bipolar

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No sabía qué tan grande podía ser la bipolaridad de una persona, pero claramente ese era el segundo nombre de la morena. Mi vida tranquila se había convertido en una montaña rusa de emociones desde que ella llegó y ahora, más que nunca, sentía cómo jugaba con mi corazón; lo sostenía en sus manos y lo apretaba y jugaba con él como un balón o un simple trozo de papel.

Desde que me regaló el helado, había estado comportándose extraño; me miraba, a veces no; algunas veces me saludaba con amor, otras como a cualquier otra persona en el mundo. Esos días me mantenían feliz por un periodo de tiempo; no sabía cómo sentirme al respecto.

Era una chica impredecible; con los minutos y las horas junto a ella, empecé a desarrollar una forma de predecir si ella estaba de buen humor o del mal humor con solo darle un corto vistazo.

Cuando estaba con la mirada siempre fija en su teléfono, con las cejas ligeramente levantadas y apoyada en un solo pie, era algo que siempre hacía cuando no quería hablar conmigo, y yo lo sabía; esos pequeños gestos que hacía eran frecuentes y los pude deducir.

En cambio, cuando guardaba su teléfono o se quitaba los audífonos, una ceja ligeramente levantada, tenía esa sonrisa de lado y las manos en los bolsillos; significaba que estaba dispuesta a hablarme.

Ella me tenía enredada, completamente envuelta en ella; yo no la busqué, chocamos en el trayecto. Quisiera regalarle girasoles, llevarla a la playa y buscarle caracoles. Sabía lo que quería; solo tenía que encontrar la forma de demostrárselo, porque las palabras no valían tanto como las acciones. Tenía tanto que expresar que era inexplicable.

Querida morena, ¿nunca te diste cuenta de lo importante que era un simple saludo para mí?, ¿o no viste cómo mis ojos brillaban al ver los tuyos?

Ese era uno de esos buenos días donde la veía con su expresión que gritaba "salúdame". Me acerqué dando pequeños saltitos y, cuando estuve lo suficientemente cerca, le di un toque en la nariz.

—Hola —dije alargando ligeramente la "a".

Ella cambió su sonrisa de lado a una completa yuna involuntaria se forma en mi rostro.

—Qué linda te ves hoy —dijo con cariño, pasando su mano por el costado de mi cara. Su tacto era frío, pero satisfactorio; me estremecí ligeramente y pude sentir el calor subir hacia mis mejillas; podría jurar que estaba como un tomate. Su suave risa me lo confirmó.

Ven, deslizó su mano desde el costado de mi cara, pasando por mi brazo, hasta rodear mi muñeca con sus dedos; me jaló ligeramente y me dejé llevar por ella.

Caminamos en silencio, un silencio cómodo; la pequeña distancia de la entrada de la cantina hasta la parte de los dulces se me hizo eterna, su mano sobre mi muñeca y yo caminando tras de ella. Una sonrisa gigante estaba en mi rostro; el frío de la cantina nos envolvió, y pude sentir su mano abandonar mi muñeca y girarse para verme con una sonrisa.

—¿Qué vas a comprar? —dijo en apenas un susurro.

—No sé —me encogí ligeramente de hombros. Vi cómo ladeaba ligeramente la cabeza hacia un lado y fijaba esa mirada en mí; no sé si me estabas analizando o qué significa eso, pero se veía tan tierna mientras lo hacía que pude sentir un calor inundar mi corazón.

Amaba estos pequeños momentos de simple contacto, sin mucho más; la sonrisa en mi rostro lo decía todo. Probablemente al día siguiente sería fría y distante, pero no importaba, eso sería problema de la Mariangel de mañana; ahora estaba donde quería, con quién quería y más feliz que muchos otros días.

Estuvimos ahí, solo viéndonos en silencio; el ruido a nuestro alrededor desapareció completamente. Para mí solo éramos esa morena y yo; el resto de personas continuaban con su vida, caminando, riendo, comiendo; yo sentía como cada minuto se sentía más lejos.

—Aja, Archibold, ¿qué vas a pedir? —dijo el señor que maneja la cantina, sacándome de mi ensoñación.

La morena sacudió la cabeza ligeramente y comenzó a adentrarse más en la cantina para comprar algo; imité su acción con una sonrisa.

Los días buenos realmente me alegraban; me revolcaba en la cama con una sonrisa mientras la de ella permanece en mi mente. El solo hecho de pensarla llenaba de calidez mi corazón.

Pero, los días malos, arrebataban un pedazo de mi corazón.

...

Mañana lluviosa, entré con una sonrisa, pues el día anterior ella me había tratado de maravilla; en mi momento de felicidad olvidé sus cambios de humor. Mis ojos brillaban y un pequeño hoyuelo se asomaba por mi sonrisa; caminé con pequeños saltos, me situé frente a ella y le di una suave pisada en su zapato.

Cuando levanté la mirada, lo supe: estaba molesta.

—No me pises —dije en un tono frío, serio y distante; no había una pizca de calidez en él.

Sentí mi corazón arrugarse dentro de mi pecho y una punzada fuerte en el mismo. La sonrisa que había permanecido en mi rostro durante toda la mañana había desaparecido sin dejar rastro; sentí como las lágrimas subían a mis ojos y tragué con fuerza, intentando deshacer el nudo que se había fijado en mi garganta.

Comencé a caminar a paso triste, alejándome cada vez más de la morena. Tenía ganas de llorar, anhelaba su tacto.

Morena, si alguna vez te hubieras detenido a verme, te habrías dado cuenta de que desbordo amor por ti.

Enamorandome Del AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora