46, blue side

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RACER

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RACER.
("champ" that's my title,
speed up till the maximum.)

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Otro día más. No quiero salir de la cama a enfrentarme al mundo de afuera. Joao había salido temprano a su entrenamiento matutino mientras yo me quedé aquí, perdida entre las sábanas. Tenía claro que debía empezar a entrenar o, de lo contrario, perdería todo lo que había ganado esta temporada. Es increíble cómo una temporada tan intensa puede sacar inseguridades que ni siquiera sabía que tenía.
El sonido de la puerta abriéndose me sacó de mi ensimismamiento. Joao entró al departamento, cargando una bolsa de papel con lo que supuse era el desayuno. Su cabello aún estaba húmedo por la ducha, y la sonrisa en su rostro era tan cálida como siempre.
—Buenos días, dormilona —dijo mientras dejaba la bolsa en la mesa y se quitaba la chaqueta deportiva. Su tono era suave, pero percibí la preocupación en su mirada.
—No tengo mucho de "buenos días" hoy —respondí desde la cama, intentando que mi voz sonara indiferente.
—¿Otra vez esos días en los que quieres esconderte del mundo? —preguntó mientras se acercaba, sus pasos eran lentos y deliberados, como si no quisiera asustarme. Se sentó al borde de la cama y me miró fijamente—. ¿Qué pasa, Mia?
Negué con la cabeza y desvié la mirada. Hablarlo en voz alta lo haría más real.
—No sé, Joao. Es como si todo estuviera encima de mí. Las expectativas, los comentarios, los entrenamientos. Me siento agotada. —Mi voz se quebró al final, y él tomó mi mano con cuidado.
—Mia, ¿te das cuenta de lo lejos que has llegado? —Su tono era serio, pero había ternura en cada palabra—. Mira, sé que no soy piloto, pero también sé lo que es tener a todo el mundo esperando que lo hagas perfecto cada vez.
—Pero tú lo manejas tan bien —dije, frustrada. Me giré para mirarlo, buscando algún signo de duda en su rostro, pero solo encontré esa maldita confianza que parecía tan natural en él—. Yo no sé si puedo seguir así.
Joao se inclinó un poco más cerca, su mirada clavada en la mía.
—Mia, ¿puedo decirte algo que tal vez te moleste? —preguntó con una leve sonrisa, como si supiera que estaba a punto de desarmarme.
—Adelante. No sería la primera vez que lo haces —dije con una pequeña risa seca.
—Eres una estrella. —Su voz era baja, pero cada palabra resonó en mí como un trueno—. No porque estés en la Fórmula 1 o porque ganes carreras, sino porque desde que te conozco has tenido esa luz dentro de ti. Lo que haces ahora es simplemente mostrarle al mundo algo que yo siempre he visto. Eres una estrella, Mia. Y pronto, todo el mundo verá lo gigante que puedes llegar a ser.
Quise responder, pero no pude. Mis ojos se llenaron de lágrimas y mi garganta se cerró. Joao no apartó la mirada, esperando pacientemente mientras yo procesaba sus palabras.
—¿Y si esa estrella se apaga? —pregunté finalmente, con un susurro tembloroso.
—Eso no va a pasar. Pero, si alguna vez sientes que estás perdiendo tu luz, sabes que yo estaré aquí. Para recordártelo, para sostenerte, para ser la roca que necesites. —Tomó mi rostro con ambas manos, sus dedos cálidos contra mi piel—. No tienes que enfrentarte al mundo sola, Mia. Estoy aquí. Siempre.
Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente se derramaron, y Joao me abrazó. Me aferré a él como si fuera lo único sólido en mi mundo, dejando que su presencia calmara mi tormenta interna.
—Gracias, Joao. —Mi voz era apenas un susurro contra su pecho.
—No tienes que darme las gracias. Eres mi todo, Mia. —Me besó en la frente, y durante un momento, todo el peso que llevaba encima se desvaneció.
Después de un rato, me separé y lo miré con una sonrisa tímida.
—Bueno, supongo que no puedo quedarme en la cama todo el día si soy una estrella, ¿verdad? —Intenté bromear, y él rió, ese sonido cálido que siempre lograba animarme.
—Exacto. Además, te traje croissants. Pero solo puedes comerlos si prometes entrenar después —dijo, guiñándome un ojo.
—¿Esa es tu estrategia motivacional? —pregunté, arqueando una ceja.
—¿Funcionó? —respondió con una sonrisa encantadora.
Me levanté y lo seguí hasta la mesa, sintiéndome un poco más ligera. Joao siempre sabía qué decir, no para arreglar todo, sino para recordarme que, incluso en mis días más oscuros, no estaba sola. Y mientras comíamos juntos, sentí que, por primera vez en semanas, podía enfrentar el día con algo más que resignación: con esperanza.

RACER  - L.NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora