Cuando Adrián propuso la idea de una escapada de fin de semana, Marco sintió que algo en su pecho se aliviaba. No era la primera vez que Adrián le sugería dejar el campus para despejarse, pero esta vez, después de lo ocurrido en clase y el estrés de las últimas semanas, la idea parecía irresistible. Necesitaban tiempo juntos, lejos de las miradas de los demás y de las palabras que comenzaban a hacerse cada vez más insoportables.
La noche antes de partir, Marco apenas pudo dormir de la emoción y la anticipación. Se repetía a sí mismo que era solo un par de días, pero la idea de salir con Adrián, de vivir ese pequeño fragmento de libertad junto a él, le hacía sentir una paz que no recordaba haber tenido desde hace mucho.
A la mañana siguiente, con una mochila ligera y una sonrisa en el rostro, Marco se encontró con Adrián en la estación de tren. Adrián lo recibió con un abrazo cálido y una sonrisa que irradiaba la misma felicidad contenida que él sentía. Sin necesidad de muchas palabras, ambos subieron al tren y se dirigieron a un pequeño pueblo costero, a pocas horas de distancia.
Durante el trayecto, conversaron sobre temas ligeros, riendo y compartiendo anécdotas, como si fueran dos amigos en un viaje cualquiera. Sin embargo, cada gesto y cada mirada contenía algo más profundo, una conexión que ambos sabían que iba más allá de lo que cualquiera de sus amigos o compañeros entendía.
Llegaron al pueblo alrededor del mediodía, y tras dejar sus cosas en una pequeña posada, salieron a explorar. Las calles empedradas y los colores brillantes de las casas los rodeaban, llenándolos de una energía refrescante. Era un lugar tranquilo, lejos del ruido y las tensiones de la universidad, donde podían caminar juntos sin preocuparse por ser juzgados o señalados.
Después de un almuerzo en una terraza frente al mar, decidieron caminar hasta un acantilado cercano, un lugar que Adrián había oído recomendar. Al llegar, la vista era impresionante: el océano se extendía ante ellos, infinito y poderoso, y el sonido de las olas rompía contra las rocas con una fuerza que resonaba en el pecho de Marco.
Se sentaron en el borde del acantilado, en silencio, contemplando el horizonte. Fue Adrián quien rompió el silencio, con una voz suave pero firme.
—A veces pienso en lo que sería nuestra vida si no tuviéramos que preocuparnos tanto por lo que otros piensan —confesó, sin apartar la mirada del océano—. Solo tú y yo, sin miradas, sin prejuicios.
Marco lo miró, sorprendido por la sinceridad de sus palabras. Durante todo este tiempo, había sentido que él era quien llevaba el peso de los juicios y las dudas, pero ahora se daba cuenta de que Adrián también estaba lidiando con sus propios miedos.
—Yo también lo pienso —respondió Marco, con un suspiro—. A veces me pregunto si podremos soportarlo todo... pero luego, pienso en ti, y todo parece menos complicado.
Adrián tomó su mano y la sostuvo con firmeza.
—No sé cómo será el futuro, Marco, pero quiero que sepas que, pase lo que pase, voy a estar a tu lado. No quiero que sientas que estás solo en esto.
Las palabras de Adrián resonaron en él, llenándolo de una tranquilidad que hacía mucho tiempo que no sentía. Allí, en ese lugar apartado del mundo, con el sonido del mar y la mano de Adrián en la suya, Marco sintió que por fin tenía un espacio seguro, un refugio donde no importaban los juicios ni las expectativas.
Al caer la tarde, regresaron al pueblo y encontraron un pequeño restaurante donde cenaron. La conversación fluyó con naturalidad, y Marco descubrió detalles sobre la infancia de Adrián, sus sueños de viajar, sus miedos más profundos. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de cuánto había cambiado su vida desde que Adrián había llegado a ella. Nunca había imaginado que alguien pudiera comprenderlo de esa manera, y mucho menos que pudiera hacerle sentir tanta paz.
De regreso a la posada, mientras caminaban bajo el cielo estrellado, Marco se detuvo un momento y miró a Adrián.
—Gracias por este fin de semana. Realmente necesitaba esto —dijo, con una sonrisa sincera.
—No tienes que agradecer nada. Esto es para los dos. Solo quiero verte feliz, Marco.
Esa noche, mientras se preparaban para dormir, Marco no podía dejar de pensar en lo afortunado que se sentía. En medio de todas las dificultades, había encontrado a alguien que no solo lo entendía, sino que lo apoyaba incondicionalmente. Y aunque el futuro seguía siendo incierto, esa certeza le daba fuerzas para enfrentarlo.
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Entre susurros y miradas
Teen FictionA sus 20 años, Marco creía tener su vida perfectamente definida: sus estudios de arte, su grupo de amigos de toda la vida y su camino claro hacia el futuro. Pero todo cambia cuando conoce a Adrián, un compañero de clase carismático y seguro de sí mi...