XIII - La Tormenta Antes del Caos

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Sofía nunca había sentido el ambiente de la escuela tan denso, como si un peso invisible se cerniera sobre cada pasillo y rincón. Desde la conversación con Alex, todo había adquirido una intensidad nueva, cada mirada que recibía, cada murmullo en los pasillos, parecía esconder un secreto. Algo estaba a punto de estallar. Lo sentía en el aire.

Esa mañana, al llegar, la sensación era aún más fuerte. Un grupo de estudiantes estaba reunido cerca de la entrada, sus voces bajas, llenas de una tensión que electrizaba el aire. Sofía intentó ignorarlos, pero los comentarios sueltos llegaban a sus oídos: "algo va a pasar hoy", "¿viste a los chicos del equipo?", "se supone que será después de clases".

Ella tragó saliva, el corazón latiéndole más rápido de lo habitual. Sabía que tenía que ver con Alex. Lo sabía. Cada célula de su cuerpo le gritaba que algo malo estaba por ocurrir, y no podía quedarse quieta esperando.

Entró rápidamente en la escuela, buscando desesperadamente a Alex. No lo vio en su casillero ni en la cafetería. No estaba con el grupo habitual de estudiantes que se quedaban en la entrada del auditorio. Mientras subía las escaleras hacia su clase de matemáticas, su teléfono vibró en su bolsillo. Era un mensaje de Clara:

Clara: ¿Has oído lo que dicen? Hay un rumor de que algo fuerte va a pasar hoy después de clases. Cuidado.

Sofía sintió un escalofrío recorriéndole la columna. Estaba segura de que el "algo" tenía nombre: Alex. Y no podía permitir que le pasara nada. No ahora.

—Sofía. —La voz baja y profunda la hizo detenerse a mitad de las escaleras.

Alex estaba allí, en el pasillo, apoyado contra la pared, con una mirada intensa que parecía atravesarla. Tenía las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta y su expresión era indescifrable.

—Alex, ¿qué está pasando? —preguntó Sofía, acercándose rápidamente, su voz un susurro frenético—. He escuchado cosas, rumores... ¿Vas a enfrentarte a esos chicos?

Él la miró por un segundo, y después apartó la vista, su mandíbula apretada.

—No quiero que te preocupes por eso —dijo finalmente, su voz contenida—. Ellos están buscando pelea, pero puedo manejarlo.

—¿Manejarlo? —replicó Sofía, incrédula—. ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? No puedes simplemente "manejarlo". ¡Están esperando para pelear contigo, Alex! Esto no va a terminar bien.

Alex suspiró y se frotó la nuca con frustración. Sabía que Sofía tenía razón, pero su orgullo, su necesidad de no parecer débil, lo mantenía atrapado en una decisión peligrosa.

—Esos chicos no van a dejarme en paz hasta que hagan lo que creen que deben hacer —dijo con un tono sombrío—. No se trata solo de mí. Se trata de demostrar que no pueden controlarlo todo.

Sofía lo miró, sus ojos llenos de preocupación y miedo.

—Pero ¿a qué costo, Alex? —preguntó con la voz quebrada—. No quiero que te pase nada. No quiero que te hagan daño.

El silencio se apoderó del pasillo, y durante un momento, ambos se quedaron ahí, mirando el suelo, sin saber qué decir. Finalmente, Alex dio un paso hacia ella, bajando la voz.

—No voy a dejar que te metas en esto, Sofía. Quiero que te alejes cuando esto empiece. —Su mirada era tan seria, tan firme, que Sofía sintió un nudo en la garganta.

—No voy a dejar que te enfrentes solo a esto —replicó ella—. No puedes pedirme que me aleje.

Alex negó con la cabeza, sus ojos verdes brillando con una mezcla de tristeza y determinación.

—Es por eso que no te dije todo antes —dijo—. Porque sabía que harías esto. Que intentarías ayudar, que intentarías protegerme. Pero esta vez no puedes. Tienes que confiar en que voy a estar bien.

—No lo sé, Alex —respondió Sofía, su voz apenas un susurro—. No lo sé.

Pero Alex no respondió. En lugar de eso, se giró y comenzó a caminar hacia el final del pasillo, dejándola sola con sus pensamientos, con su miedo y con la creciente sensación de que algo muy malo estaba por suceder.

La campana de fin de clases sonó más como una señal de alarma que como un simple aviso. Sofía estaba inquieta, cada minuto que pasaba aumentaba su ansiedad. La hora había llegado, y los rumores se hacían más fuertes. Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados.

Corrió hacia la cancha de baloncesto, el lugar donde todos decían que ocurriría la confrontación. Cuando llegó, vio a un grupo de estudiantes formados en círculo. Y en el centro de ese círculo, Alex y los chicos del equipo de fútbol estaban parados, como depredadores listos para atacar.

—¡Alex! —gritó Sofía, abriéndose paso entre los estudiantes.

Pero él no la miró. Su atención estaba completamente enfocada en el líder del equipo, el chico que lo había estado molestando desde el principio. La tensión entre ellos era palpable.

—No tienes que hacer esto —dijo Sofía, llegando hasta el borde del círculo, su corazón latiendo desbocado—. Por favor, Alex, vámonos de aquí.

Pero antes de que Alex pudiera responder, el líder del equipo dio un paso al frente, su rostro lleno de desprecio.

—¿Vas a correr con tu novia? —se burló—. ¿O vas a demostrar que no eres un cobarde?

Sofía sintió que la sangre le hervía, pero antes de que pudiera decir algo, Alex alzó una mano, deteniéndola.

—No me voy a ir —dijo Alex con calma—. Esto se acaba aquí.

Y en ese instante, el líder del equipo lanzó el primer golpe.

Todo ocurrió tan rápido que Sofía apenas pudo reaccionar. Alex esquivó el primer ataque, pero antes de que pudiera defenderse, los otros chicos lo rodearon. La multitud de estudiantes vitoreaba, el caos crecía a su alrededor, pero para Sofía, el tiempo parecía haberse detenido.

No podía permitir que esto sucediera.

—¡Deténganse! —gritó, desesperada, mientras corría hacia Alex, intentando interponerse.

Pero justo cuando llegó a su lado, un segundo golpe voló hacia Alex... y ella lo vio en cámara lenta, como una película que no podía detener.

Esto no podía estar pasando.

Esto no podía terminar así.

Y entonces, en el último segundo, algo cambió.

Entre miradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora