Un año había pasado desde que Kleiver y Jack trajeron a Mateo a su hogar, y dos años desde que Sofía fue encarcelada. La vida había cambiado de manera inesperada, llena de risas, desafíos y un amor profundo que crecía con cada día que pasaba. Ahora, sentados en el sofá de su acogedora casa, ambos compartían anécdotas sobre su primer año como padres.
“Recuerdo la primera vez que intentamos cambiarle el pañal”, comenzó Jack, riendo mientras revivía la situación. “Mateo estaba tan tranquilo, y pensé que sería fácil. Pero en el momento en que le quité el pañal, ¡fue como si supiera que era su oportunidad para hacer pipí! Terminé empapado y con una cara de sorpresa que aún me hace reír”.
Kleiver soltó una carcajada, recordando el incidente. “Eso fue épico. Y luego, cuando tratamos de darle su primera papilla… me pregunto si deberíamos haberlo grabado. Estaba tan emocionado que le tiró la comida a la cara en lugar de comerla. Fue un desastre total, pero me encantó ver su sonrisa mientras lo hacía”.
“Y no olvides la primera vez que lo llevamos al parque”, añadió Jack, con una mirada nostálgica. “Mateo se quedó mirando a los patos como si fueran criaturas de otro planeta. Nunca había visto algo tan fascinante para él. Y luego, cuando nos dimos cuenta de que había comido más tierra que comida, no sabía si reír o llorar”.
Kleiver asintió, recordando lo divertido que fue ver a su hijo explorar el mundo. “Cada día es una aventura, y aunque a veces es agotador, nunca cambiaría esto por nada. Pero, hablando de aventuras... ¿recuerdas aquella vez que intentamos tener un momento a solas en la habitación?”.
Jack sonrió, sus mejillas sonrojándose ligeramente. “Sí, y Mateo decidió que era el momento perfecto para empezar a llorar. Fue como si tuviera un sexto sentido. Justo cuando pensábamos que estábamos a solas, ¡bam!, el llanto comenzó. Tuvimos que correr a atenderlo, y nuestros planes quedaron frustrados. ¡Era como si nos estuviera vigilando!”.
“Esa fue la vez que decidimos que tendríamos que ser más creativos con nuestros momentos de intimidad”, dijo Kleiver con una sonrisa traviesa. “Desde entonces, he aprendido a ser más sigiloso. Nunca está de más tener un plan B”.
Ambos se rieron, disfrutando de la complicidad que compartían. La paternidad no solo había traído desafíos, sino que también había fortalecido su relación. “A veces me pregunto cómo lo hacían los padres antes de la tecnología”, reflexionó Jack. “Con Mateo, siempre estamos tomando fotos y grabando videos. Cada risa, cada movimiento, es un recuerdo que queremos preservar”.
“Es verdad”, respondió Kleiver. “Y aunque a veces me siento abrumado, ver a Mateo crecer y aprender es la mejor recompensa. Hoy, por ejemplo, comenzó a decir ‘papá’ y ‘tío’. Fue como si me dieran una descarga de energía”.
“¡Eso merece una celebración! ¿Qué tal si hacemos una cena especial esta noche?”, sugirió Jack, emocionado. “Podemos invitar a algunos amigos y hacer de esto una fiesta”.
“Me parece perfecto. Mateo debe tener su primer gran festejo. ¡Y nosotros también lo necesitamos!”, contestó Kleiver, sintiendo cómo la felicidad lo envolvía.
Mientras planeaban la celebración, ambos reflexionaron sobre lo lejos que habían llegado. Aunque la ausencia de Sofía seguía presente en sus vidas, habían aprendido a construir una familia basada en el amor y la lealtad. “No sé qué nos depara el futuro, pero sé que mientras estemos juntos, podemos enfrentar cualquier cosa”, dijo Kleiver, sosteniendo la mano de Jack.
“Así es”, respondió Jack, sonriendo. “Por Mateo y por nosotros. Vamos a hacer de este año el mejor de todos”. La risa y el amor llenaron la habitación, marcando el comienzo de otro capítulo en su hermosa historia familiar.