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Cuando Guido y Lucía finalmente se separaron del abrazo, un leve suspiro escapó de ambos. Aunque la calma que había seguido a su momento de vulnerabilidad era cómoda, sabían que debían regresar al bullicio del boliche. La noche seguía a toda máquina, y no podían quedarse ahi para siempre, por mas que quisieran.

—Bueno, ¿volvemos? —dijo Guido, levantándose primero y extendiendo una mano para ayudarla a pararse. Lucía lo miró, agradecida por el gesto, pero sentía una mezcla de sensaciones encontradas. Se sentía más ligera, sí, pero todavía un poco vulnerable, como si todo lo que había dejado salir en la terraza le hubiera dejado una pequeña grieta abierta.

—Sí —respondió, tomando su mano con una ligera sonrisa, tratando de recomponer su postura—. Vamos, no quiero que se den cuenta de que me estaba desarmando mas o menos.

Guido asintió, sin palabras, y ambos caminaron de vuelta hacia el interior del boliche. Al entrar, la energía del lugar volvió a envolverlos con su estruendo. La música, el ruido de la gente, las luces brillando sobre el suelo... todo estaba igual que antes. Pero Lucía, aunque se esforzaba por mostrar que todo estaba bajo control, sentía que algo había cambiado dentro de ella. Y, aunque Guido no decía nada, sabía que él también lo había notado.

De vuelta en el centro del boliche, Pato y Gastón los esperaban junto a la barra, charlando entre ellos y tomando algo. Ambos los miraron al entrar, y sin perder la oportunidad, soltaron un par de bromas, como era de costumbre, pero sin maldad.

—¿Che, qué onda? —dijo Pato, con una sonrisa picarona—. ¿Pasaron algo lindo allá afuera o solo estaban esperando que la noche se calmara un poquito?

Lucía intentó contener la risa, pero lo único que pudo hacer fue rodar los ojos. La última cosa que quería era que Pato o Gastón pudieran adivinar lo que había pasado en la terraza, así que se la jugó con una respuesta rápida. —¿Qué, ahora los chicos tienen que andar haciendo el tour por el boliche? —le dijo Lucía a Pato, con tono desafiante, intentando ocultar cualquier rastro de lo que había sentido antes. En su interior, le preocupaba que Guido se estuviera sintiendo incómodo por la atención que le estaban dando.

Gastón, sin perder el ritmo, levantó una ceja y miró a Lucía con una sonrisa de complicidad. —No, no, pero vieron que esta chica ahora tiene un aire de "no me importa nada" que... mhm, raro, contanos qué pasó, no nos dejes con la intriga.

Guido, que había estado callado hasta ese momento, simplemente se echó atrás, apoyándose contra la barra con una expresión de desinterés, como si no tuviera ganas de entrar en más bromas. —Nada, tranquilo, chicos. Solo estuvimos tomando aire. Pero si querés saber más, preguntale a Lucía, que ella es la que tiene todas las historias. Yo solo estaba... aclarando la mente.

Lucía sonrió ante la salida de Guido, y aunque le gustaba esa manera en que lo había respondido, no podía evitar sentirse expuesta. ¿Por qué Pato y Gastón tenían que ser tan intuitivos?

—Yo no tengo historias raras para contar —dijo Lucía, levantando las manos en señal de rendición, mientras su tono de voz intentaba sonar más fuerte de lo que realmente se sentía—. Solo fui a fumar un cigarro, chicos. No sean tan morbosos.

Gastón y Pato intercambiaron una mirada cómplice antes de romper a reír. Sabían que no iban a sacar nada de ella si no quería hablar, pero la diversión no pasaba desapercibida.

—Bueno, no hay necesidad de ponerse a la defensiva —jodió Pato, encogiéndose de hombros—. Solo queríamos saber si encontraste la paz interior o si se armó un escándalo allá afuera.

Lucía hizo un gesto de "nada que ver" y se giró para mirar a su alrededor. La gente seguía bailando, charlando, algunos riendo... y en ese instante, algo en ella necesitaba alejarse un rato. Todo lo que había pasado en la terraza, esa vulnerabilidad que había mostrado, la estaba persiguiendo como una sombra. Necesitaba un respiro.

Telonera | Guido Sardelli Donde viven las historias. Descúbrelo ahora