V - Confesiones Bajo La Luna

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Esa tarde, Sofía se sentía inquieta. La conversación con Alex la había dejado pensando en él más de lo que estaba dispuesta a admitir. Aunque se suponía que debía estar concentrada en sus deberes escolares, su mente vagaba una y otra vez hacia la forma en que sus ojos verdes la miraron antes de despedirse.

Decidida a despejarse, Sofía decidió salir a caminar. El sol ya había comenzado a esconderse detrás de las colinas, y la fresca brisa de la tarde acariciaba su rostro mientras caminaba hacia el parque cercano. Era su lugar favorito para pensar, y en este momento, lo necesitaba.

Mientras se acercaba al pequeño lago en el centro del parque, sacó su teléfono. Clara le había mandado varios mensajes sobre la fiesta del viernes, insistiendo en que fuera. Sofía no sabía si tenía ganas, pero quizás sería una buena distracción.

—¿Sofía?

La voz la sobresaltó. Se giró rápidamente, encontrándose con Alex a unos metros de distancia. Parecía tan sorprendido de verla como ella de verlo. Llevaba su chaqueta oscura de siempre y sus auriculares colgaban de su cuello. La luna, apenas visible en el cielo, iluminaba suavemente su figura.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Sofía, su corazón acelerándose sin querer.

Alex encogió de hombros, avanzando lentamente hacia ella.

—A veces vengo a caminar cuando necesito pensar —respondió, sus ojos fijos en el lago—. Es un lugar tranquilo. No pensé encontrar a nadie aquí a esta hora.

Sofía sonrió levemente, sintiendo una extraña conexión en sus palabras.

—Yo también. Este lugar me ayuda a aclarar mis pensamientos —dijo, mirando el agua que reflejaba la tenue luz de la luna—. Es como si todo fuera más sencillo aquí.

Se quedaron en silencio por un momento, ambos observando el lago en calma. El aire fresco se sentía liberador, y la presencia de Alex a su lado, aunque inesperada, no era incómoda. Al contrario, había algo en estar juntos en ese momento que se sentía... correcto.

—¿Te molestó lo que pasó hoy en clase? —preguntó Sofía de repente, rompiendo el silencio.

Alex tardó un momento en responder.

—No lo sé —admitió—. Estoy acostumbrado a que la gente haga preguntas que no quiero responder. Pero... contigo es diferente.

Sofía lo miró, sorprendida.

—¿Diferente? ¿Por qué?

Alex la miró por un instante, sus ojos reflejando una mezcla de emociones que Sofía no pudo descifrar del todo.

—Porque no me presionas para hablar —dijo finalmente—. No intentas sacarme respuestas o juzgarme como los demás. Solo... me dejas ser.

Las palabras de Alex tocaron una fibra en Sofía. Sabía que él era alguien reservado, alguien que cargaba con su propio peso emocional, pero escucharle decirlo en voz alta lo hacía más real, más palpable.

—No siempre es fácil dejar que los demás te vean tal como eres —dijo ella, en voz baja—. Supongo que todos llevamos alguna especie de máscara.

Alex la miró intensamente, como si estuviera debatiendo algo internamente. Luego, sin previo aviso, soltó un suspiro largo, como si estuviera descargando una carga que había llevado durante mucho tiempo.

—Es por mi padre —dijo, su voz más baja, casi un susurro—. Nos mudamos aquí después de que él... se fue. Fue repentino, inesperado, y eso dejó a mi familia hecha pedazos. Mi madre intenta seguir adelante, pero no es lo mismo. Yo... me siento atrapado entre lo que éramos antes y lo que soy ahora.

Sofía lo miró con sorpresa. No esperaba que Alex se abriera de esa manera, tan pronto. Pero, al mismo tiempo, sintió una inmensa empatía por él. Ahora entendía un poco más por qué se mantenía apartado, por qué prefería la soledad.

—Lo siento mucho, Alex —murmuró—. No puedo imaginar lo difícil que debe ser.

Él asintió, pero no dijo nada. En lugar de palabras, fue el silencio entre ambos lo que habló. Un silencio que, a pesar de todo, no se sentía incómodo. Sofía sintió el impulso de acercarse un poco más, de mostrarle que no estaba solo en todo esto.

—A veces siento que si me acerco demasiado a alguien —continuó Alex—, todo lo que llevo dentro se desbordará. Como si hubiera tantas cosas que no he dicho, que no he procesado... No quiero que nadie más cargue con eso.

Sofía lo miró, su corazón acelerado.

—No siempre tienes que cargar con todo solo —dijo suavemente—. A veces compartir lo que sientes no es una carga para los demás. Es una forma de sanar. Y creo que, a veces, necesitas a alguien que esté dispuesto a escuchar, sin esperar nada a cambio.

Alex la miró, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y gratitud. Por un momento, Sofía pensó que él iba a decir algo más, pero en lugar de eso, simplemente asintió. Se quedaron así, en un silencio cómplice, con la brisa de la noche envolviéndolos y la luna brillando sobre el lago.

Sofía sabía que esto apenas era el comienzo, que aún había muchas cosas que Alex no había dicho, muchas emociones que ambos tendrían que enfrentar. Pero esa noche, bajo la luz de la luna, algo cambió entre ellos. Una puerta que hasta entonces había estado cerrada se había abierto, y aunque el camino que quedaba por delante era incierto, Sofía estaba dispuesta a recorrerlo junto a él.

Y quizás, solo quizás, Alex también estaba listo para dejar entrar a alguien en su mundo.

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