29| LA HABITACIÓN DEL REY

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Su primer error fue confiar en el destino, tomar la mano de su verdugo y dejarse envolver entre esa red de mentiras y adulaciones que no pudo negarse a recibir.

Después de un baile en medio de las calles del pueblo, Taehyung quedó hipnotizado, perdido en la profunda mirada que escondía los más terribles secretos. Preguntándose a sí mismo, cómo es que el otro podía ver dentro de sus ojos apagados todo el dolor que sentía; quizás, y si ponía demasiada atención, podría encontrar el vacío que dejó su alma cuando decidió abandonar su cuerpo, el hueco que no podía llenar con nada, ni con nadie; ese espacio en su corazón que le pertenecía únicamente a él.

Sintiendo su respiración fallar debido al ajetreado recorrido que lo había llevado justo a ese momento; sus piernas perdieron fuerza y sus manos se aferraron al saco blanco que escondía su abrigo. No tenía ni la más remota idea de lo que sucedía; no alcanzaba a recordar cuáles fueron las decisiones que tomó para estar ahí, entre los fuertes brazos de aquel amor que siempre creyó imposible, y que tanto sufrimiento le había causado.

Incluso perdió la noción del tiempo, su nombre y su historia se redujeron a nada. No existía rastro alguno de ese odio y remordimiento que lo había acompañado desde aquel abril; lo único que sabía, lo único que sentía, era su cálido aliento chocando contra su rostro, sus manos apretando su cintura vestida y esas inmensas ganas de fundirse en su piel; de aferrarse a la vida y a ese amor que seguía vivo y latente dentro de ambos.

Entre tanta incertidumbre, Jungkook era su única certeza.

El causante de su muerte era el único con el poder de regresarlo a la vida. 

– Devuélveme a la vida. — pronunció en un suspiro apenas perceptible para el otro, muy cerca de los labios impropios; suplicante y anhelante, desesperado por algo, cualquier cosa que pudiera aliviar esa quemazón que sentía por dentro. Ignorando los alaridos del gentío a su alrededor, quienes eran espectadores de ese encuentro tan íntimo que se había formado entre ambos. — Por favor, Jungkook, sálvame de la oscuridad...

El aludido, igualmente intoxicado por el alcohol que habían bebido, afianzó su agarre en la cintura del doncel, pegándolo a su cuerpo con necesidad brutal; tomando valor e impulso de su evidente embriaguez. Él tampoco tenía idea de lo que estaba ocurriendo, pero le pudo más su deseo por darle esa vitalidad que le había arrebatado.

– Taehyung, mi amor... — pronunció su nombre tras una larga exhalación; dejándose llevar por el momento, despacio y con cautela, su rostro se fue acercando al del castaño, quién cerró los ojos por mera inercia, y abrió sus labios ligeramente para recibir ese beso que desde el primer día esperó ansioso. — Te amo más que a nada.

En ese momento, con aquellos amantes entregándose sus almas en un beso que carecía de malicia, o segundas intenciones, el firmamento se vió artificialmente iluminado por cientos de destellos en colores vivos e inimaginables. La tormenta de nieve que estuvieron esperando, también acompañó a los monarcas de Sirgo, que seguían inmersos en su mundo, acariciando los labios del otro contra todo pronóstico.

La gente estalló en euforia debido al romántico encuentro de esos hombres en medio de la plaza; aplaudían y silbaban contentos por el espectáculo que estaban dando; pero, como cualquier cuento de fantasía, la felicidad se transformó en angustia, y sus risas se apagaron hasta convertirse en jadeos sorpresivos.

Al menos dos docenas de guardias reales aparecieron en medio del festival, con una expresión sombría en sus rostros. Empujando a quienes se interpusieron en su camino, para después arrodillarse frente a los reyes, quienes ni siquiera notaron su presencia, demasiado perdidos en su mundo ideal, uno en el que solo ellos existían.

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