Aitana jamás imaginó que fingir ser la esposa de su jefe, el misterioso y solitario Darío Valmont, la llevaría a un mundo lleno de secretos. Entre miradas prohibidas y una pequeña niña que despierta su instinto maternal, Aitana descubre que este con...
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No sé en qué estaba pensando cuando le propuse a Aitana algo tan insólito. Nunca he sido de pedir favores, mucho menos de permitir que alguien se acerque a mi vida personal. He construido barreras firmes, muros impenetrables, y por buenos motivos. Pero aquí estoy, contemplando la posibilidad de dejar que alguien entre en mi mundo… solo porque ahora mismo no tengo otra opción.
Observar la sorpresa en sus ojos cuando le dije lo que necesitaba fue casi entretenido. Aunque por supuesto, no dejé que lo notara. Aitana tiene algo que la hace diferente: es meticulosa, discreta, y, lo más importante, nunca pregunta más de la cuenta. Podría haber elegido a cualquier otra persona, alguien que me conociera mejor o que al menos estuviera acostumbrada a fingir en público, pero no sería lo mismo. Aitana es… distinta.
Después de que le expliqué lo básico, se quedó mirándome, como si aún tratara de comprender si hablaba en serio. Cualquiera en su lugar hubiera aceptado o rechazado la propuesta de inmediato, pero ella se quedó allí, callada, evaluando en silencio. No parecía preocupada por el dinero o la estabilidad, como la mayoría de la gente; había algo más, una integridad que pocas personas poseen. Eso fue lo que me dio una pequeña esperanza de que aceptara, y de que, en caso de hacerlo, lo hiciera de verdad, sin rodeos ni dobles intenciones.
Cuando la reunión terminó, dejé el despacho y me encerré en mi oficina, soltando un suspiro que había contenido por horas. No suelo dejarme afectar, pero esta vez sentí el peso de la situación apoderarse de mí. Me recosté en el respaldo de la silla y cerré los ojos por un instante, permitiéndome algo que rara vez hago: recordar.
Hace un año, todo era distinto. Desde la llegada de Luna, mi vida se transformó completamente. La pequeña necesita una figura estable en su vida, alguien que le dé la estabilidad que yo no puedo darle solo. Y, aunque me esfuerzo día tras día, la realidad es que el tiempo y la dedicación que ella merece superan lo que puedo ofrecerle, no con mi trabajo, no con todo lo que tengo sobre los hombros.
Aitana no lo sabe todavía, pero esta “propuesta” no es solo para limpiar mi imagen ante la familia o en eventos sociales. Luna necesita a alguien que esté a su lado, alguien que sea cálido, confiable. Y Aitana es… distinta. Es tranquila, amable, y, en lo poco que la he visto interactuar con otros, he notado un instinto de cuidado y bondad que, si soy honesto, me cuesta comprender. No conozco mucha gente así, y en este mundo —mi mundo—, lo último que sobra es la bondad.
Abro los ojos y miro por la ventana de mi oficina. Los rascacielos se pierden en el horizonte y, por un momento, me siento como una pequeña pieza en un tablero inmenso. ¿Cuánto tiempo más podré seguir fingiendo que tengo todo bajo control? La realidad es que cada decisión que he tomado me ha llevado a este punto, y ahora no me queda más que apostar todo en esta estrategia.
Sé que Aitana debe tener sus dudas, pero tengo la esperanza de que, si ella acepta, Luna por fin podría tener esa figura que tanto le hace falta. Lo que estoy pidiendo de ella no es justo, lo sé, pero he aprendido que en la vida uno no siempre tiene la libertad de elegir lo que es justo.
Pienso en la mirada de Luna cuando la dejé esta mañana, el modo en que me apretó la mano con esa confianza absoluta. Me duele pensar que no puedo darle más, pero en el fondo, sé que con Aitana, quizás las cosas podrían ser diferentes.