Capítulo 10: Un Día Solo para Nosotros

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El sábado amaneció claro y soleado, como si el clima estuviera a su favor. Marco despertó temprano, emocionado por el plan que Adrián había sugerido: pasar el día juntos en el centro de la ciudad, sin preocupaciones ni miradas de otros. Era una oportunidad para dejar atrás la tensión que había estado sintiendo y para disfrutar de la compañía de Adrián sin distracciones.

Quedaron en encontrarse en una pequeña cafetería en el barrio más antiguo de la ciudad, un lugar tranquilo y apartado, lleno de mesas de madera y decorado con plantas que colgaban del techo. Al llegar, Marco encontró a Adrián esperándolo con una sonrisa. La visión de Adrián allí, relajado y feliz, le hizo olvidar las preocupaciones de la semana.

—Hola, tú —le dijo Adrián, con una mirada brillante—. ¿Listo para nuestro día?

—Más que listo. Siento que hace mucho que no hacemos algo así, sin preocuparnos por nada —respondió Marco, sintiendo una calidez que solo Adrián lograba despertar en él.

Después de un desayuno compartido de café y tostadas, ambos se dirigieron al mercado de artesanías que se celebraba cerca de allí cada fin de semana. Entre los puestos de artistas locales y las calles adoquinadas, la ciudad parecía tener un ritmo diferente, uno que invitaba a relajarse y disfrutar del momento.

Mientras paseaban, Marco observaba cada detalle, maravillado por la libertad de caminar junto a Adrián sin la ansiedad constante de ser visto. En un momento, se detuvieron frente a un pintor callejero que ofrecía retratos rápidos. Adrián, con una sonrisa divertida, sugirió:

—¿Qué tal si nos hacemos un retrato juntos?

Marco se rió, sorprendido, pero asintió, dejándose llevar por la idea. Se sentaron juntos frente al pintor, quien comenzó a trazar líneas rápidas, capturando en pocos minutos las expresiones despreocupadas de ambos.

—No me lo creo —dijo Marco, riéndose mientras miraba el retrato—. No puedo recordar la última vez que hice algo tan... espontáneo.

—Eso es lo que quiero que sientas hoy —respondió Adrián, mirándolo con ternura—. Que no tienes que preocuparte, que este día es solo para nosotros.

Más tarde, después de recorrer el mercado y comprar un par de recuerdos, se dirigieron a un parque cercano. Se sentaron en un banco apartado, rodeados por árboles frondosos y con una vista que abarcaba casi toda la ciudad. La tranquilidad del lugar les dio un respiro, y fue Adrián quien rompió el silencio con una confesión.

—¿Sabes, Marco? A veces pienso en lo que será de nosotros en unos años. En si podremos estar juntos sin sentirnos juzgados o presionados —admitió Adrián, con una seriedad que pocas veces mostraba.

Marco lo miró, sorprendido por la profundidad de sus palabras. Nunca habían hablado del futuro, y escuchar a Adrián expresar esos pensamientos le hizo darse cuenta de cuánto le importaba su relación.

—Yo también pienso en eso —dijo Marco, tomando la mano de Adrián entre las suyas—. Pero creo que, pase lo que pase, mientras estemos juntos, podremos con cualquier cosa. Eres la persona que más me ha apoyado, y no quiero perder eso.

La conversación los llevó a hablar de sus miedos y sueños, de los lugares que querían visitar y de las metas que cada uno tenía. Marco le confesó a Adrián su deseo de dedicarse algún día al arte, una pasión que había dejado en segundo plano por el miedo al qué dirán y por la presión de seguir una carrera tradicional.

—¿Sabes? Creo que tienes un talento increíble, Marco —le dijo Adrián, con convicción—. Y si el arte es lo que te hace feliz, entonces tienes que luchar por eso. No importa lo que los demás digan.

Esas palabras tuvieron un profundo efecto en Marco. A veces sentía que Adrián era la única persona que realmente creía en él, y esa certeza le daba una fuerza inesperada. Pasaron el resto de la tarde hablando de sus sueños, riendo y compartiendo anécdotas. Con cada minuto que pasaba, Marco sentía que su vínculo con Adrián se fortalecía, como si cada conversación, cada sonrisa y cada confesión les uniera aún más.

Al caer la noche, regresaron al centro de la ciudad, donde Adrián lo acompañó hasta la estación de tren para despedirse. Antes de que Marco se fuera, Adrián lo tomó de la mano, mirándolo a los ojos con intensidad.

—Gracias por compartir este día conmigo, Marco. No sabes cuánto significa para mí —dijo Adrián, su voz suave y sincera.

Marco sintió un nudo en la garganta. Era consciente de que, a pesar de las dificultades, estar con Adrián le daba una felicidad que nunca había experimentado antes.

—Gracias a ti, Adrián. Eres... eres lo mejor que me ha pasado —susurró Marco, permitiéndose un último abrazo antes de despedirse.

Cuando el tren comenzó a moverse, Marco miró por la ventana y vio a Adrián allí, sonriéndole y despidiéndose con la mano. Se dio cuenta de que, aunque los retos fueran grandes, tener a Adrián a su lado lo hacía sentir invencible.

Entre susurros y miradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora