Después de su primer encuentro con Adrián, Marco había intentado continuar con su rutina como si nada hubiera cambiado. Pero, cada vez que intentaba concentrarse en sus estudios o pasar tiempo con sus amigos, su mente inevitablemente volvía al aula, al instante en que Adrián lo miró con esa sonrisa tan llena de confianza y misterio.
Esa noche, después de la clase, Marco se reunió con sus amigos de toda la vida en un bar cerca de la universidad. Era su lugar de siempre, con las mismas caras conocidas y las conversaciones de siempre. Mientras sus amigos hablaban de planes para el fin de semana y compartían bromas, Marco se dio cuenta de que, por primera vez, no estaba del todo presente.
—¿Todo bien, Marco? —preguntó Lucía, una de sus amigas más cercanas, notando su distracción.
—Sí, claro —respondió él, forzando una sonrisa mientras tomaba un sorbo de su bebida.
Pero no era verdad. Su mente seguía regresando a la clase de ese día, y aunque intentaba ignorarlo, no podía sacarse de la cabeza la imagen de Adrián y la sensación extraña que le había dejado.
Esa misma noche, al llegar a casa, se sentó en su escritorio y abrió su cuaderno de bocetos. Había algo inquietante en sus pensamientos, como si necesitara expresarlo de alguna forma. Sin darse cuenta, comenzó a dibujar; sus manos parecían moverse solas, creando formas y líneas que no tenían un propósito claro. Al final, el boceto tomó la forma de un rostro, de unos ojos oscuros y curiosos, y una leve sonrisa. Era Adrián, aunque Marco apenas lo reconoció hasta que terminó.
Sorprendido, cerró el cuaderno de golpe. ¿Por qué estaba dibujando a alguien que apenas conocía? ¿Por qué le importaba tanto un simple encuentro en clase?
Al día siguiente, Marco llegó a la universidad temprano. No había podido dormir bien, y algo en su interior lo empujaba a volver al aula de arte antes que nadie. Tal vez era una excusa, un intento de ver si Adrián llegaba temprano también, aunque no quería admitirlo ni siquiera para sí mismo.
Al poco rato, escuchó unos pasos y, para su sorpresa, Adrián apareció en la puerta. Levantó la vista y lo vio allí, con esa misma expresión tranquila.
—Madrugador, ¿eh? —comentó Adrián con una sonrisa mientras entraba al aula.
—Sí... no pude dormir bien —respondió Marco, tratando de sonar casual.
Adrián se sentó en la mesa frente a él, sacando su propio cuaderno de bocetos. Parecía cómodo en silencio, y eso lo hacía aún más intrigante. Al cabo de unos minutos, fue Adrián quien rompió el silencio.
—Ayer hablabas de la identidad como algo cambiante, ¿no? —preguntó sin levantar la vista de su cuaderno. —Es curioso... a veces siento que en la universidad todos intentan encontrar quiénes son, pero también siento que nadie quiere admitir que quizás nunca lo sepan con certeza.
Marco lo miró, sorprendido. Nunca había pensado en eso, pero había algo en las palabras de Adrián que resonaba en él.
—Supongo que tienes razón —dijo. —Yo pensaba que a estas alturas ya lo tendría todo claro. Como si hubiera una respuesta esperando, y solo fuera cuestión de tiempo descubrirla.
Adrián se echó a reír, y el sonido de su risa hizo que Marco se sintiera extrañamente cómodo.
—¿Tenerlo claro? —repitió Adrián, burlón. —Eso suena muy aburrido.
Esa conversación marcó el inicio de una serie de encuentros entre ellos. Cada vez que coincidían en el aula o en los pasillos de la universidad, intercambiaban miradas y sonrisas, a veces palabras sueltas. Marco no podía evitar sentirse intrigado, atraído por la forma en que Adrián parecía tan seguro de sí mismo y a la vez tan despreocupado.
Unos días después, en la cafetería de la universidad, se encontró de nuevo con Adrián. Esta vez, Adrián lo invitó a sentarse con él. Hablaron de cosas triviales: música, cine, y de cómo se sentían respecto al curso de arte. Adrián le recomendó una película de un director francés que Marco nunca había oído mencionar, y le habló de una banda de música alternativa con una pasión que hizo que Marco prometiera escucharla apenas llegara a casa.
Al terminar el día, Marco se sintió más confundido que nunca. Había algo en Adrián que rompía todas sus ideas preconcebidas, y cada vez que se alejaba de él, se sentía como si una parte de sí mismo quedara atrás.
Aquella noche, mientras trataba de dormir, se dio cuenta de una cosa: ya no podía negar que sentía una atracción por Adrián. No era solo admiración o curiosidad, era algo más profundo y, para él, desconocido. Esa idea lo asustaba y lo emocionaba al mismo tiempo.
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Entre susurros y miradas
Подростковая литератураA sus 20 años, Marco creía tener su vida perfectamente definida: sus estudios de arte, su grupo de amigos de toda la vida y su camino claro hacia el futuro. Pero todo cambia cuando conoce a Adrián, un compañero de clase carismático y seguro de sí mi...