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A la mañana siguiente, el sol apenas se filtraba entre las cortinas, iluminando tenuemente la habitación. Lucía se despertó primero, sintiendo una extraña calidez a su alrededor. No podía acordarse cómo había llegado hasta ahí, pero su cuerpo, pegado al de Guido, le dio todas las respuestas que necesitaba. Estaba abrazada a él, con la cabeza sobre su pecho, mientras él la rodeaba con un brazo. Estaba tan tranquila que el leve roce de su respiración la hizo sentir en paz, casi como si nada más importara.

Pero de repente, un ruido extraño la sacó de su trance. Era como si alguien estuviera levantando la persiana de la ventana, dejando entrar más luz. Lucía, aún medio adormecida, parpadeó varias veces para acostumbrarse a la nueva iluminación y se incorporó lentamente, apartándose de Guido sin querer hacer ruido. Fue en ese momento cuando vio las figuras de Pato y Gastón, que estaban de pie en la puerta, con las cejas levantadas y sonrisas burlonas en sus rostros.

—Mirá lo que tenemos acá, chicos, no perdió un segundo Guido. —dijo Pato, con tono de broma, señalando a Guido y Lucía, que ahora parecían bastante confundidos.

Gastón soltó una risa y sacudió la cabeza.

—¿Qué onda, chicos? ¿No me digan que anoche fue noche loca? —los jodió, mientras se cruzaba de brazos, claramente disfrutando de la incomodidad de los dos.

Lucía, con el rostro totalmente sonrojado, se incorporó rápidamente, mirando a Guido y luego a los chicos con cara de incredulidad. No sabía cómo explicar lo que había sucedido, porque realmente no lo recordaba con claridad, pero lo cierto era que no había ninguna razón para sentirse culpable. Aún así, no podía dejar de sentirse algo incómoda.

—Eu, no es lo que parece —dijo, levantando una mano y tratando de mantener la calma. Estaba clara la confusión en su cara, pero también el deseo de que no siguieran con las bromas.

Guido, por su parte, también se despertó, dándose cuenta de que Pato y Gastón los estaban mirando, pero no pareció tan sorprendido como Lucía. Sonrió con media sonrisa, como si estuviera acostumbrado a que le hicieran este tipo de bromas, y se estiró como si nada hubiera pasado.

—No sé, ¿vos decís? —respondió Guido, en tono irónico, mientras se pasaba una mano por el pelo desordenado, intentando calmar la situación sin dar muchas explicaciones.

Los chicos no tardaron en lanzarse a hacer más comentarios. Pato no perdonaba la oportunidad de hacer burla.

—Anoche estuve asustada por la tormenta, eso fue todo. Y no pasó nada raro. Simplemente no quería estar sola.

Guido la miraba en silencio, dejando que ella se defendiera, pero, como siempre, su actitud relajada no cambió. Finalmente, se encogió de hombros, sin preocuparse demasiado por las bromas de los chicos.

—Es verdad. Estaba lloviendo mucho —dijo, mirando a los chicos sin mostrar ningún signo de incomodidad. Era obvio que no le molestaba para nada que lo estuvieran molestando de esa manera.

Pato y Gastón se miraron entre ellos, sin dejar de sonreír de manera cómplice. —Bueno, ya entendimos, chicos —dijo Pato, levantando las manos como si se rindiera. No parecía tan convencido, pero aún así, bajó un poco el tono de su burla—. No hace falta dar más explicaciones.

Gastón, siempre dispuesto a dar un toque más ligero a la situación, se acercó a la ventana y miró el cielo despejado fuera del hotel.

—¿Y cómo va a seguir el día? —preguntó, cambiando de tema rápidamente—. ¿Nos vamos a la playa o qué?

Lucía aprovechó la oportunidad para zafarse de la conversación incómoda y respondió con rapidez.

—Sí, vamos a la playa. Necesito despejarme un poco antes del concierto de mañana. —dijo, volviendo a ponerse la remera mientras se dirigía hacia la puerta.

Telonera | Guido Sardelli Donde viven las historias. Descúbrelo ahora