Capítulo 11 | Demasiado Cerca

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El aire dentro de la cueva se volvía cada vez más pesado, y la luz de sus linternas parecía luchar contra la creciente oscuridad. A medida que avanzaban, la cueva parecía estrecharse, los pasajes se volvían más angostos, obligándolos a caminar casi de lado. Lía apretó los labios, con el corazón latiendo más rápido. No era solo el hecho de estar atrapada en un espacio tan pequeño lo que la incomodaba. Era la sensación de que algo estaba a punto de ocurrir, que algo estaba por cambiar, y esa sensación era inquietante.

Max caminaba delante de ella, moviéndose con una calma aparente, pero sus ojos brillaban con una mezcla de intriga y desconcierto. Al girarse por un momento, vio cómo Lía luchaba por no rozar las paredes de la cueva. La miró, su expresión suavizándose por un instante, y dio un paso atrás para caminar junto a ella.

—Está cada vez más estrecho —dijo Max, su voz suave, pero con un toque de diversión que Lía apenas reconoció. En su tono había algo que la hizo sentirse más a gusto, como si él estuviera consciente de la incomodidad que ambos sentían, pero decidiera hacerla soportable.

—Lo sé. Es... extraño —respondió Lía, con una media sonrisa forzada, alzando la vista hacia las paredes de roca que los rodeaban. Unos ecos leves de sus pasos reverberaban, multiplicándose en las sombras de la cueva.

Max avanzó un poco más, hasta que se detuvo, observando un estrechamiento aún mayor del pasaje frente a ellos. La cueva parecía haberse encogido de repente, como si todo el lugar estuviera vivo y reaccionara a su presencia.

—Parece que no podemos retroceder —dijo Max, tocando una de las paredes rocosas, que ahora parecía palpitar ligeramente bajo su mano.

Lía se acercó a él, sus pasos más lentos, sintiendo el calor del cuerpo de Max cerca del suyo mientras avanzaba por el angosto pasaje. La proximidad entre ellos comenzó a hacerse más evidente, algo que Lía no podía evitar notar.

El espacio era tan estrecho que, al caminar, sus hombros se rozaban. Lía sintió una oleada de calor recorrer su cuerpo, una sensación que no esperaba.

La tensión entre ellos crecía. Cada vez que Max se giraba para mirarla, Lía sentía un nudo en el estómago. Se forzó a mantener la compostura, pero cada vez que sus miradas se encontraban, algo dentro de ella reaccionaba de una manera que no comprendía del todo.

—Esto es... raro —dijo ella, buscando desviar su mente de lo que sentía. La oscuridad alrededor de ellos, cada vez más densa, le hacía querer distraerse, aunque fuera por un momento.

Max le lanzó una mirada divertida, casi como si estuviera compartiendo el mismo pensamiento, y luego, con una sonrisa, respondió:

—Nunca creí que dirías eso de una cueva.

Lía no pudo evitar sonreír ante su tono juguetón. Aunque el entorno era tenso, sus comentarios seguían haciéndola sentir algo extraño, como si la presencia de Max fuera una especie de alivio en medio de todo ese misterio.

Pero entonces, la cueva empezó a retumbar suavemente, y un sonido extraño, como un susurro lejano, se filtró a través de las paredes.

—¿Lo oyes? —preguntó Lía, sus palabras temblando ligeramente.

Max se quedó quieto por un segundo, su mirada fija en la roca frente a él, como si pudiera escuchar lo que ella escuchaba.

—Es... como si estuviera diciendo algo —dijo él, en voz baja.

El eco de la cueva parecía formar palabras, pero las voces eran incomprensibles, distorsionadas. Lía apretó los labios, tratando de enfocar su atención en algo que no fuera la creciente sensación de claustrofobia que la invadía. Pero al mirar a Max, notó cómo su rostro se había tensado. Había algo en su expresión que no había visto antes: la preocupación mezclada con algo más. Algo que ella no podía identificar, pero que la hizo sentir una punzada en el pecho.

De repente, el pasaje se redujo aún más, obligándolos a caminar casi en línea recta. La cercanía de Max se hizo aún más palpable. Los codos de ambos chocaban levemente cada vez que se movían, y aunque Lía trataba de mantenerse fría, su respiración comenzó a acelerarse por la incomodidad y la proximidad.

Max, que parecía estar bastante cómodo en el espacio reducido, la miró de reojo y, sin pensarlo mucho, dijo:

—No es tan malo. Solo un poco... estrecho.

Lía soltó una risa nerviosa, pero al instante se dio cuenta de que, en cierto modo, la cercanía de Max no le desagradaba tanto. De hecho, sentía una extraña calidez al estar tan cerca de él, algo que la confundía. ¿Por qué, justo en ese momento, cuando las circunstancias eran tan tensas, comenzaba a pensar en lo que podría significar esa proximidad?

Siguieron avanzando en silencio, hasta que la cueva, de manera abrupta, terminó de estrecharse. Unos pocos pasos más adelante, un resplandor cálido apareció en la distancia. La cueva se abría de nuevo, pero esta vez en un espacio más amplio.

El resplandor parecía emanado de una pequeña fuente, un brillo suave pero constante que iluminaba las paredes con tonos dorados y naranjas. La figura de la luz se reflejaba en el rostro de Max, quien la miró con los ojos entrecerrados.

Lía avanzó con cautela, sin dejar de mirar la luz brillante al frente. De repente, una corriente de aire frío sopló por el pasaje, soplando su cabello hacia atrás. Y entonces, lo vio: una esfera de cristal suspendida en el aire.

Antes de que pudiera acercarse más, la voz distorsionada volvió a resonar, esta vez con una fuerza mayor. Lía no pudo evitar estremecerse. ¿Qué era todo esto? Y por qué sentía que algo había cambiado en ella, algo relacionado con Max... algo que no podía explicar.

Max se acercó a la esfera, y Lía, sin pensarlo, lo siguió. Pero a medida que sus pasos los acercaban, algo en su pecho comenzaba a latir más rápido. No era solo la ansiedad por el misterio, sino algo más profundo... algo que no había querido reconocer hasta ahora.

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