32| COMPROMISO INDESEADO

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Las calles de Sirgo, al igual que las de Nagdum, se notaban entristecidas, y no era debido al fuerte invierno que arribó con brutalidad en las tierras del continente, sino, por la dolorosa pérdida de la madre de estado, Lee YeJi, consorte real del pequeño reino al sur de las montañas, esposa del rey Lee JungJin y hermana de su majestad, el rey Jeon, quien había comandado el grupo de búsqueda en cuanto se enteró de aquel atraco en medio de la carretera que unía a las dos naciones.

Después de semanas enteras bajo las feroces tormentas invernales, ambos reyes por fin se dieron por vencidos; pues el carruaje que la transportaba había quedado a la deriva de un cañón con caída mortal, sus pertenencias fueron vilmente robadas, y no había rastro alguno de su cuerpo, no había indicios de lucha, o alguna pista que los guiara a su paradero;  aunque esperaron recibir algún llamado de rescate, nadie los contactó, y no volvieron a saber nada sobre la reina.

En ese momento, y bajo un mutuo acuerdo entre los monarcas, se celebraba el funeral simbólico de YeJi dentro del palacio de Sirgo, en el que sus seis hijos asistieron junto a su padre, quién no mostró algún sentimiento tangible aún estando frente al féretro vacío de la mujer que fue su esposa por catorce años, su compañera desde su adolescencia y quién le dió la vida a su sagrada descendencia.

Jungkook por su parte, se encontraba en un estado crítico, donde la ansiedad y remordimiento le abrían la piel desde sus centros; pues, al igual que en aquel abril, la culpabilidad lo perseguía. Fue él quien le ordenó partir cuánto antes de sus tierras y tan solo horas antes de ver su carruaje abandonar las murallas de su castillo, la había golpeado e insultado, humillado y rebajado a nada, como si su frágil corazón jamás hubiera tenido la habilidad de sentir, como si no hubiera ya sufrido lo suficiente al entregar su vida por una nación a la cual no pertenecía.

Quizás ese era su castigo por su actuar tan egoísta. Tal vez las personas que más amaba debían perecer a causa de todo el daño que le ocasionó al doncel de su vida.

Un músico traído desde Nagdum deleitaba el luto de los presentes, pero no fue su cántico celestial el que provocó una oleada de emociones catastróficas en ellos, sino que su llanto fue provocado al ver al hijo mayor de YeJi aferrarse con insistencia al ataúd lleno de piedras.

Incapaz de regular sus emociones a flor de piel, y no comprendiendo realmente lo que significaba viajar al más allá, Lee HyunWoo intentaba con fervor hacer que su madre despertara, pues, a pesar del poco acercamiento que se les permitía, el infante la adoraba por el simple hecho de saber que había sido ella quién lo trajo al mundo, por todas las veces que lo defendió frente a su padre por alguna travesura, o esas noches en las que le permitía dormir en su lecho para sentirse acompañado. A sus diez años de edad, el joven heredero sentía que le habían arrebatado su más hermoso tesoro, y no estaba listo para afrontar la vida sin su guía, sin voz, sin su compañía. No podía, ni quería aceptar que su madre no regresaría a su palacio como lo había prometido antes de partir.

¿Por qué se la habían arrebatado?

¿Es que acaso no sabían cuánto la necesitaba?

–¡Madre!—, sus sollozos retumbaron melancólicos por todo el salón, sus mejillas ya se notaban enrojecidas por todas las veces que intentó limpiarlas con la manga de su abrigo, y pataleo, luchó y se aferró a ella cuando sus nanas intentaron apartarlo del ataúd. ¿Por qué no le permitían estar con su madre? ¿Por qué seguían arrancándolo de su lado?—. ¡Majestad! Por favor, dígale a mi madre que despierte—, aquella súplica era dirigida a su padre, quién suspiró con evidente fastidio por su arrebato, negando con la cabeza y dándole una mirada de advertencia que se atrevió a pasar por alto para girarse a mirar en dirección al hombre que conocía como su tío. Jungkook lo miró al instante, dándole una mirada compasiva, pidiéndole disculpas por medio de gruesas lágrimas saladas por haberle arrebatado a su madre; pero nunca esperó que HyunWoo corriera hacía él, y mucho menos que se aferrara a sus piernas con tanta desesperación—. ¡Majestad! Es usted el hermano de mi madre, tráigala de vuelta. La extraño, dígale que despierte por favor.

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