Negligencia

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Mi dolor se ha vuelto
la única conexión que me une a ti.
Ya no son las tardes de risas,
las cenas con los amigos
o los domingos de llorar.

Ya no nos unen los días de tormenta
donde buscabas mi mano
entre las frazadas
por miedo a los rayos.
Tampoco las escapadas a la comida china
o esa confianza que teníamos.

Ya no cuento con que me cuides
en la noche si me enfermo,
he tenido que aprender
sobre los medicamentos.
El cuarto está limpio,
es visible el piso,
pero no me da la calma
que me transmitía tu desorden.

Ya no siento nada,
nada más que dolor.
Tal vez es el apego,
el que me niego
a que algo de años
lo borren dos meses;
o que en el fondo
mi mente espera que regreses.
Pero yo sé que no será así.

Ya no lloro
(ya no tan seguido, ya no tan fácil)
pensando en ti,
pero sí suspiro.
Las respuestas a tu nombre
se volvieron físicas
más que emocionales.

Me pesan los hombros,
se comprime mi pecho
y se me cierran los ojos.
No hay odio,
hay dolor
y no sé cómo tratarlo
si te llevaste el paracetamol.

Ni tú lo ingieres,
ni tú lo devuelves
y así se mantiene la conexión.

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