa romana y pasillos envueltos en sombras, mientras un espectro siniestro emergía de las paredes agrietadas, persiguiendo a los protagonistas a través de la laberíntica estructura. En el Coliseo, pantallas mostraban fragmentos de un ardiente romance ambientado en los años cincuenta, donde una pareja se encontraba en un pequeño café al borde del Tíber.

La ciudad, con su antigüedad y modernidad, contribuía con atribuciones inmemorables internacionales para extender el manto de las artes. Convirtiéndose en la gran captura del espíritu mundial, reflejando tanto esplendor como melancolía.

En medio de esta explosión de creatividad, un evento en particular había captado el agasajo de muchos: la llegada de un prodigioso director asiático, un maestro de las adaptaciones.

Siendo una leyenda en ciernes, a pesar de ser de los más jóvenes en la dirección cinematográfica compleja y multilingüe, había alcanzado un estatus casi mítico en dicha industria. Era conocido por su capacidad de transformar películas, incluyendo adaptaciones de libros, sin importar el género, en obras maestras visuales. Su trabajo era exquisito, un equilibrio perfecto entre lo clásico y moderno. Y ahora había llegado a Roma para colaborar con Mariano D'Alesso, uno de los escritores más aclamados de Italia.


La sala de actuación estaba llena de actividad; los miembros del staff corrían de un lado a otro ajustando luces, cámaras y todo el equipo necesario para la gran reunión. La atmósfera era expectación y nerviosismo. Y entonces, se abrió la puerta principal.

Entró aquel varón de veinticinco años de edad, cuya presencia inmediatamente hizo que el área emanara respeto. Alto, su elegante traje negro y gris tallaba perfectamente su figura estética; cada línea del traje parecía haber sido diseñada para resaltar su postura. Su piel era clara, y su cabello platinado ligeramente ondulado caía con aire de desenfado sobre su frente. Caminaba a paso firme y altivo, dirigiéndose hacia la zona de asientos reservada para los supervisores.

Un miembro del staff de pie junto a la entrada fue el primero en saludar con sonrisa nerviosa:

—Buongiorno, signor. ¿Cómo estuvo su viaje?

No hubo respuesta ni sonrisa, solo un leve asentimiento de cabeza mientras continuaba caminando fijo al frente. Había murmullos cuando otros miembros del equipo también lo saludaban.

—¡Es un honor tenerlo aquí con nosotros! —dijo otro coordinador, esforzándose por parecer casual—. Se ve usted absolutamente impecable.

—Esperamos que haya tenido un vuelo cómodo —añadió ansiosa una mujer joven con una carpeta en las manos.

No respondía. Su silencio no era incómodo; era una declaración en sí misma, un recordatorio de su posición y de la distancia que mantenía con el resto del mundo. Su enfoque era absoluto e inquebrantable.

Finalmente llegó al lugar donde lo esperaba Mariano D'Alesso de pie junto a dos asientos reservados. El escritor, un hombre de mediana edad con barba cuidadosamente recortada y una aptitud de confianza, extendió la mano.

—Qué gusto verte por fin en Roma. Como verás, siempre tenemos la costumbre de combinar nuestra jerga al recibir. Espero no incomodarte. ¿Ya hiciste la reserva en tu hotel?

—Jajaja, escuchar expresiones natales... es algo muy fuera de lo formal, pero no me quejo. El ambiente es lo que cuenta. Y sí, ya conseguí la estadía mensual desde Seúl —musitó sin más. Su rostro era lampiño y perfilado; sus ojos rasgados delataban el color negro cuyas pupilas no se distinguían, cejas bien simétricas y rústicas, y labios carnosos; su semblante siempre siendo gélido, serio y penetrante.

—Okey. Nuevamente te agradezco de por vida esta colaboración. Ante cualquier cosa, si se prolonga más tiempo este proceso, te prestaría una de mis propie...

—No. Fácilmente alargaré mi estadía.

—Entreabrió la boca, tratando de idear otras palabras—. Tenemos mucho de qué hablar. Espero estés listo para lo que viene. Ya la editorial está en la otra esquina con los panfletos y guiones.

—¡Producción! ¡Cámaras a tonalidad blanca ambiental a treinta grados luz! —elevó. 

El italiano solo rio bajo e hizo un gesto hacia el asiento a su lado. Otra mujer del staff se acercó interrumpiendo su recuesto.

—Tenemos un cronograma complejo y está organizado de A a Z para escenarios y actores, pero faltan algunos que están siendo arreglados en vestuario y maquillaje.

De entre los del elenco en fila frontal, Minerva Gallo, la protagonista de la trama de infidelidad en la novela, estaba lista para asumir el papel como prototipo; con altura promedio, figura curvilínea y piel trigueña, se destacaba por su largo cabello rizado rojizo, ojos verdes intensos y labios finos, siempre irradiando femineidad y elegancia. Sin embargo, su mirada se posaba juzgadora sobre el canadiense quien interpretaría a su amante.

Daniel Donovan, alto, corpulento, piel clara y cabello corto azabache, miraba al frente con expresión concentrada; sus ojos marrones oscuros y labios rústicos con partes resecas reflejaban un estado optimista en aprovechar la oportunidad que se le presentaba. No obstante, transmitía ansiedad y cierta melancolía, especialmente en relación con la presencia e indiferencia del nuevo dirigente.

—No veo ningún problema con la tardanza... —opinó Mariano.

—Procedan ya —determinó hastiado mientras ambos se sentaban.

Finalmente se acomodó sobre su asiento adornado con detalle bordado en letras blancas sobre el respaldo.

"Shin Minhyun".

DULCE AMARGURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora