Aitana jamás imaginó que fingir ser la esposa de su jefe, el misterioso y solitario Darío Valmont, la llevaría a un mundo lleno de secretos. Entre miradas prohibidas y una pequeña niña que despierta su instinto maternal, Aitana descubre que este con...
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Desperté sintiendo su calor a mi lado, la textura de sus manos recorriendo mi piel desnuda. Mis pensamientos aún estaban dispersos por la noche anterior, una maraña de sensaciones y secretos compartidos en silencio. Abrí los ojos y lo encontré observándome con esa intensidad que empezaba a ser adictiva, una mezcla de posesión y control que en cualquier otro hombre me habría asustado… pero en Darío solo lograba encenderme aún más.
—Buenos días —murmuré, intentando contener el tono tembloroso de mi voz.
—Buenos días, esposa —respondió, y noté cómo sus labios se curvaban en una sonrisa oscura, llena de esa ironía que parecía caracterizarlo. Mi piel se erizó. Esa palabra sonó peligrosa en su boca, como si encerrara promesas que todavía no estaba segura de querer entender.
Él me rodeó con sus brazos, acercándome a él hasta que nuestros cuerpos quedaron completamente entrelazados.
—Dijiste que querías ser parte de este acuerdo… ¿lo recuerdas? —susurró, sus labios apenas rozando mi oído. Su voz era baja, profunda, cada palabra resonando en mí.
—Claro que lo recuerdo, Darío. Pero no creo que esto… —hice una pausa, intentando recuperar la compostura— fuera parte del acuerdo original.
Él rió suavemente, esa risa profunda que me hacía querer olvidarlo todo. Sus manos comenzaron a deslizarse lentamente por mi espalda, despertando en mí una urgencia que me aterraba y me fascinaba al mismo tiempo.
—Entonces déjame ser claro, Aitana. Desde ahora, todo lo que hay en esta casa me pertenece. —Su mirada oscura se encontró con la mía, y sentí un escalofrío recorrerme, una mezcla de temor y deseo que no podía controlar—. Y eso te incluye a ti.
No pude evitar que un suspiro escapara de mis labios, pero me negaba a rendirme tan fácilmente.
—¿Y si me niego a seguir tus reglas? —le respondí, en un intento por desafiar su control.
Darío me observó por un largo instante, sus dedos trazando una línea provocadora sobre mi piel, hasta detenerse justo en mi cuello, donde sus dedos ejercieron una presión suave pero firme.
—No lo harías —afirmó, y había una promesa oscura en sus ojos, un peligro latente que me hacía querer desafiarlo solo para ver hasta dónde llegaría—. Porque sabes, Aitana, que me encanta un buen desafío.
Quise responderle, enfrentarme a él y decirle que no iba a caer bajo su control. Pero entonces sus labios encontraron los míos, y todo pensamiento coherente se desvaneció. Su beso era una mezcla de necesidad y dominación, como si buscara recordarme que era suya, incluso antes de que yo misma lo admitiera.
Cuando se separó, sus ojos estaban cargados de esa intensidad oscura que me volvía adicta.
—Vas a quedarte conmigo, aquí, en esta casa. —Su tono era firme, inquebrantable, pero había algo más—. Y quiero que recuerdes, Aitana, que cuando cruzaste esa puerta, aceptaste mucho más que un simple acuerdo.
Sentí cómo su mano trazaba un camino lento y ardiente sobre mi piel, como si cada caricia fuera una marca que me recordaba a quién pertenecía ahora. Sabía que este hombre era peligroso, que involucrarme con él significaba entregar más de lo que había previsto. Pero, cuando me tomó en sus brazos de nuevo, cuando su boca descendió por mi cuello, supe que ya era tarde para retroceder
—Espero que estés lista para todo lo que se viene, Aitana.— Susurró, su voz un eco oscuro y seductor.