027, everything it takes

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RACER

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RACER.
(Baby, we're so rare,
can't stop it, like a monster)

POV LANDO NORRIS
⌛️; miami grand prix

El sol de Miami me ensordecía y me obligaba a entrecerrar los ojos, aunque la luz parecía menos intensa que la que irradiaba el podio

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El sol de Miami me ensordecía y me obligaba a entrecerrar los ojos, aunque la luz parecía menos intensa que la que irradiaba el podio. Crucé la línea final en P17; ni de lejos fue mi mejor carrera ni algo digno de recordar. Al contrario, mientras veía a lo lejos las cámaras y el entusiasmo, notaba la emoción por el ganador, y me costaba creer que era por Mía.

Las noticias de que había ganado el Gran Premio en un Williams me golpearon con una mezcla de sorpresa y algo... de orgullo, aunque me lo negara. Miami ya era el caos personificado, con la humedad pegándose a la piel y el incesante ruido del paddock en ráfagas; la pista había sido un monstruo hoy. Pero el verdadero eco que no podía quitarme de la mente era ella. ¿Por qué me importaba tanto Mía Blair?

Me dirigí al hospitality de McLaren, pensando en cada curva, cada momento en que mi concentración fallaba, cada mirada a los retrovisores esperando verla detrás de mí, y me pregunté si esto se había vuelto algo más personal que una competencia. Era complicado, caótico incluso, y creo que eso era lo que me hacía odiarlo y, a la vez, no querer parar. Aunque quisiera decírselo, ¿cómo podría acercarme y contarle lo que significaba para mí? La imagen de aquel último beso seguía atormentándome, y, a decir verdad, me pesaba más que cualquier error en la pista hoy.

Me senté solo un momento, jugueteando con el teléfono. La pregunta me carcomía: ¿Pensará ella en mí? Sabía la respuesta: no de la manera en que yo pensaba en ella. Me sorprendía cómo ella, una piloto que me había visto como un rival, había logrado atravesar cada barrera que había construido. Aunque era la primera mujer en la F1, lo que la hacía destacar era algo mucho más profundo. Mía irradiaba un fuego único; no necesitaba que le dijeran nada porque lo demostraba con cada vuelta. Y sin embargo, cuando se fue aquella noche, después de aquel beso, no me dejó respuestas, sino un vacío. Cerré los ojos y tomé aire, dejando que el silencio se mezclara con el eco de ese instante, como si pudiera encontrar algún alivio.

Abrí el teléfono y vi una conversación mía con Max Fewtrell sobre Mía. Sonreí un poco, recordando las palabras sarcásticas de Max cada vez que hablábamos de ella. No era solo su actitud ni su nombre en las noticias, ni la forma en que soltaba sus respuestas en entrevistas. Era algo más, un interés que había crecido en mí sin siquiera darme cuenta. Mía era ella misma, pura y simple. No ocultaba su intensidad, y aunque estaba acostumbrado a mantener la distancia de otros pilotos, algo en ella me desarmaba.

No quería contarle todo. ¿Por dónde empezar? Ella se había lanzado con la misma intensidad con la que vivía la pista y luego, como si de repente hubiera visto algo que la asustaba, se había alejado. Su mirada fue lo último que vi esa noche, y me di cuenta de que me había dejado clavado en el asiento. Tenía ese poder sobre mí, un poder que ni siquiera entendía. Ni siquiera estaba seguro de lo que Mía sentía, de cómo me veía. Pero la realidad era que ya no podía volver a la normalidad. Quería seguir mi vida como siempre, ignorando estos sentimientos, pero ella ya era parte de mí, lo quisiera o no.

Apagué el teléfono y me quedé allí, en silencio, mientras el ruido del paddock seguía retumbando a lo lejos. No quería regresar a ese alboroto ni ver la celebración sin saber si estaba ahí por ella o por mi equipo. Así que me levanté y caminé hasta la parte trasera del hospitality, donde el aire estaba algo más tranquilo. Me recargué en la pared, cerrando los ojos.

Y luego, como si el destino quisiera recordarme de lo que escapaba, escuché el bullicio en el podio. Ahí estaba ella, ganadora del Gran Premio de Miami, con una sonrisa que parecía brillar en el centro de todo. La miré desde lejos, intentando descifrar la mezcla de sentimientos en su expresión. No estaba simplemente feliz; era más que eso. Había una dureza en su rostro, una especie de nostalgia amarga, como si esa victoria tuviera más peso del que yo podía comprender.

Sentí el impulso de acercarme, de decirle algo, aunque fuera una tontería. De preguntarle qué había significado ese beso para ella. Pero sabía que no era el momento. La vi sostener el trofeo con manos firmes, con una mezcla de orgullo y algo más en su mirada, algo que me dolía reconocer: estaba tan lejos de mí como cuando comenzamos esta temporada. Y, a la vez, ese sentimiento no me era suficiente. Necesitaba entender qué había detrás de esa frialdad, detrás de su decisión de dejarme en el auto aquel día. No quería dejarlo así.

Suspiré y me apoyé contra la pared, sintiendo el calor de la tarde y mis latidos acelerados. Los flashes de las cámaras la iluminaban, destacándola en medio del ruido. A mi alrededor, los mecánicos y el resto del equipo celebraban, pero no podía dejar de mirarla. Me pareció extraño que, en medio de su momento de gloria, su rostro cambiara un segundo, dejando ver una sombra de preocupación. ¿Qué le estaba pasando?

Justo en ese instante, vi cómo alguien se le acercaba, su mánager, Amelia, tomándola del brazo y susurrándole algo al oído. Mía no reaccionó de inmediato, pero luego asintió con la cabeza, dejando que la guiaran lejos del podio, sus pasos rápidos y sin volver a mirar atrás. Algo no estaba bien, y aunque mi primer instinto fue ir tras ella, me quedé en mi sitio. Parecía que se iba con algo que no quería compartir con nadie.

El peso en mi pecho se hizo más fuerte. No podía soportarlo más. Mandé otro mensaje, uno que probablemente sonaba demasiado preocupado:

"Hola, Mia. Sé que quizás estás confundida o, no sé, arrepentida, pero necesito saber por qué te fuiste del podio en Miami. Estoy preocupado por ti. Felicitaciones, por cierto. ¿Estás bien? ¿Necesitas hablar?"

El mensaje quedó ahí, sin respuesta, como el resto de mis intentos. Cada vez que intentaba dar un paso hacia ella, algo nos volvía a separar. Me enojaba, pero no me sorprendía. Mía había construido una muralla tan alta a su alrededor, como si le diera igual lo que el mundo pensara, pero algo en sus ojos me decía que no era cierto. Mía no era de piedra, aunque quisiera aparentarlo. Sabía que ella también sentía algo, algo que la asustaba, quizás.

Las preguntas sobre el significado de aquel beso o si realmente estaba dispuesto a luchar por alguien que tal vez no quería dejarse querer no cesaban. No me gustaba admitirlo, pero sabía que, en el fondo, había una conexión entre nosotros que iba más allá de la pista. Quizás ella no era consciente de ello. Tal vez yo tampoco lo comprendía del todo. Pero ambos lo sentíamos.

Volví a caminar hacia el paddock, recordando el primer día que la vi. Mía, sin importarle lo que los demás dijeran, se había impuesto con fuerza. Había soportado comentarios, burlas, críticas. Había mirado a todos los pilotos de frente, desafiante, incluso a mí. Y por eso me atraía tanto. Porque sabía que ella no era como los demás. Era alguien que no se conformaba con ser una piloto más; estaba dispuesta a romper moldes.

Quería entender por qué se alejaba. Quería saber si, como yo, había pasado noches pensando en lo que nos unía. Pero tal vez esa era mi cruzada y no la suya. Mía era una corredora, alguien que vivía por las estadísticas, por los récords y por lo inalcanzable. Quizás yo solo era parte de su camino, parte de su historia, pero no el destino.

Los flashes y el ruido continuaban, pero ya no me importaban. Me quedé observando el lugar por donde Mía había desaparecido, con la certeza de que no sería la última vez que intentaría acercarme a ella, y con el peso de no saber si eso significaría terminar en la misma soledad en la que me había dejado. Pero no podía rendirme.

Sin importarme lo que significara.

RACER  - L.NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora