16. Dolor Y Perdón

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Sus rodillas tiemblan, sus párpados pesan, se siente indefenso y tan impotente a la vez. Mira lo que queda de su propia sangre en el suelo, sangre que ha brotado de su nariz, de su boca, brazos y piernas. De todo rincón existente de su cuerpo. A través del espejo, observa como la sangre derramada se mezcla de forma amarga con sus lágrimas. Tiene un aspecto patético, todo golpeado y ensangrentado, llorando como un niño pequeño, con sus cejas fruncidas en una mueca infantilmente enojada.

Y es que no sabe a quién odiar en estos momentos: a su familia por atreverse a golpearlo una vez más, a Davos por haber huido sin mirar atrás de nuevo, o a sí mismo por haber permitido que esto suceda. Un Bracken debe mostrar honor, y él ha perdido todo el que le quedaba en el instante en el que se dejó engatusar por un Blackwood, en el momento en el que se dejó humillar una vez más. Se supone que ahora era fuerte, que había crecido y nada iba a volver a ser como antes, nadie podría hacerle daño una vez más. Qué equivocado estaba, sin importar lo mucho que se escude ante los golpes y las palabras crueles, lo cierto es que continúa siendo como aquel niño pequeño que Davos conoció por primera vez. Y cree que eso es lo que más odia. El no haber cambiado nada, el no poder ser fuerte por más que lo anhele, el seguir teniendo que fingir.

Sin poder evitarlo, su puño impacta con el espejo, distorsionando su propio reflejo. Sus nudillos aúllan adoloridos, la sangre no se hace de esperar. Qué importa a estas alturas un poco más de sangre, ya ha derramado demasiada como para preocuparse. E incluso así, viéndose distorsionado en sólo pequeños pedazos de vidrio, sigue sintiendo que luce patético. Siempre luce de ese modo.

[...]

—En algún momento, me marcharé.—no recibe respuesta, aunque es algo que podría esperarse al hablarle a una simple tumba.—Cuando eso ocurra, Nana, no podré volver a visitarte, pero siempre estarás conmigo, te llevaré a donde sea que vaya. Al igual que a Mamá. Es sólo cuestión de tiempo.

Observa el mármol, suave bajo las yemas magulladas de sus dedos, que lo acarician como si fuera aquello lo más preciado que tiene. Algún día, él también estará en ese lugar, un simple trozo de mármol para recordar quién fue alguna vez. Quizá ni siquiera reciba algo así, siendo sólo un sobrino de un lord de una casa pequeña, quien no ha llegado a ser caballero, y ahora duda de que eso suceda. Toda su vida tirada a la basura en cuestión de días. Él había nacido para esto, es lo que siempre había ansiado, ser caballero, luchar y ser siempre leal a la Casa Bracken, porque si no lograba ser caballero, no sería nadie, ¿y quién lo recordaría? necesitaba urgentemente de alguien que pudiera recordar su nombre, alguien, no le importaba en lo más mínimo quien fuera. Sólo buscaba no quedar en el olvido, como su madre.

Con lágrimas en los ojos a causa del dolor tanto físico como mental, se aleja de la tumba, a paso lento, sus botas creando un suave y continuo sonido al impactar con la tierra y el barro. Aeron siente que todo a su alrededor da vueltas, las heridas en sus piernas se abren al compás de su caminar, puede percibir como cae de rodillas, indefenso una vez más, con su cuerpo ardiendo y la sangre brotando de su interior. Trata con todas sus fuerzas de levantarse, continuar hasta llegar a casa, mas le resulta imposible, se mantiene paralizado, su cuerpo tembloroso y ensangrentado. Pronto, todo se vuelve negro.

[...]

Aún se encuentra algo adormilado a causa de aquella leche de amapola que le dieron. Observa desde la ventana de aquella habitación las cálidas tonalidades del atardecer, aquello en otras circunstancias lo habría maravillado, pero ahora, no puede evitar pensar en lo miserable que es: podría estar presenciado tal espectáculo caminando por los terrenos de Seto de Piedra, y ahora, en cambio, tiene que hacerlo a través de una ventana, postrado en esa cama. El maester lo ha dejado solo, asegurando que volvería pronto con más leche de amapola para él y observaría cómo han evolucionado sus heridas en estas últimas horas. Aeron apenas puede moverse, el mínimo movimiento le provoca grandes escocores y dolores, por lo que no tiene más remedio que mantenerse allí, por mucho que quiera huir.

Escucha entonces el sonido de la pesada puerta de piedra siendo abierta, con un crujido irritante. No aparta la mirada del cielo, confiado en que se trata del maester o del ayudante de este. Aquella persona se acerca a toda prisa a él, cerrando la puerta, y entonces, lo abraza.
Aeron trata de removerse, mas pronto descubre que es imposible hacerlo en su estado, a no ser que tan sólo desee empeorarlo.

Cuando el abrazo se rompe, observa como Davos Blackwood lo mira horrorizado, probablemente no se ve para nada bonito en estos instantes. Pero, ¿por qué debería importarle? sin poder creer lo que sus ojos ven, trata de gritar, advertir a todo Seto de Piedra de la presencia de aquel intruso, de aquel traidor. Davos parece predecir sus intenciones, pues delicado pone su mano sobre los labios de Aeron, haciéndolo callar.

—Por favor, no grites. Tan sólo quiero hablar contigo.

—No tengo nada que hablar contigo, Blackwood. Lo que sea que tuvimos fue un error, ¿de acuerdo?

—Para mí no lo fue. Aeron, necesito que me escuches, por favor.—sus ojos suplicantes hacen de Aeron un simple manojo de nervios, incapaz de hablar.—No quise que esto pasara, esa jamás fue mi intención. Aeron, amor, lo siento tanto. No quería huir, quería pasar el resto de la noche a tu lado pero... tenía miedo. Cuando tu familia te encontró, tuve miedo de que me atraparan, me matarán y me separaran de tu lado. Por eso decidí huir.

—En ese caso, ¿por qué estás aquí?

—Para aclarar las cosas, para disculparme. No tengo mucho tiempo, es cierto, pero quería que supieras que mi intención jamás fue abandonarte. Yo te quiero, Aeron, más de lo que te imaginas.

—Davos...—antes de que pueda seguir hablando, algo se interpone entre ellos, interrumpiendo el rostro frente a él. Un ramo de lirios rosas y amarillos se presenta frente a él.—¿Qué es esto?

—Son para ti. Con estos lirios trato de, de nuevo, darte alegría y amor. Y ya sabes que eres tan bonito como los lirios.

Aeron no puede evitar sonrojarse ante esas palabras. Aún recuerda la primera vez que el Blackwood le otorgó un ramo de las mismas características. Recuerda haber dicho que lo aborrecía, pero nada más lejos de la realidad. Mantuvo el ramo en agua, a la vera de su ventana durante muchísimo tiempo, todos los días los observaba y se aseguraba de que tuvieran la suficiente agua y luz solar para sobrevivir. Y cuando los lirios se marchitaron, estuvo días estresado, pensando en cómo se lo diría a Davos, pese que para ese punto su amistad ya había terminado.

—Gracias.

—Aeron, te prometo que pronto nos iremos juntos, lejos de aquí, me aseguraré de que tengas una vida feliz, aquella que siempre quisiste, a mi lado.—Davos acuna su rostro entre sus manos, acariciando su piel herida con sus pulgares.—Y... viviremos felices, nadie nos encontrará ni podrán hacerte daño de nuevo, tendremos una linda casa, con un jardín donde plantar lirios, y entrenaremos juntos, estaremos bien por fin.

—Espero ese momento con ansias.

Davos le dedica una gran sonrisa, y un casto beso es depositado en sus labios, es corto, pero a la vez es tan dulce que Aeron pese al dolor en todo su cuerpo no puede evitar corresponder ansioso. El Blackwood se separa, y tras una última sonrisa y un beso en su frente, marcha a toda prisa, no sin antes prometerle volver a verse. Aeron, una vez vuelve a estar sólo, observa las flores en su regazo, colores vivos que poco encajan con el aspecto que muestra ahora, y pese a eso, no puede evitar sonreír en grande.
Él está más que preparado para dejar todo atrás.



Enredador | Davron Donde viven las historias. Descúbrelo ahora