Zelenne

El día está nublado, con ese gris suave que parece cubrir todo en un velo tranquilo y melancólico. Perfecto, pienso, tanto para una película romántica como para una de acción. Es el día ideal, o al menos eso quiero creer. Con algo de nerviosismo y el corazón latiéndome fuerte, salgo de mi cuarto, con mis cosas en la mano y el plan ya decidido: hoy le voy a confesar mis sentimientos a Lonnie. Después de dos años guardando lo que siento, por fin he reunido el valor para decírselo. Le pedí que me esperara en el lago encantado, ese lugar especial que parece sacado de un sueño.
Mientras camino por los pasillos, algunas princesas y príncipes me saludan con sonrisas, y noto que varios guardan sus cosas apresurados al verme, como si estuvieran interrumpidos en medio de algo secreto. Me río por lo bajo, intentando mantener la calma, pero no puedo evitar que una ligera sonrisa se asome en mi rostro. Todo parece alinearse, como si el universo mismo supiera lo importante que es este momento para mí.
Llego al sendero que lleva al lago encantado, rodeado de árboles que susurran con la brisa. Avanzo, con el corazón lleno de emoción y una esperanza que me ilumina por dentro. Finalmente, la orilla del lago aparece ante mí, y ahí está Lonnie… pero no está sola.
Me detengo, clavado en el sitio, sintiendo cómo el aire se vuelve espeso. Frente a mí, veo a Lonnie y a Jay, tan cerca que sus rostros se funden en un beso. La escena se despliega ante mis ojos como si fuera una película, una que jamás habría querido protagonizar.
Mi pecho se contrae, y siento como si un puño invisible me apretara el corazón. Todo el valor que tenía se desmorona en un instante, como una frágil ilusión rota. La imagen de ellos dos, tan ajenos a mi presencia, se queda grabada en mi mente mientras el dolor me invade, dejándome sin palabras.
No escucho nada de lo que dicen, pero el dolor en mi pecho es insoportable. Mi mente me grita que me dé la vuelta y me vaya, que no vale la pena, pero mi corazón insiste en que tal vez esto es solo un malentendido. Quizás Jay, con su manera coqueta de ser, la tomó por sorpresa, y ella no tuvo tiempo de reaccionar.
Quiero moverme, hacer algo, pero mis piernas no responden. Estoy congelado, incapaz de apartar la vista de ellos. Pero entonces, veo cómo Lonnie le sigue el beso, entregándose a ese momento sin reservas. Esa imagen es suficiente. Siento como si algo se rompiera dentro de mí, y, sin pensarlo más, me giro y salgo corriendo de allí.
La lluvia comienza a caer justo en ese instante, empapándome casi de inmediato, pero no me detengo. Sigo corriendo, como si el agua pudiera borrar el dolor o ahogar las lágrimas que empiezan a resbalar por mi rostro. A medida que corro, el suelo se va llenando de lodo, volviéndose resbaladizo, y trato de no mirar atrás, como si con cada paso pudiera alejarme de esa imagen.
Mis pensamientos van tan rápido como mis pasos, hasta que de pronto, mi pie tropieza con una roca oculta bajo el lodo. Caigo de golpe, con las manos y la ropa llenas de barro, y siento un ardor intenso en la piel, sin saber si es por raspones o simplemente por el golpe. Todo mi cuerpo está empapado y cubierto de lodo, mi mochila igual. Me duele, física y emocionalmente, pero aun así, me levanto con dificultad y sigo caminando.
Me detengo, sin aliento, y busco refugio bajo una curva del sendero, donde la roca sobresale lo suficiente para cubrirme un poco de la lluvia. El frío me cala hasta los huesos, pero apenas lo noto comparado con el dolor en mi pecho.
—Se suponía que hoy era el día perfecto —murmuro, casi en un susurro, con la voz quebrada por la tristeza.
Me dejo caer al suelo y suelto la mochila a un lado. La lluvia sigue cayendo con fuerza, empapando todo a mi alrededor, mientras el frío y el silencio solo hacen que el vacío en mi interior se sienta más profundo.
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OUR BLOOD LINES // descendants
RomanceComo una bestia bajo un hechizo. Aurélie, aunque tímida, siente una atracción innegable hacia él, un sentimiento que no puede ignorar, aunque su timidez la haga tartamudear cuando está cerca de él. Es como si ambos compartieran un lazo invisible, má...