VIII - Ecos Del Pasado

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El resto de la semana transcurrió como en un sueño para Sofía. Cada vez que estaba con Alex, el mundo exterior parecía desvanecerse, y todo lo que importaba era el espacio compartido entre ambos. Aún así, a pesar de la cercanía que sentía, sabía que Alex seguía ocultando algo, algo que lo mantenía a una distancia emocional de todos, incluso de ella.

El viernes llegó con una tensión palpable en el aire. Era el día de la fiesta de Marta, y aunque Sofía había dicho que iría, una parte de ella seguía dudando. Clara insistía en que sería divertido, pero Sofía sabía que su mente estaba en otro lugar. O más bien, en otra persona.

—¿Vas a venir, verdad? —le preguntó Clara mientras caminaban hacia el estacionamiento después de las clases.

—Sí, claro —respondió Sofía, aunque no estaba del todo convencida.

Clara le lanzó una mirada escéptica.

—Sofi, si no quieres venir, no tienes que hacerlo. Pero creo que te haría bien distraerte un poco —dijo con una sonrisa—. Además, Mateo está muy emocionado porque por fin me animaste a invitarlo. ¡Tienes que estar allí!

Sofía rió suavemente, aunque por dentro aún tenía sus dudas.

—Está bien, iré —cedió finalmente.

Esa noche, después de cenar con su madre, Sofía se preparó para la fiesta. No quería hacer demasiado esfuerzo, pero sabía que Clara apreciaría que al menos intentara. Se puso unos jeans cómodos y una blusa sencilla, dejando su cabello suelto en ondas suaves. Cuando se miró en el espejo, no se sintió particularmente emocionada por la noche que le esperaba, pero algo en su interior le decía que algo importante podría suceder.

Al llegar a la casa de Marta, la música se oía a lo lejos, y las luces de colores iluminaban el jardín delantero. Sofía entró y saludó a algunos conocidos, buscando a Clara en medio de la multitud. Finalmente la encontró junto a Mateo, ambos riendo y compartiendo una bebida.

—¡Sofi! —exclamó Clara al verla—. ¡Qué bueno que viniste!

Sofía sonrió y se unió a ellos, pero su mente seguía vagando en otra parte. Mientras Clara y Mateo hablaban sobre sus planes para el fin de semana, Sofía no podía evitar pensar en Alex. No lo había visto desde la última conversación en la escuela, y aunque no había mencionado la fiesta, parte de ella deseaba que apareciera.

Decidida a no quedarse atrapada en sus pensamientos, Sofía fue a la cocina a buscar algo de beber. Mientras se servía un poco de jugo, escuchó una conversación cercana que la hizo detenerse.

—Sí, he escuchado que Alex no ha sido el mismo desde que se mudó aquí —decía una voz masculina—. Dicen que pasó por algo muy oscuro en su antigua escuela.

Sofía se congeló al escuchar el nombre de Alex. Involuntariamente, se acercó un poco más, intentando captar más detalles.

—¿Tú crees? —respondió una chica, visiblemente intrigada—. Siempre ha sido tan callado. Nunca pensé que fuera alguien con problemas.

—Bueno, eso es lo que dicen. Mi primo fue a la misma escuela que él antes de mudarse. Algo sucedió con su familia, algo grave. Y luego desapareció por unos meses antes de venir aquí.

El corazón de Sofía latía con fuerza. Sabía que Alex había mencionado la muerte de su padre, pero esto parecía indicar que había más en su pasado de lo que él había revelado.

Con el vaso en la mano, Sofía se quedó un momento en la cocina, inmersa en sus pensamientos. Sabía que no debía escuchar chismes, pero las palabras resonaban en su mente. ¿Qué era lo que Alex estaba ocultando? ¿Y por qué no se lo había contado a ella, después de lo mucho que habían compartido?

Antes de que pudiera procesar lo que acababa de escuchar, una voz familiar la sacó de su ensimismamiento.

—¿Sofía?

Ella se giró rápidamente, y ahí estaba él. Alex, parado en la entrada de la cocina, con su chaqueta oscura y esa expresión enigmática que siempre llevaba. Su presencia era una mezcla de sorpresa y alivio.

—Alex —susurró Sofía, sin saber qué decir.

—No esperaba verte aquí —dijo él, acercándose lentamente.

Sofía forzó una sonrisa, aún atrapada en la maraña de pensamientos que la conversación anterior había desencadenado.

—Clara me convenció de venir —respondió ella, intentando sonar casual.

Alex la observó en silencio durante unos segundos, como si pudiera leer la inquietud en sus ojos. Luego dio un paso más cerca, su mirada más suave de lo habitual.

—¿Todo bien? —preguntó, con una preocupación genuina.

Sofía dudó. Parte de ella quería confrontarlo con lo que había escuchado, pero otra parte sabía que no era el momento ni el lugar.

—Sí, estoy bien —respondió finalmente, aunque no era del todo cierto.

Alex la miró con intensidad, pero no insistió. En lugar de eso, extendió su mano hacia ella, una invitación silenciosa para dejar atrás las dudas por un momento.

—¿Quieres salir un rato? —preguntó—. Este lugar está un poco ruidoso.

Sofía miró su mano, y luego lo miró a él. A pesar de las preguntas que rondaban su mente, no podía resistirse. Tomó su mano y juntos salieron de la casa, dejando atrás el bullicio de la fiesta.

El aire fresco de la noche los envolvió cuando llegaron al jardín trasero, lejos del ruido y las luces. Alex se detuvo junto a un árbol grande, y ambos se sentaron en el césped, mirando las estrellas que apenas se asomaban entre las nubes.

Por un rato, ninguno de los dos dijo nada. Sofía sentía la calidez de la mano de Alex en la suya, y aunque sus pensamientos seguían nublados por lo que había escuchado, decidió disfrutar del momento de tranquilidad.

Finalmente, Alex habló.

—Siento que hay algo en lo que estás pensando, Sofía —dijo en voz baja—. Si quieres preguntarme algo, puedes hacerlo.

Sofía lo miró, sorprendida por su franqueza. Alex siempre parecía un paso adelante de sus pensamientos.

—No quiero presionarte, Alex —respondió ella, eligiendo sus palabras con cuidado—. Pero si hay algo más en tu pasado, algo que no me has contado, quiero que sepas que estoy aquí para escucharte.

Alex bajó la mirada por un momento, como si estuviera reuniendo fuerzas para hablar. Luego, lentamente, alzó los ojos hacia ella, su expresión cargada de una seriedad que Sofía no había visto antes.

—Hay cosas que no he contado a nadie —confesó él, su voz apenas un susurro—. No porque no confíe en ti, sino porque ni siquiera estoy seguro de cómo enfrentarlas yo mismo.

El corazón de Sofía latió con fuerza al escuchar esas palabras. Sabía que estaba a punto de descubrir algo importante, algo que podría cambiar todo entre ellos.

Pero, en ese momento, no importaba el misterio, ni los secretos. Lo único que importaba era que Alex estaba dispuesto a abrirse, y Sofía estaba allí, lista para escuchar.

El pasado podía esperar un poco más.

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