028, fight

451 39 0
                                    

RACER

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


RACER.
(Baby, we're so rare,
can't stop it, like a monster)

 (Baby, we're so rare, can't stop it, like a monster)

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Habían pasado días en los que apenas cruzaba una palabra con Kai

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Habían pasado días en los que apenas cruzaba una palabra con Kai. Desde que mamá falleció, se había convertido en una sombra que nos seguía a todas partes. Kai se mantenía a flote, sobrellevando la ausencia de ella como podía, pero a mí me superaba. No soportaba el silencio, ni la presencia de mamá que parecía haberse quedado impregnada en cada rincón de la casa.

Aquella noche bajé a la cocina en busca de agua y lo encontré sentado frente al comedor, con un álbum de fotos en la mesa. Desde donde estaba, vi imágenes que yo misma había evitado mirar en días. Mamá, Kai, yo... cada página contenía una versión nuestra que no quería recordar.

Suspiré, con un nudo en el pecho que intenté ignorar.

—¿Otra vez con eso? —pregunté con frialdad.

Kai levantó la mirada hacia mí, sorprendido y algo molesto, aunque intentó disimularlo. El reflejo en sus ojos fue suficiente para que me diera cuenta de que mis palabras le habían dolido.

—¿Qué tiene de malo recordarla? —respondió en voz baja, esforzándose por mantener la calma.

Apreté los labios, incapaz de contener la frustración que llevaba días acumulada.

—¿Para qué, Kai? ¿Crees que mirar esas fotos va a hacer que mamá vuelva? Ella está muerta. Da igual lo que hagamos o dejemos de hacer; no va a cambiar nada. Ni siquiera le importa. No puede —las palabras salieron de mi boca con una frialdad que no reconocí, pero me negué a arrepentirme.

Kai me miró, y pude ver cómo una chispa de rabia se encendía en sus ojos. Jamás le había visto así.

—¿Eso piensas? —preguntó, visiblemente afectado—. ¿Que da igual lo que hagamos? ¿Que no vale la pena recordar a mamá, porque para ti ya no importa? ¿Tan poco significa para ti?

Sentí una risa amarga escapar de mis labios.

—Por Dios, Kai, no se trata de que no signifique nada. Se trata de aceptar que ella ya no está. Y mientras tú te empeñas en mirarla como si eso fuera a cambiar algo, yo prefiero enfrentar la realidad. No tengo intenciones de vivir pegada a su recuerdo.

Kai me observó con una dureza que jamás le había visto antes. Su expresión, normalmente calmada, estaba llena de reproche y decepción.

—Yo no soy así, Mía. No soy tan frío como tú, tan indiferente. No sé en qué momento te convertiste en alguien tan... insensible, tan incapaz de mostrar lo que sientes. A veces me pregunto en qué momento del camino te perdiste a ti misma, cuándo dejaste de ser la hermana que conocía. Te has vuelto tan egocéntrica que ni siquiera ves lo que tienes frente a ti. Y, si sigues así, te vas a quedar sola.

La acusación me golpeó fuerte, y aunque sus palabras eran injustas, no pude evitar que una mezcla de furia y frustración me inundara.

—¿Ahora soy yo la que está mal? —espeté—. Perdóname si no me encierro en mi cuarto a llorar como tú. Perdóname si no soy esa hermanita que recuerdas. No soy tú, Kai. No quiero vivir en el pasado. Tengo un futuro, tengo una vida, y no voy a desperdiciarla llorando cada día por algo que no puedo cambiar.

—¿Un futuro? —repitió, con desdén—. ¿Y de qué te sirve si sigues así? ¿De qué te sirve si te conviertes en alguien incapaz de querer, de dejar que los demás se acerquen? —Kai respiró hondo, pero no dejó de mirarme con esa mezcla de tristeza y enojo—. Eres tan egocéntrica que ni siquiera te das cuenta de que, si todo sale mal, si algún día te quedas sola, será porque tú misma has alejado a todos.

Noté que mis manos temblaban. La culpa y el orgullo se arremolinaban en mi pecho, y sentí que debía defenderme a toda costa.

—Quizá prefiero estar sola —respondí, mi voz temblando—. Prefiero estar sola que seguirte el juego. No soy tú, Kai. No necesito martirizarme. Si prefieres juzgarme en lugar de entenderme, entonces... entonces, quizás sea mejor que cada uno siga con su vida, ¿no?

Kai retrocedió, y vi cómo lo herían mis palabras. Algo en su mirada reflejó una decepción tan profunda que me hizo sentir como si estuviera perdiendo a alguien más.

—Eso fue bajo, Mía —dijo, su voz rota—. Entiendo que estás herida, que quieres protegerte, pero, aun así... ¿de verdad crees que tú eres la única que está lidiando con esto? Mamá no solo era tuya, ¿sabes? También era mi madre. Tú no eres la única que está perdiendo.

Sentí una punzada de culpa, pero no supe cómo dar marcha atrás. Las palabras salieron solas, como si el peso de la rabia y la tristeza las guiara.

—No tienes idea de lo que es ser yo, Kai —dije, en un susurro—. No tienes idea de lo que es tener que demostrar todos los días que puedes con todo, porque todos esperan que seas fuerte. Tú puedes llorar sin que nadie te juzgue. Yo no puedo permitírmelo. Yo no puedo derrumbarme, porque todos esperan algo de mí. Así que no, no me pidas que lo entienda de la misma forma que tú.

Kai negó con la cabeza, sus ojos fijos en mí.

—No tienes que ser fuerte para nadie, Mía. Solo tienes que ser humana. Pero tú misma decidiste dejar de sentir, encerrarte y dejar fuera a todos los que queríamos ayudarte. Y si algún día te das cuenta de que te quedaste sola, será porque tú misma te apartaste.

Me giré para salir, pero mis piernas no respondieron. Era como si el peso de sus palabras me anclara al suelo. Los recuerdos de mamá, la presión, el dolor y la soledad me golpearon de golpe. Quizás Kai tenía razón. Quizá sí me estaba alejando de todos para evitar el dolor de perderlos. Pero admitirlo me haría sentir débil, rota.

Kai suspiró, apartando la mirada de mí. Con un paso lento, recogió el álbum y me dedicó una última mirada, una mezcla de compasión y decepción. Se giró y salió de la cocina, dejándome en un silencio que solo se rompía con mi respiración entrecortada. Sabía que esta vez había cruzado una línea.

Me acerqué lentamente a la mesa y abrí el álbum. Una foto de mamá y yo sonriéndole a la cámara capturó mi atención. Sentí cómo la barrera que había puesto se rompía en pedazos. Miré la imagen, mis manos temblorosas acariciando la foto, como si pudiera sentir su presencia a través del papel. Las lágrimas brotaron sin aviso, y esta vez no intenté detenerlas.

RACER  - L.NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora