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Al llegar al estadio, la atmósfera cambió por completo. El ruido, el sonido de los técnicos ajustando cables, las luces que se iban encendiendo poco a poco, y los nervios que se sentían en el aire empezaban a ser palpables. Lucía respiró hondo mientras caminaba por el pasillo que la llevaba a la zona de backstage. Las pruebas de sonido siempre eran intensas, y más en un escenario tan grande. El eco del sonido de las guitarras, las voces de los chicos probando micrófonos, y los ajustes de volumen la rodeaban.

Guido caminaba a su lado, un poco distraído mientras saludaba a los técnicos y coordinadores, pero sin dejar de lanzarle miradas rápidas, como si estuviera esperando que ella reaccionara de alguna manera.

—¿Estás lista? —le preguntó, con la voz algo más seria. La mirada de Lucía le pasó desapercibida, pero estaba pendiente de cada detalle.

Lucía asintió, aunque la verdad era que no estaba tan segura. Se sentía agotada, como si el cansancio de los días pasados y la falta de descanso la estuvieran alcanzando de golpe. Había estado tan ocupada con los ensayos, las salidas, los nervios previos, y sobre todo con los sentimientos que le empezaban a desbordar por dentro, que no había tenido tiempo de comer, dormir, respirar, nada correctamente. Pensó que una rápida merienda la había puesto en pie, pero ni se había dado cuenta de que no había comido nada sólido en más de un día.

Los chicos empezaron con la prueba de sonido. Lucía se puso los auriculares para escuchar su voz y las pistas de fondo mientras el ingeniero de sonido ajustaba todo a su gusto. Se sentó en una silla cerca del escenario, mirando el gran espacio vacío y sin poder evitar sentirse un poco abrumada. El ruido era ensordecedor, el volumen del equipo tan alto que su cabeza comenzó a palpitar.

—¿Estás bien, Luz? —La voz de Guido la sacó de su trance.

Se giró hacia él, con los ojos entrecerrados, tratando de enfocar su mirada. Pero algo no andaba bien. La luz del escenario parecía demasiado brillante, y el sonido en sus oídos comenzó a ser cada vez más pesado. En ese momento, su estómago dio un vuelco, recordándole que había pasado mucho tiempo sin comer de manera adecuada.

De repente, todo le dio vueltas. La visión se le nubló, y sintió cómo sus piernas flaqueaban. El peso de su cuerpo pareció volverse demasiado para sus fuerzas. Intentó levantarse para ir al camerino, pero el mareo la alcanzó antes de que pudiera moverse más de unos pasos.

—Lucía… —La voz de Guido sonó lejísimos, como si estuviera hablando a través de una pared de cristal.

Sus ojos se cerraron involuntariamente, y en cuestión de segundos, su cuerpo se desplomó hacia el lado. Por suerte, Guido estaba cerca, y alcanzó a sujetarla antes de que cayera al suelo. La tomó entre sus brazos con rapidez, sintiendo su cuerpo liviano y frío.

—¡Luz! —exclamó, preocupado, mientras la acurrucaba un poco contra su pecho. —¿Qué te pasa? ¿Te sentís mal?

Lucía, aunque aún un poco aturdida, intentó abrir los ojos, pero la falta de comida y la presión del ambiente la habían dejado completamente sin fuerzas. Sus labios se movieron lentamente, pero no pronunció palabra. —¡Alguien, ayúdenme! —gritó Guido, mientras buscaba con la mirada a los demás chicos.

Pato y Gastón llegaron corriendo, con una expresión preocupada en la cara. Guido la sostenía con firmeza mientras trataba de calmarla, aunque se notaba la inquietud en su tono.

—¿Qué le pasó? —preguntó Gastón, mirando a Lucía que seguía algo pálida.

—No sé, o al menos parece que se desmayó. —Guido no dejaba de mirarla, preocupado, tocándole la mejilla. —Debe ser por el cansancio, no sé, no come bien desde hace unos días.

Telonera | Guido Sardelli Donde viven las historias. Descúbrelo ahora