Capítulo 17

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Pedri llegó a su departamento sintiéndose pesado, como si llevara el mundo sobre sus hombros. La puerta se cerró con un suave clic detrás de él, y se dejó caer contra ella, respirando hondo, tratando de ahogar las emociones que lo atormentaban. Las risas burlonas de Fermín y Ansu resonaban en su mente, una y otra vez, y no podía evitar que esas palabras se filtraran en su interior.

Con una determinación resignada, se dirigió al baño, apagando las luces del pasillo mientras se acercaba al espejo. Se miró fijamente, y el reflejo que vio no le agradó. Las ojeras acentuadas, el brillo apagado de sus ojos, y la expresión de desánimo le devolvían una imagen que no podía soportar.

—Eres un desastre, Pedri —se dijo en voz baja, sus palabras resonando en el silencio del baño—. No eres suficiente. Gavi se fue con Ana porque… porque simplemente no le interesas.

Se acercó más al espejo, apretando los labios y forzando una sonrisa que no se sentía auténtica. Su mente comenzó a bombardearlo con pensamientos hirientes.

—Mira cómo estás, mira lo que has hecho de ti mismo. Nadie querría estar contigo. Eres débil, y Gavi lo sabe —susurró, la tristeza mezclándose con la rabia hacia sí mismo.

Podía recordar cómo la sonrisa de Gavi había iluminado su día, pero ahora solo había sombra y decepción. Las imágenes de Gavi riendo, disfrutando con Ana, lo atormentaban. Cada vez que pensaba en el beso que había visto, su corazón se encogía un poco más.

—Te dejaste llevar, como siempre. Creíste que podías ser algo más para él —continuó hablándose, sus ojos enrojeciendo por la mezcla de frustración y tristeza—. Pero no eres más que un amigo, un chico más en su vida llena de chicas.

Bajó la cabeza, sintiéndose cada vez más pequeño. Sus manos temblaban ligeramente mientras se apoyaba en el lavabo, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a brotar. Intentó contenerlas, pero fue en vano.

—Gavi no necesita a alguien como tú. Nunca lo necesitó —murmuró, y al escuchar sus propias palabras, sintió que un trozo de su corazón se rompía aún más.

La autocrítica se volvió un torrente de emociones, y dejó que las lágrimas fluyeran libremente mientras miraba al espejo. La imagen de un chico que había soñado con ser un buen amigo, que anhelaba algo más, se desvanecía ante sus ojos. Era como si el reflejo que veía no fuera él, sino un extraño perdido en un mar de inseguridades.

Después de un rato, Pedri se apartó del espejo, limpiándose las lágrimas con la mano. Sabía que tenía que salir de ese estado, que no podía dejar que Gavi tuviera el control sobre su felicidad. Pero era más fácil decirlo que hacerlo, y la verdad era que cada vez que pensaba en Gavi y Ana, su corazón se quebraba un poco más.

Con un suspiro profundo, se enjuagó la cara, intentando recuperar un poco de compostura. No quería que Gavi lo viera así, no quería que él supiera cuánto lo afectaba. A pesar de todo, había una parte de él que deseaba que Gavi lo notara, que lo extrañara. Pero en su corazón sabía que eso era solo un sueño.

Salió del baño y se dirigió a su habitación, sintiendo una vez más el peso de su soledad. En ese momento, se prometió a sí mismo que no dejaría que la tristeza lo consumiera. Tenía que encontrar una forma de levantarse, de dejar de ser la víctima de su propia historia. Pero el camino se veía incierto, y las sombras del pasado continuaban acechando.

La noche avanzaba y el silencio del departamento de Pedri era abrumador. Después de varios intentos fallidos por distraerse, finalmente se había dejado llevar por el cansancio y se había acomodado en el sofá, sumido en sus pensamientos oscuros. No había escuchado el timbre de la puerta hasta que sonó de nuevo, rompiendo la quietud.

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