El cielo se abril parece resentir la pena, llorando desolado, llamándolo con fuertes truenos, e inundando el reino con su dolor.
Precioso dolcel, tú no debiste morir.
Las calles se pintaron de negro, todos lamentando la perdida del príncipe de Jeon, la esperanza del pueblo, la hermosa luz de luna.
Mientras el pueblo se dejaba empapar por la tristeza del cielo, un pelinegro corría a toda prisa, abriéndose paso, esquivando hábilmente las carrozas y carretas de los comerciantes, dejando que el agua se mezclará con sus lágrimas. Aturdido, adolorido, arrepentido.
Tenía que verlo, necesitaba desesperadamente verlo una vez más, necesitaba con urgencia, verificar que su precioso jazmín siguiera con vida. Porque no podía ser cierto, su esposo no estaba muerto, él no se había quitado la vida.
Desde que era un niño, había dejado de llorar, dejó de visitar a su nana por las noches cuando no podía dormir. "Un monarca nunca llora". Le había repetido su padre hasta el cansancio. Entendiendo como verdad absoluta, que ser frágil estaba mal, que mostrarse débil ante los demás le traería la ruina.
Al ser él, el único varón nacido por su madre, su pase al trono era automático, y a pesar de que aún no asendia al poder, el peso de la corona, era insoportable. Limitandolo en todos los aspectos de su vida.
No tuvo una infancia como cualquier otro niño. Reemplazo los juguetes, por libros, y las tardes bajo la lluvia, para encerrarse en su habitación a estudiar. A penas, y le permitían ver a su madre.
Eso vuelve a cualquier individuo, "fuerte", inexpresivo y egoísta.
Su adolescencia tampoco fue algo digno de admirar. Causando revuelo en cualquier lugar que se encontrará. Queriendo llamar la atención de su padre, pues si no podía hacerlo sentir orgulloso, al menos lo haría sentirse decepcionado.
Cualquier cosa estaba bien, mientras lo mirara, estaba bien.
Jungkook era fuego. Incontenible, desbordante, insaciable.
Cuando se enteró que sus padres lo habían comprometido con un doncel, su orgullo se vio herido, ultrajado y pisoteado. Los donceles, eran vistos como los seres más aborrecibles, y asquerosos; un defecto en la naturaleza, hombres que no debían dar vida. Él jamás había visto uno, pero ya que todos juraban que eran horrendos, él también lo creyó. Estúpidamente se dejó guiar por la opinión errónea de otros, de sus semejantes. Varones.
Pero cuando sus ojos se posaron en él, en su Taehyung, supo que era una cruel mentira. Kim Taehyung era precioso, divino, etéreo y perfecto. Con su sonrisa rectangular, y sus labios de corazón; sus mejillas sonrojadas como preciosas manzanas, y esos preciosos ojitos de miel, que se convertían en medias lunas cuando sonreía.
Cuando le sonreía.
A lo largo de su vida, aprendió muchas cosas, desde luchar en el campo de batalla, hasta idiomas que jamás pondría en práctica; pero nadie le enseñó a querer, nadie le mostró como hacerlo. Jungkook creía fielmente que no podía hacerlo, que podía diferenciar el amor del deseo, porque ya lo había vivido. Creyó que jamás sentiría la dicha de amar. De amar y ser amado. Taehyung rompió todas sus barreras, ese joven castaño, se adhirió a su piel, de mil maneras posibles.
Estaba tan asustado, tan fragmentado, que su primera reacción fue alejarlo. No quería que nadie hablara de él, no quería que creyeran que le gustaba el castaño, porque lo hacía, le gustaba, le gustaba tanto que aveces sentía perder la capacidad de pensar.
Y cuando le perdono. Cuando descubrió su inocencia, decidió aprovecharse de eso. Engañandolo una y otra vez. Él seguía disculpandolo, seguía amándolo pese a todo.
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FATE
Fanfiction¿La venganza es tan dulce como dicen? ¿Cómo pudo un corazón tan puro llenarse de tantas espinas? En un mundo donde ser un doncel es considerado antinatural; el apuesto príncipe heredero de un reino en desdicha, se ve obligado a contraer matrimonio c...