¿Y si volvemos a encontrarnos?

El regreso de un amor

(Capítulo 23)

ANNA:

Me siento desconcertada, atrapada en el torbellino de lo que ocurrió antes. ¿Qué es este sentimiento que se desliza por mi piel, dejándome sin aliento?

Vamos, Anna, aterriza... me digo, intentando calmarme. Pon los pies en la tierra.

Ya sentada en la mesa, la madre de Alex y Francesco me observa de una forma que me hace sentir expuesta, como si cada uno de mis pensamientos le fuera evidente. Y John... John se ha sentado justo frente a mí, bloqueando cualquier posible ruta de escape. Ese miserable siempre encuentra una excusa para incomodarme.

La cena parece alargarse interminablemente. Falta el señor de la casa, Vanessa... y mi Alex. Intento romper el hielo, buscar algo que decir, pero las palabras se quedan atrapadas en mi garganta. La madre de Francesco tiene una presencia intimidante; me observa en silencio, como si ya hubiera emitido un juicio sobre mí.

—Madre, ella es la novia de Francesco. Se llama Anna. ¿Verdad que es hermosa? —interviene John, intentando rescatarme del incómodo silencio que había creado.

Los labios de la madre comienzan a moverse, pero antes de que pueda responder, Vanessa llega y la interrumpe.

—Claro que mi amiga es hermosa, querido. ¿Y para tu preciosa novia no tienes algún cumplido? —replica Vanessa, su tono tan dulce que se siente fingido.

John y yo cruzamos miradas, y en silencio le lanzo una advertencia: "Si dices algo fuera de lugar, te mato."

—Claro, primor. Eres hermosa en todo tu esplendor —responde John, con un tono apenas convincente, como si lo estuvieran obligando a decirlo.

Vanessa sonríe, satisfecha, y con suavidad acaricia el hombro de John antes de sentarse a su lado.

La conversación inicia, y siento la tensión en el aire. Cada palabra de Vanessa parece calculada, buscando ganarse la aprobación de los Blake y, de paso, hacerme quedar mal. No puedo evitar que la rabia se asiente en mi interior, mientras me esfuerzo por mantener la compostura. ¿Por qué no puede ser más sutil?

En ese momento, la puerta se abre y aparecen Alex y su supuesto padre. Alex toma asiento a mi lado, mientras el Sr. Blake ocupa la cabecera de la mesa, irradiando una autoridad incuestionable.

La cena, un despliegue de alta cocina, es impresionante. Los platos, servidos con una elegancia refinada, incluyen una entrada de bocadillos de jamón ibérico, seguido de lomo de cerdo bañado en salsa cremosa que emitía un aroma delicioso. Como plato principal, hay medallones de cordero con risotto y trufas blancas. Para completar el festín, el vino (Domaine de la Romanée-Conti) es una excelente opción.

Alex, sin embargo, apenas parece notar la majestuosidad de la mesa. Su mirada se clava en Vanessa con una mezcla de temor y disgusto, como si verla le recordara algo profundamente perturbador.

—Tenemos que irnos... y debe ser ahora —me susurra, su tono lleno de urgencia y un desprecio apenas disimulado. Sus ojos muestran desesperación, y sus dedos tamborilean nerviosos sobre el mantel, como si estuviera al borde de levantarse y salir corriendo.

¿Irnos? ¿Ahora? Apenas hemos llegado, y esta cena, meticulosamente preparada, parecía tener el objetivo de ganarme la aprobación de la madre de Alex. Marcharnos sería una falta de respeto tremenda.

—No, no puedo hacerles eso —le respondo en tono bajo, sosteniéndolo de la mano para tranquilizarlo.

Vanessa, al percatarse de nuestra conversación, se inclina ligeramente hacia nosotros, con una expresión condescendiente.